Salmos 41:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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David se queja frecuentemente de la conducta insolente de sus enemigos hacia él, precisamente cuando está enfermo: Mis enemigos hablan mal contra mí. En efecto,

1. Sus enemigos le deseaban la muerte, pues decían unos con otros: ¿Cuándo se morirá, y perecerá su nombre? No sólo le desean la muerte, sino también que perezca su nombre, es decir, que se extinga toda su familia. Un agravio más que le hacen es la hipocresía con que le tratan (v. Sal 41:6): Y si vienen a verme, hablan mentira. Le decían que le deseaban que se mejorase, pero en su interior le deseaban la muerte. Nos quejamos, y justamente, de que no hallamos sinceridad en nuestros días y de que escasamente hallamos un amigo en quien confiar; pero parece ser que los días antiguos no eran mejores que los actuales. Entre los comentarios malignos que sus enemigos hacen está el de que la enfermedad que padece es como un castigo de Dios, pues el hebreo para lo de «enfermedad incurable» (v. Sal 41:9) es «cosa de Belial»; como si dijese: Ha debido de cometer uno de los odiosos crímenes y Dios se lo hace pagar. Los que en voz alta hablaban mentira delante de él (v. Sal 41:6), después se reunían afuera para murmurar (propiamente, susurrar) en voz baja contra él (v. Sal 41:7). Los murmuradores y detractores se hallan, en la lista que hace Pablo (Rom 1:29-30), entre los peores criminales. Pero había, entre sus enemigos, uno muy especial en quien había depositado toda su confianza (v. Sal 41:9). Parece ser que el salmista alude aquí a Ajitófel, que había sido el principal consejero de David y algo así como su ministro de Estado, el cual comía a la mesa del rey y muy cerca de él. No obstante, este traidor alzó contra él su pie (v. Sal 41:9), es decir, le puso la zancadilla, pues dio al rebelde Absalón un consejo sagaz y atinadísimo que, por la providencia de Dios, fue trastornado. Nuestro Salvador, el Hijo de David, se apropió a sí mismo este versículo (Jua 13:18, Jua 13:26), ya que Ajitófel era tipo de Judas, como David lo era de Cristo. Pero, ¿qué diremos de nosotros mismos, cuando pecamos contra nuestro Dios y Padre, mientras comemos diariamente de su pan?

2. Cómo soportó David esta insolente y mala voluntad de sus enemigos contra él. No les dijo nada, sino que se volvió hacia Dios en oración (v. Sal 41:10): Mas Tú, Jehová, ten piedad de mí, ya que ellos no la tienen; hazme levantar, para que así se frustren las esperanzas de ellos. Ellos le deseaban la muerte, pero él espera que Dios le haga levantar del lecho de postración. Lo de «y les daré su merecido» es interpretado por algunos como «devolver bien por mal», según la costumbre de David (v. Sal 7:4; Sal 35:13), pero es más probable que, en este caso, se refiera a castigarles como se merecían, pues se oponían a que David fuese rey, yendo así contra el designio de Dios mismo. El versículo Sal 41:12 significa que Dios le sustentaba por su integridad (a pesar de sus pecados, David era un pecador arrepentido), pero también es verdad que toda integridad humana es obra de Dios, pues por su gracia somos los que somos (1Co 15:10). Si Dios nos dejara de su mano, no sólo caeríamos, sino que ya no podríamos levantarnos. Esto tiene aplicación a la persona más santa que haya existido, exista o haya de existir. El salmo concluye con una doxología solemne, o alabanza a Dios, a Jehová, el Dios de Israel (v. Sal 41:13). Este versículo no forma, en realidad, parte del salmo, sino que fue añadido por el compilador para terminar así el Libro I de los Salmos. De manera similar concluyen los demás Libros de los Salmos. Así se nos enseña a hacer de la alabanza a Dios el Omega del que es el Alfa, el fin del que es el principio de toda obra buena.

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