Salmos 69:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 69:1 | Comentario Bíblico Online

En estos versículos, David (o Jeremías) se queja de su angustia.

1. Su queja es muy amarga y la presenta ante Dios, a la espera que le alivie de un peso que le resulta demasiado gravoso.

(A) Se queja del profundo impacto que sus aflicciones han hecho en su espíritu (vv. Sal 69:1, Sal 69:2): «Las aguas de la aflicción, esas amargas aguas, me llegan hasta el cuello; no sólo amenazan la vida, sino que me turban la mente, de forma que no puedo disfrutar de la comunión de Dios como solía». El espíritu del hombre sostendrá su debilidad, pero, ¿qué haremos cuando el espíritu está herido? Este era aquí el caso del salmista. Esto apunta a los sufrimientos que padeció Cristo en su alma y a la agonía interior que sufrió cuando dijo: Ahora está turbada mi alma, y, Mi alma está extremadamente triste; pues fue su alma la que ofreció el sacrificio por el pecado.

(B) Se queja de la prolongación de sus congojas (v. Sal 69:3): «Cansado estoy de llamar». Clamaba a su Dios, y cuanta más muerte tenía a la vista, tanto mayor vida había en su oración, a pesar de que tardaba en obtener respuesta de paz (v. Sal 69:3): «Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios». No obstante, esta apelación a Dios es una indicación de que había resuelto no ceder en su fe ni en su oración. Estaba enronquecida (lit., seca) su garganta, pero no su corazón; desfallecían sus ojos, pero no su fe. Así también nuestro Señor Jesús gritó desde la cruz: «¿A qué fin me has desamparado?» No obstante, al mismo tiempo, continuó y apeló a su relación con Él: «¡Dios mío, Dios mío!»

(C) Se queja de la mala voluntad y de la multitud de sus enemigos, de su injusticia y crueldad y del mal trato que le dan (v. Sal 69:4): «Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa» (comp. Jua 15:25). Como si dijera: Nunca les hice el menor daño para que me trataran con tanto encono. No sólo eran numerosos estos enemigos, sino también poderosos. «¿Y he de pagar lo que no robé?» Esto tiene una plena aplicación a Cristo, pues Él pagó por lo que no debía: pagó nuestra deuda y sufrió por nuestras ofensas. La gloria externa de Dios sufrió mengua por la culpa del hombre, pero la muerte de Cristo, quien no conoció pecado, restauró con creces la gloria de Dios.

(D) Se queja del poco afecto que le muestran sus amigos y parientes (v. Sal 69:8): «He venido a ser un forastero para mis hermanos; se avergüenzan de mí». Esto se cumplió también en Cristo, cuyos hermanos no creían en Él (Jua 7:5), que vino a lo que era suyo, a su patria, a sus paisanos, y los suyos no le recibieron (Jua 1:11), y que fue abandonado por sus discípulos.

(E) Se queja del desprecio y de los reproches con que estaba cargado de continuo. En esto especialmente apuntan a Cristo sus quejas, pues por nosotros se sometió a la mayor vergüenza y se despojó a sí mismo de toda majestad. El salmista hace notar aquí las circunstancias agravantes de las indignidades cometidas contra él (vv. Sal 69:9-12). Le ridiculizan precisamente por aquello con que se había humillado a sí mismo y había honrado a Dios. Los detalles cuadran bien en la historia de Jeremías. Si el celo por la casa de Dios se entiende con relación a Israel (v. sin embargo, la cita de Jua 2:17), ejemplos de ellos se hallan en Jer 11:15; Jer 12:7; Jer 23:11. Cuando el salmista lloraba y ayunaba, les servía a los enemigos de pretexto para insultarle (v. Sal 69:10); cuando se vestía de sayal en señal de duelo, se burlaban de él (v. Sal 69:11), por mortificarse de aquel modo. Incluso las personas más serias, los que se sentaban a la puerta, de quienes menos podía esperarse, hablaban contra él. Llegó a servir de copla y refrán para los bebedores (v. Sal 69:12). Véase cuál es la suerte de los buenos en este mundo: los que son la alabanza de los sabios, son la burla de los necios. Pero quienes tienen buen discernimiento de las cosas y de las personas, pueden fácilmente menospreciar el ser de este modo menospreciados.

2. Su confesión de pecado es muy seria (v. Sal 69:5): «Dios, Tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos». Como si dijera: Tú conoces de qué soy culpable y de qué no soy. Esta es la genuina confesión de un buen creyente, quien sabe que no puede prosperar ningún intento de cubrir sus pecados y, por tanto, es una medida de sabiduría reconocerlos, pues están abiertos y desnudos a los ojos de Dios. Él conoce la corrupción de nuestra naturaleza: la insensatez que está ligada a nuestro corazón. Conoce nuestras transgresiones, aun las más ocultas a la vista de los demás y a nuestra propia conciencia. Todas ellas están ante los ojos de Dios y nunca las echa a su espalda mientras no son perdonadas por habernos arrepentido de ellas.

3. Sus súplicas son muy insistentes: «Sálvame oh Dios (v. Sal 69:1) sálvame de hundirme, de desesperarme; no sean avergonzados por causa mía los que en ti confían … no sean confundidos por mí los que te buscan» (v. Sal 69:6). Esto insinúa el miedo que tenía de que, si Dios no se manifestaba pronto a favor de él, se desanimarían los buenos y eso daría ocasión a sus enemigos para cantar victoria contra él. Si Jesucristo no hubiese sido reconocido y aceptado por el Padre en sus sufrimientos, todos los que buscan a Dios y esperan en Él habrían quedado confundidos y avergonzados; pero tenemos confianza con Dios y nos acercamos libre y osadamente al trono de la gracia.

4. Su apelación es muy poderosa (vv. Sal 69:7, Sal 69:9): «Señor, arroja lejos mi afrenta, porque por amor de ti la he sufrido (v. Sal 69:7)». Quienes sufren afrentas por hacer el bien, pueden con humilde confianza dejarlo en manos de Dios, quien exhibirá la justicia de ellos como la luz (Sal 37:6). «Los denuestos de los que te insultaban cayeron sobre mí.» Los que, de un modo o de otro, menosprecian el culto de Dios cubren también de denuestos a los que tienen verdadero celo por la casa de Dios. Este fue el caso del Señor Jesús en su amor al Padre y a su santo templo. (A) Fue una prueba de su amor al Padre el que el celo de su casa le consumía (Jua 2:17), cuando los compradores y vendedores vilipendiaban el templo por lo que los sacó de allí Jesús a fuerza de azotes. (B) Fue también una prueba de su amor a Dios el que, por agradar al Padre, se negó a sí mismo y sobre Él cayeron los vituperios de los que a Dios vituperaban (Rom 15:3), dejándonos así su ejemplo.

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