Salmos 36:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de mirar en derredor suyo con la pena que causa el ver la maldad de los impíos, David mira ahora hacia arriba con el gozo y el consuelo que produce el ver la bondad de Dios.

I. Sus meditaciones sobre la gracia de Dios.

1. Las transcendentes perfecciones de la naturaleza divina (v. Sal 36:5): «Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes». Por malo que sea el mundo, nunca pensemos mal de Dios ni de su providencia, sino aprovechemos la oportunidad de admirar la paciencia de Dios en soportar a cuantos le provocan tan desvergonzadamente con sus maldades; más aún, en hacerles el bien, puesto que «hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos» (Mat 5:45). Su amor misericordioso es siempre fiel, y su fidelidad es siempre amorosa, como lo manifiesta el repetido binomio «jesed veemet» = misericordia y verdad, o «jesed veemunah» = misericordia y fidelidad, como es el caso aquí, y que corresponden al binomio «gracia y verdad» de Jua 1:14, etc. La misericordia de Dios llega tan alto que no le alcanzan los cambios atmosféricos (y aun lo de «nubes» podría traducirse como «firmamento» o «cielo empíreo»). La justicia de Dios (v. Sal 36:6) es como los montes de Dios (expresión superlativa) y sus juicios, esto es, los castigos que impone su justicia vindicativa, son como el gran abismo (el mismo vocablo hebreo de Gén 1:2), fijos e inescrutables, sobre los cuales no puede extenderse la corta plomada de nuestra débil inteligencia.

2. El cuidado y la beneficencia universales de la providencia de Dios (v. Sal 36:6): «Oh Jehová, a hombres y animales socorres». No solamente les proteges de todo mal, sino que les proporcionas cuanto es menester para el sostenimiento de su vida.

3. El especial favor que Dios dispensa a su pueblo: (A) Su carácter (v. Sal 36:7): Son aquellos a quienes de tal manera atrae la misericordia preciosa de Dios, que acuden presurosos a ampararse bajo la sombra de sus alas (comp. con Rut 2:12). (B) Su privilegio (v. Sal 36:8): «Serán completamente saciados de la abundancia (lit. grasa) de tu casa». Sus necesidades quedan satisfechas; sus deseos, cumplidos; sus capacidades, llenadas. En el Dios Todosuficiente tendrán siempre bastante: todo cuanto pueda desear o recibir un alma iluminada y ensanchada. Un alma santa aun cuando siempre desee más de Dios, nunca desea más que a Dios «Todo lo he recibido y tengo abundancia», dice Pablo (Flp 4:18). Su gozo será perfecto y constante (v. Sal 36:8): «Y tú los abrevarás del torrente de tus delicias». Los llama «tus delicias», no sólo porque vienen de Él como de su fuente, sino también porque terminan en Él como en su centro o meta. De esas delicias hay un torrente de aguas vivas, siempre lleno, siempre fluyente, porque lleva dentro de sí mismo el manantial (comp. con Jua 7:37-39). Los placeres de los sentidos son como agua fétida de estanque putrefacto, los de la fe son como agua pura clara como el cristal (comp. con Jer 2:13; Apo 22:1). Y continúa (v. Sal 36:9): «Porque de ti brota el manantial de la vida, en tu luz vemos la luz». Al tener a Dios se tiene el manantial del agua de vida, y al tener al que es luz (1Jn 1:5), se tiene la santidad: los ojos santos, puros, ven a Dios (Mat 5:8) y en Él ven todo lo que es luz. Esa luz divina que brilla en la Escritura (Sal 119:105) y especialmente en el rostro de Cristo (2Co 4:6), contiene toda gracia y toda verdad.

II. Sus plegarias, intercesiones y expresiones de triunfo, basadas en estas meditaciones.

1. David intercede por todos los santos (v. Sal 36:10). (A) Las personas por las que ora son las que conocen a Dios, esto es, las que, por la constante experiencia de su comunión con Dios, son rectas de corazón, sinceras en su profesión de fe y fieles tanto a Dios como a los hombres. (B) La bendición que para esas personas pide es que se prolongue sobre ellas la misericordia (los favores generosos) de Dios, así como la justicia de Dios, que no es otra cosa aquí que su fidelidad pactada.

2. Pide para sí mismo ser preservado en su integridad y en su prosperidad (v. Sal 36:11): «Que el pie del orgullo (esto es, del orgulloso) no me alcance, ni la mano de los impíos me empuje». Nótese el matiz de los verbos «alcanzar» como quien viene pisándole los talones a uno, y «empujar» como el que quiere apartar a uno del camino recto en que se mueve, o del camino cómodo en que se halla tranquilo. El peligro que aquí se avizora es el de la muerte, como lo prueba la unión con el versículo Sal 36:12. Dice Arconada: «La súplica del salmista tiende a pedir la propia conservación de la vida contra los posibles conatos de quitársela por parte de los perversos, que aún no han sido derribados allá (hebr. sham), con todo lo que ello implica».

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