Salmos 39:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, el salmista vuelve los ojos y el corazón hacia el Cielo. Cuando uno se percata de que no puede hallarse satisfacción sólida en las criaturas, está preparado para hallarla en la comunión con Dios; y a Él deberían conducirnos los desengaños que sufrimos en este mundo. Vemos aquí:

1. Su dependencia de Dios (v. Sal 39:7). No espera conseguir la felicidad en las cosas de este mundo y, por eso, le dice a Dios: «Y ahora, Señor, ¿qué puedo yo esperar? Nada de las cosas de los sentidos ni del tiempo; no tengo nada que desear, nada que esperar, de las cosas de la tierra. Mi esperanza está en ti». No podemos echar cuentas de tener siempre buena salud, prósperos negocios, muchos y buenos amigos, etc., pues todo eso es tan incierto y caduco como nuestra existencia en este mundo.

2. Su sumisión a Dios y su gozosa aquiescencia a la voluntad de Dios (v. Sal 39:9): «Tú lo hiciste». Como si dijera: «Esto no ocurrió por casualidad, sino por designio tuyo». En todos los acontecimientos, hemos de decir: «Este es el dedo de Dios», cualesquiera sean los instrumentos de que se valga.

3. Su deseo de Dios y la plegaria que le dirige:

(A) Para que le perdone su pecado y le preserve de la confusión (v. Sal 39:8). Antes de pedir: «Retira de mí tus golpes» (v. Sal 39:10), dice: «Líbrame de todas mis transgresiones» (v. Sal 39:8); perdonándole la culpa, puede esperar que le libre del castigo que se merece por su pecado. Y añade: «No me pongas por escarnio del insensato» (v. Sal 39:8). Los malvados son insensatos (aquí aparece, una vez más, el vocablo hebreo nabal, como en Sal 14:1; Sal 53:1).

Lo peor es que piensan que son listos cuando hacen escarnio de los buenos, lo cual es precisamente su mayor locura.

(B) Para que retire de él su aflicción, pues se halla muy deprimido a causa de ella (v. Sal 39:10): «Retira de mí tus golpes; estoy consumido bajo la dureza de tu mano». Su enfermedad le había debilitado hasta tal punto que su ánimo estaba decaído, su fuerza se hallaba exhausta, y su cuerpo se había vuelto macilento. Nuestras malas obras nos atraen la aflicción, por lo que somos castigados con nuestra propia vara. Es el yugo de nuestras rebeliones, aunque haya sido atado por su mano (Lam 1:4). No obstante, los golpes de la disciplina de Dios son para nuestro bien (v. Sal 39:11): «Castigando sus pecados, corriges al hombre» (comp. Heb 12:6-11). La belleza del hombre: todo lo que él más aprecia; ya sea la vida, la comodidad, los placeres, las riquezas, las fuerzas y la misma hermosura del cuerpo, todo ello queda consumido por la mano de Dios, que hace la labor de la polilla (comp. Ose 5:12).

(C) Ruega a Dios que escuche su oración y le de un poco de respiro ante la brevedad de la vida. Ahora se ve como forastero y huésped (v. Sal 39:12, comp. con 1Pe 2:11), lo mismo que sus antepasados, y reconoce así que se halla de paso en este mundo y que va de viaje a otro mundo mejor, no piensa que estará en su propia casa hasta que llegue al hogar celestial. Pero antes necesita recobrarse un poco (v. Sal 39:13): «Déjame y tomaré fuerzas, antes que me vaya y perezca». Como si dijera: «Haz que me recupere de esta enfermedad, que recobre la energía de mi cuerpo y de mi mente, para que, con el ánimo calmado, pueda prepararme mejor para el momento en que tenga que marcharme de este mundo».

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