Salmos 21:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Tenemos profetizados los sufrimientos de Cristo. Es cierto que David se vio muchas veces en apuros y cercado de sus enemigos, pero muchos de los detalles que aquí se especifican nunca se cumplieron en David y, por tanto, han de entenderse de Cristo en las profundidades de su estado de humillación.

1. Le vemos desamparado de sus amigos (v. Sal 22:11): «La angustia está cerca … no hay quien ayude». Lo mismo en el día de su victoria sobre el diablo en la cruz (Col 2:15), que en el día futuro de la gran batalla contra sus enemigos (Apo 19:13.), Él solo pisa el lagar (Isa 63:3), sin ayuda de ningún otro ser humano. El día de su crucifixión, todos sus discípulos le habían abandonado y habían huido.

2. Aquí es rodeado e insultado por sus enemigos, los cuales, por su fuerza y por su furia, son comparados a los famosos toros de Basán (v. Sal 22:12); tales eran los principales sacerdotes y los ancianos que perseguían a Cristo; otros son comparados a los perros (v. Sal 22:16), sucios, voraces y empeñados infatigablemente en derribarle. Había una banda de malhechores que le cercaban, puesto que los principales sacerdotes y los ancianos celebraban consejo para hallar los mejores medios de hacerse con Él sin alarmar al pueblo. Abrieron sobre Él su boca como leones (v. Sal 22:13) ansiosos de devorarle.

3. Lo tenemos luego ya crucificado (v. Sal 22:16): «Horadaron mis manos y mis pies», cuando le clavaron en el madero de la cruz. El texto masorético actual dice «como un león» (hebr. kaari) en lugar de «horadaron» (hebr. karu). Opina Bullinger nota del traductor que se trata de un caso de elipsis del verbo («quebrar»), y cita como ejemplo Isa 38:13: «… como un león molió todos mis huesos».

4. Le vemos muriendo en medio de horribles dolores y terrible angustia (vv. Sal 22:14, Sal 22:15), porque estaba hecho pecado, no sólo víctima por el pecado, sino responsable del pecado (2Co 5:21): Se siente derramado como agua, derritiéndosele el corazón como la cera, tan seca la lengua que se le pega al paladar; el vigor de su cuerpo ha perdido su frescor como un tiesto. En fin, presto para yacer en el polvo de la muerte. El pecador había perdido su derecho a la vida y, por ello, era menester que la vida de la víctima fuese ofrecida como rescate para Él. Cristo cumplía así la sentencia dictada contra Adán (Gén 3:19): «pues polvo eres, y al polvo volverás». ¡Cuán diferente nota del traductor es la descripción que el Sal 22:1-31 (y los evangelios) nos hacen de Cristo moribundo, de la que se suele representar en los «crucifijos» (imagen plácida, pacífica, casi sin dolor)!

5. Le vemos desnudado. La vergüenza por la desnudez fue consecuencia inmediata del pecado (Gén 3:7); por eso, el Señor Jesucristo fue despojado de sus ropas al ser crucificado, a fin de que nosotros fuésemos cubiertos con el manto de su justicia y no pueda verse la vergüenza de nuestra desnudez. Aquí se nos dice: (A) Cómo padeció su cuerpo cuando quedó al desnudo (v. Sal 22:17): «Contar puedo todos mis huesos». Como al cordero pascual, ningún hueso se le había roto (Jua 19:36), mas todos se le habían descoyuntado (v. Sal 22:14) de tal manera que podían contarse. Pero su vista no movía a piedad, sino a curiosidad y a desprecio, a los transeúntes (v. Sal 22:17): «Entretanto, ellos me miran y me observan»; es decir, no retiran de mí los ojos. (B) Qué hicieron con sus vestidos (v. Sal 22:18): «Repartieron entre sí mis vestidos, a cada soldado una parte, y sobre mi túnica, sin costura, echaron suertes. Esta circunstancia se cumplió puntualmente (Jua 19:23, Jua 19:24), no porque añadiese tormento a los padecimientos de Cristo, sino como un gran ejemplo del cumplimiento de las Escrituras en Él.

II. Cristo, en su agonía del huerto, había orado para que pasara de Él la copa del dolor. De este detalle es aquí tipo la oración de David. Llama a Dios su fortaleza (v. Sal 22:19), es decir, su fuerza, su auxilio. Y repite lo que ya le había dicho en el versículo Sal 22:11: «No te alejes de mí». El Padre le oyó (Heb 5:7), le libró de su miedo y le capacitó para consumar la obra de la Redención. El salmista llama aquí a su vida o alma (hebr. nephesh), «su única» (v. Sal 22:20) que equivale a «favorita» o «querida» (inglés, darling), precisamente por ser única (comp. Gén 22:2; Sal 35:17), como si dijese: «Mi vida es mi única vida y, por tanto, mi vergüenza será mayor si la descuido». Pide ser librado de la espada, es decir, de la muerte violenta; en el caso de Cristo puede interpretarse como la espada de la ira de Dios, la espada flameante que impedía el acceso al árbol de la vida (Gén 3:24). A la metáfora de la espada, une la de las fauces del león, que podría representar el poder de Satanás, el viejo (y siempre joven) enemigo de Dios y del hombre, y la de los cuernos de los búfalos (v. Sal 22:21), que podrían representar los enemigos que le cercaban (comp. con el v. Sal 22:12). La oración de Cristo fue oída, pues el Padre no permitió que su Santo viese la corrupción (Hch 2:27), sino que, al tercer día, le resucitó de los muertos y lo levantó del polvo de la tierra lo cual fue un ejemplo del favor de Dios mucho mayor que si le hubiese permitido bajar de la cruz, pues esto último habría obstaculizado su obra, mientras que la resurrección la coronaba.

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