Salmos 36:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En el título del salmo, David es llamado «el siervo de Jehová», esto es, alguien llamado, y comprometido, a obedecer en todo a Dios, en contraste con los impíos, que se rebelan contra la santa voluntad de Dios. En estos versículos, David expone la raíz y los frutos de la impiedad.

1. Aquí tenemos la raíz de amargura, de la que brota toda maldad de los impíos (v. Sal 36:1): «La transgresión dice (como un «oráculo», según el hebreo) al impío dentro de su corazón (hebr. libó, mejor que libí = mi corazón): No hay por qué tener miedo (hebr. pajad) a Dios delante de sus ojos» (Ésta es la única traducción, con algún sentido, de este difícil versículo nota del traductor. Comp. con Sal 14:1; Sal 53:1 ). Toda maldad dimana de cierto «ateísmo práctico», según la táctica del avestruz. El impío se lisonjea (v. Sal 36:2) con el pensamiento de que su iniquidad no será hallada. Esto le lleva a una tremenda inversión en la forma de ver las situaciones y las cosas: Al pecar, piensa que actúa sabiamente y a su favor, sin acertar a ver (pues, en el fondo, no quiere) el mal y el peligro de sus malvadas obras; llama «mal» al bien y «bien» al mal (v. Isa 5:20); llama «libertad» a su libertinaje; «astucia», a sus fraudes; «justicia», a la persecución que emprende contra los buenos. Pero día llegará en que su iniquidad será hallada (contra lo que él piensa v. Sal 36:2 ).

2. Tenemos también aquí las ramas malditas que brotan de esa raíz de amargura. El pecador desafía a Dios (v. Sal 36:3): «Las palabras de su boca son iniquidad y fraude, decidido como está a obrar el mal, aun cuando intente cubrirlo bajo capa de pretextos aparentemente plausibles. Se han extinguido las chispas de virtud, se han derrumbado sus mal cimentadas convicciones y los buenos comienzos han quedado en nada: «Ha renunciado a ser cuerdo y hacer el bien. Maquina maldad sobre su cama» (vv. Sal 36:3, Sal 36:4). Quienes cesan de hacer el bien, pronto comienzan a practicar el mal. Y al obrar ellos mismos el mal, no les desagrada en modo alguno el verlo en otros: «No aborrece el mal» (v. Sal 36:4), sino que, por el contrario, se agrada en él y se queda satisfecho cuando ve a otros tan malos como él.

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