Salmos 37:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Se nos precave aquí contra el descontento ante la prosperidad y los éxitos de los malhechores (v. Sal 37:1): «No te impacientes … ni tengas envidia …». Podemos imaginarnos que David se había predicado a sí mismo esta exhortación. No hay sermón que tenga tantas posibilidades de llevar fruto como el que nos hemos predicado antes a nosotros mismos. Cuando miramos en derredor nuestro, vemos el mundo lleno de malhechores y obradores de iniquidad que prosperan y tienen éxito en sus negocios. Esto nos tienta a impacientarnos y tener envidia, como si Dios hiciese la vista gorda al permitir que tales hombres prosperen florecientes. Estamos tentados a tener envidia de la forma en que se enriquecen, aun cuando lo hagan por medios ilícitos, y de los placeres de que disfrutan; hasta llegamos a desear el sacudirnos el freno de la conciencia para disfrutar también nosotros de los mismos placeres que ellos. Pero si miramos hacia delante con los ojos de la fe, no hallaremos motivo para envidiar la prosperidad de los malvados, pues su ruina está ya a las puertas (v. Sal 37:2). Florecen, sí, pero como la hierba, de la cual nadie tiene envidia, pues pronto se marchitarán. La prosperidad material es algo que se desvanece rápidamente, como la vida terrenal a la cual está confinada.

2. Se nos aconseja luego vivir una vida de confianza en Dios; esto nos preservará de impacientarnos ante la prosperidad de los malhechores. Si buscamos el bien de nuestra alma, hallaremos pocos motivos para envidiar a quienes tanto mal procuran a su alma. Tenemos aquí tres excelentes preceptos y tres preciosas promesas:

(A) Hemos de poner en Dios nuestra esperanza en cuanto al camino del deber; así hallaremos en este mundo consuelos y ventajas que el pecado no puede dar (v. Sal 37:3). Se nos pide confiar en Jehová y hacer el bien. No podemos confiar en Dios si estamos inclinados a vivir como nos plazca. Se nos promete que tendremos en este mundo todo lo necesario para subsistir (v. Sal 37:3): «Habita tu tierra y pace en la fidelidad» (lit., es decir aliméntate de las promesas fieles de Dios v. Isa 14:30 ). Dios no niega el pan al que practica la justicia (v. Sal 37:25; Mat 6:33). Hay quienes leen: «Serás alimentado por fe», del mismo modo que leemos: «El justo por fe vivirá» (Nota del traductor: el vocablo hebreo emunah significa, en efecto, tanto fe como fidelidad).

(B) Hemos de hacer de Dios el deleite de nuestro corazón, y así tendremos lo que nuestro corazón desea (v. Sal 37:4). Se nos mandaba (v. Sal 37:3) hacer el bien, y a este mandamiento sigue el de poner nuestra delicia en Jehová, lo cual es un privilegio tanto como un deber. Y este delicioso deber lleva aneja una promesa: «Y Él te concederá los deseos (lit.) de tu corazón». No nos promete satisfacer los apetitos del cuerpo, sino concedernos los deseos del corazón, todo aquello a lo que aspira lo más íntimo de nuestro ser. ¿Cuáles son los deseos de una buena persona? Conocer y amar a Dios, vivir para Él, agradarle y agradarse en Él.

(C) Hemos de hacer de Dios nuestro guía y someternos en todo a sus direcciones e instrucciones; entonces, todos nuestros asuntos, aun los que nos parecen más intrincados y difíciles, tendrán buen resultado (vv. Sal 37:5, Sal 37:6). El deber es muy sencillo; y si lo cumplimos bien, nos facilitará y hará cómoda la existencia misma: «Encomienda a Jehová (lit. haz rodar hasta Jehová) tu camino (esto es, todas tus empresas, todos tus asuntos)» (comp. Sal 55:22; Pro 16:3). Así como extendió Ezequías ante Dios las cartas de Senaquerib (2Re 19:14; 2Cr 32:17), así hemos de extender ante Dios nuestros problemas, asuntos y deseos, seguros de que los dejamos en buenas manos y satisfechos plenamente de lo que resulte, pues todo lo que Dios hace está bien hecho. Pero hemos de seguir la Providencia sin forzarla, y suscribir lo que dice la Sabiduría Infinita sin prescribirle lo que ha de hacer. La promesa es deliciosa: «Él actuará» (lit. hará, obrará). Todo lo que le hayas encomendado, Él lo hará prosperar, si no para tu gusto, ciertamente para tu bien. Él hallará medios de sacarte de tus apuros, de desvanecer tus temores y de cumplir tus deseos. «Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía» (v. Sal 37:6), es decir, hará que se manifieste que eres persona honesta y que tus asuntos marchen bien, por muy oscuro que haya sido el cariz que hayan tomado tus negocios. Si nos esmeramos en guardar una buena conciencia, bien podemos dejar a Dios el cuidado de preservarnos un buen nombre.

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