Salmos 19:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Como otros salmos de David, también éste va dirigido al director de música del santuario. Los primeros versículos de este salmo son como un complemento de los primeros del salmo Sal 8:1-9, ya que en él se cantan, en bellas imágenes (vv. Sal 19:4-6), las excelencias del sol, astro que no se menciona en el Sal 8:1-9.

De las cosas que podemos ver cada día, el salmista nos lleva en estos versículos a la consideración de las cosas invisibles de Dios, cuya gloria brilla con gran resplandor en los cielos visibles, llenos de astros cuya estructura, belleza y orden son maravillosos. Este ejemplo del poder divino sirve no sólo para mostrar la insensatez de los ateos, quienes, aun viendo el cielo, dicen: «No hay Dios»; y al ver el efecto, dicen: «No hay una causa suprema», sino también para mostrar la necedad de los idólatras y la vanidad de sus imaginaciones, pues, aun cuando los cielos cuentan la gloria de Dios, ellos otorgan esa gloria a las luminarias del cielo, cuando esas mismas luces les instan a dar gloria solamente a Dios que es el Padre de las luces (Stg 1:17). Veamos:

1. Qué es lo que las criaturas nos dan a conocer. De muchas maneras nos son útiles y provechosas, pero en ninguna cosa tanto como en esta de declarar la gloria de Dios que anuncia la obra de sus manos (v. Sal 19:1). Lisa y llanamente nos hablan de esa obra: toda moción y sucesión llena de orden ha de tener un comienzo y un motor; esas cosas no pudieron hacerse a sí mismas, pues esto implica una contradicción en sus mismos términos; tampoco pudieron ser producidas por una casual ordenación de átomos, pues eso constituye un absurdo que ni merece discutirse; debieron, pues, tener un Creador, quien no puede ser otro que la Mente Eterna infinitamente sabia, buena y poderosa. De la excelencia de la obra podemos inferir fácilmente la infinita perfección del gran artífice. Del brillo de los astros celestes podemos colegir que el Creador es Luz (1Jn 1:5); su inconmensurable extensión nos habla de su inmensidad; su altura y distancia, de la trascendencia y soberanía del Hacedor; su influencia sobre la tierra y el mar del dominio, la providencia y la beneficencia universal de Él, y todo ello declara su poder omnímodo.

2. Qué son algunas de esas criaturas que nos dan a conocer la obra de Dios. (A) El firmamento la vasta extensión del aire y del éter, las esferas y órbitas de los planetas y las estrellas llamadas fijas . El hombre tiene sobre las bestias esta ventaja en la estructura misma de su cuerpo en que, mientras ellas están formadas para mirar hacia abajo, adonde han de ir a parar finalmente, el hombre ha sido formado erecto, para mirar hacia arriba, adonde sus pensamientos deberían elevarse ahora y adonde su espíritu ha de marchar después, a las manos de Dios (Ecl 12:7). (B) La constante y regular sucesión del día y de la noche (v. Sal 19:2), los cuales van pasándose fielmente el mensaje de gloria del Dios que en un principio separó la luz de las tinieblas (Gén 1:4). No sólo se glorifica Dios con esta constante revolución de los astros, sino que nos beneficia a nosotros pues, así como la luz de la alborada nos incita a poner mano al quehacer cotidiano, las sombras de la noche nos invitan al reposo de nuestro trabajo. (C) De manera especial es declarada la gloria de Dios por la luz y la influencia benéfica del sol, ya que, de entre todos los cuerpos celestes, él es el más conspicuo en sí mismo y el más útil para este mundo de abajo, el cual sería sin él un desierto y una cárcel oscura. En los cielos puso Dios tabernáculo para el sol (v. Sal 19:4). Los cuerpos celestes son llamados huestes de los cielos y, por eso, es muy apropiado que se diga de ellos que viven en tiendas de campaña, como los soldados en sus campamentos. Esa gloriosa criatura que es el sol no fue hecha para estar ociosa, sino que «de un extremo de los cielos es su salida, y su órbita llega hasta el término de ellos» (v. Sal 19:6); y así un día y otro, sin retrasos ni intermitencias, hasta tal punto que se puede predecir con toda seguridad a qué hora y minuto saldrá y se pondrá en cada día del año. El esplendor con que se presenta: (a) «como esposo que sale de su tálamo» (v. Sal 19:5), finamente vestido y ricamente adornado, con rostro radiante y placentero llena de placer a todos los que por él son contemplados y le contemplan (no en su rostro, que es demasiado brillante para mirarle de cara, sino en el brillo que despide); (b) «se alegra cual atleta corriendo su carrera», como gran campeón que sostiene firme su zancada y se alegra al llegar a su meta sin fatiga.

3. A quién se hace esta declaración de la gloria de Dios. Se hace a todos los lugares de la tierra (vv. Sal 19:3, Sal 19:4). Los astros no hablan un idioma particular (v. Sal 19:3), sino un lenguaje universal (v. Sal 19:4): «Por toda la tierra salió su pregón, y hasta el extremo del mundo su lenguaje». Todos los pueblos pueden y deben escuchar a estos predicadores naturales, pero inmortales, hablar a cada uno en su propio idioma las maravillosas obras de Dios. Un detalle digno de observación: En estos seis primeros versículos, sólo ocurre, y una sola vez al comienzo , el nombre de Dios (hebr. El abreviatura de Elohim), mientras que en el resto del salmo siete veces ocurre solamente el nombre de Jehová. Observa Arconada: «A El pueden y deben conocerle todos los hombres; a Yahvé, el pueblo de Israel».

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