Salmos 78:40 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Salmos 78:40 | Comentario Bíblico Online

El tema y objetivo de esta sección son los mismos que los de la precedente, y muestra los beneficios que Dios otorgaba a Israel, las provocaciones que de Israel recibía, los castigos que les daba por sus pecados y la compasión que, al fin, tenía de ellos.

1. Se mencionan de nuevo los pecados de Israel en el desierto (vv. Sal 78:40, Sal 78:41): «¡Cuántas veces se rebelaron contra Él en el desierto, etc.!» Dios las llevaba por cuenta (Núm 14:22): «Me han tentado ya diez veces». Con sus provocaciones le dieron más pesar que furor, pues los miraba como un padre a sus hijos. Le causaban pesar, pues le obligaban a afligirles, lo cual hacía Él de mala gana. Después de humillarse ante Él, volvían a tentar a Dios (v. Sal 78:41), prescribiéndole las pruebas que tenía que darles de su poder y de su presencia entre ellos y los métodos que había de seguir para guiarles y proveer para ellos. Grave presunción es tratar de poner límites (probable sentido literal del «provocaban», v. Sal 78:41) al Santo de Israel (v. Sal 71:22), pues, al ser el Santo, hará lo que más conviene para nuestro bien. Le ponían límites precisamente porque no se acordaban de su mano, de sus anteriores beneficios (v. Sal 78:42). Hay ciertos días marcados con especiales liberaciones y que jamás deberían ser olvidados.

2. Los favores de Dios a Israel: Este catálogo de obras portentosas que Dios llevó a cabo por ellos comienza más alto, y continúa más largo, que antes (vv. Sal 78:12.).

(A) Comienza por la liberación de Egipto y las plagas con las que Dios obligó a los egipcios a que dejasen salir a los israelitas. Se especifican aquí algunas de esas plagas, las que más alto hablan del poder de Dios y de su amor a Israel: La conversión de las aguas en sangre. Los egipcios se habían emborrachado con la sangre del pueblo de Dios, incluso con la de sus niños recién nacidos, y ahora Dios les dio a beber sangre, como se merecían (v. Sal 78:44); las moscas y las ranas que los devoraban y destruían (v. Sal 78:45); las orugas y langostas que consumían sus frutos (v. Sal 78:46); el granizo y la escarcha que destruyeron las viñas y los higuerales (v. Sal 78:47); las tormentas cargadas de rayos que acababan con el ganado (v. Sal 78:48). Pero la muerte de los primogénitos fue la última y más grave de las plagas, y la que ocasionó la liberación de Israel (vv. Sal 78:51, Sal 78:52). Fue la primera en la intención de Dios, pero la última en la ejecución (Éxo 4:23), pues si Faraón hubiese cedido ante las primeras plagas, no habría enviado Dios ésta. Una vez salidos de Egipto, Dios les guió como guía un pastor a sus ovejas, después de sepultar en el mar Rojo a sus enemigos (vv. Sal 78:52, Sal 78:53). El mar que para Israel fue una avenida, fue para los egipcios un cementerio.

(B) Siguió Dios conduciendo a su pueblo hasta las fronteras de su tierra santa (v. Sal 78:54), a este monte; es decir, a la tierra donde se hallaba el monte Sion (como opina Arconada), o a una tierra montañosa (como opina Cohen), que ganó su diestra. Hallaron en la tierra a los cananeos, pero Dios les echó de allí delante de Israel (v. Sal 78:55) y les repartió la tierra por heredad entre las distintas tribus.

3. Los pecados de Israel después de su asentamiento en Canaán (vv. Sal 78:56-58). Los hijos fueron tan rebeldes como sus padres (v. Sal 78:57) y trajeron a sus nuevas mansiones sus antiguas corrupciones. A veces, parecían dedicados a Dios, pero luego se apartaban, le enojaban con sus lugares altos y le provocaban a celos con sus imágenes de talla (v. Sal 78:58). La idolatría fue el pecado que más se les pegó y en el que siempre recaían, aunque a menudo pareciese que se arrepentían de él.

4. Los castigos de Dios por tales pecados. La idolatría hizo que Dios aborreciese a Israel en gran manera (v. Sal 78:59) y dejase su morada en Siló (v. Sal 78:60), abandonándolo todo, incluso su gloria (el Arca. V. 1Sa 4:21) en manos del enemigo (v. Sal 78:61). Los versículos Sal 78:62-64 detallan lo que ocurrió en aquel desgraciado enfrentamiento con los filisteos. La viuda de Fineés o Pinjás, en lugar de lamentar la muerte de su marido, murió ella misma después de ponerle por nombre a su hijo recién nacido Icabod (1Sa 4:19.).

5. Sin embargo, Dios no se quedó inactivo, sino que tuvo compasión de Israel y celo por su propia gloria y, como quien se despierta del sueño en que cayó, como un hombre dominado por el vino, pero con las fuerzas renovadas, se dispuso a castigar severamente a los enemigos de Israel y suyos.

(A) «Hirió a sus adversarios por detrás, etc.» (v. Sal 78:66). M. Henry nota del traductor ve aquí una alusión a los «tumores» de 1Sa 5:6. Cohen sin embargo, lo interpreta de las vergonzosas derrotas infligidas a los filisteos por Saúl y David, en las que les hicieron huir y, por tanto, hiriéndoles por detrás, por la espalda.

(B) Dios proveyó un nuevo lugar para su Arca, la cual ya no volvió más a Siló, en la tribu de Efraín (v. Sal 78:67). Las ruinas de Siló quedaron como perpetuos monumentos de la justicia divina: «Andad ahora a mi lugar en Siló … y ved lo que le hice» (Jer 7:12). El traslado del Arca no significó su retirada. La perdió Siló, pero no la perdió Israel. Así también, Dios tiene siempre a su Iglesia en el mundo, aun cuando algún lugar u otro vea retirado su candelero. Dios no escogió la tribu de Efraín (v. Sal 78:67), a la que perteneció Josué, sino que escogió la tribu de Judá (v. Sal 78:68), de la que surgió Jesús, que es mayor que Josué. Quiryat-yearim, adonde fue trasladada el Arca, tras ser rescatada de manos de los filisteos estaba en la tribu de Judá. De allí fue trasladada al monte de Sion, al cual amó Dios. Allí es donde edificó su santuario (v. Sal 78:69) cual lugar tan firme como la tierra que cimentó para siempre. Fue Salomón quien edificó el templo pero se dice que fue Dios quien lo edificó, porque «si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican (Sal 127:1). No obstante, trono y altar llegaron a desaparecer, aunque ambos llegarán después a ser firmemente establecidos: el trono, en la posteridad de David (Sal 89:36, Sal 89:37, comp. con Luc 1:33); el altar (Heb 13:10), en la Iglesia de Cristo, contra la cual no prevalecerán los poderes del Averno (Mat 16:18).

(C) Estableció en Israel la monarquía, y eligió a David por rey (vv. Sal 78:70, Sal 78:71), por lo cual se le llama «según el corazón de Dios», es decir según la elección de Dios (no según el carácter santo de Dios, como suele interpretarse). No se menciona a Saúl, porque no lo eligió Dios, sino el pueblo. David descendía de la noble tribu de Judá, pero era un sencillo pastorcito, no un entendido escriba, ni un sagrado sacerdote, ni un experto militar. Fue sacado de los apriscos, como Moisés, pues Dios se complace en honrar a los humildes que son diligentes y suele hallar los más apropiados para los puestos de responsabilidad en su pueblo en quienes han pasado sus primeros años en la soledad y la contemplación. Al Hijo de David le echaron en cara su oscuro origen: «¿No es éste el carpintero?» Fue un gran honor el que otorgó Dios a David, al elegirle para el trono de Israel, para gobernar al pueblo escogido de Dios; con ello, le daba no sólo un gran privilegio, sino también una grave responsabilidad, que él desempeñó con la integridad de su corazón y la pericia de sus manos (v. Sal 78:72), no buscaba, en general, otra cosa que la gloria de Dios y el bien del pueblo. ¡Dichoso el pueblo que disfruta de tal gobierno!

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