Salmos 89:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ya había mencionado antes el salmista el pacto que había hecho Dios con David y su descendencia (vv. Sal 89:3, Sal 89:4); pero ahora vuelve a ampliar el mismo tema. Ciertamente apunta a Cristo, pues en Él se cumplió mejor que en David. Los consuelos de nuestra redención fluyen del pacto de la redención; todas nuestras fuentes están ahí (Isa 55:3). «Os daré las misericordiosas y fieles promesas hechas a David» (Hch 13:34).

I. La seguridad que tenemos de la verdad de la promesa, lo cual puede animarnos a construir sobre ella (v. Sal 89:19): «Entonces hablaste en visión a tus santos» (lit. a tus devotos). La promesa a David, a la cual se alude aquí, fue dada en visión a Natán el profeta (2Sa 7:12-17), y fue otorgada a David con juramento (v. Sal 89:35). Eso fue ya suficiente; no necesitó jurar dos veces, como lo hizo David (1Sa 20:17), puesto que su palabra y su juramento son dos cosas inmutables (Heb 6:17, Heb 6:18).

II. La elección de la persona a la que es otorgada la promesa (vv. Sal 89:19, Sal 89:20). David era el rey según la elección de Dios, lo mismo que Cristo, por lo que ambos son llamados reyes de Dios (Sal 2:6). David era poderoso. Dios le enalteció y ordenó a Samuel que le ungiese. Pero esto se aplica mejor a Cristo, pues: 1. Él es poderoso, capaz de efectuar una salvación completa. 2. Como David, también Él fue escogido del pueblo (v. Sal 89:19), pues participó de nuestra carne y de nuestra sangre (Heb 2:14). 3. Dios lo ha hallado; es decir, es un salvador provisto por Dios (Jua 3:16). 4. Como a David (v. Sal 89:20), Dios lo ha ungido también a Él (Isa 61:1) y le ha constituido sacerdote, profeta y rey, le ha investido de todo poder y autoridad, y le ha resucitado de entre los muertos y lo ha sentado a su diestra. Él es el Ungido por excelencia (hebreo, Mesías; griego, Cristo).

III. Las promesas hechas a su escogido: a David como tipo, y a Cristo como el antitipo:

1. Con referencia a él mismo, como rey y siervo de Dios, se le promete aquí:

(A) Que Dios estaría con él y le fortalecería en sus empresas (v. Sal 89:21): «Mi mano le sostendrá siempre, nunca le faltará mi apoyo, y mi brazo lo fortalecerá a fin de que pueda superar todas las dificultades».

(B) Que saldría victorioso de todos sus enemigos (vv. Sal 89:22, Sal 89:23): «No lo sorprenderá el enemigo, etc.». Cristo salió fiador de nuestras deudas y, por eso, Satanás y la muerte pensaron que podían hacer presa en Él; pero Cristo satisfizo las demandas de la justicia de Dios y, así, no pudieron sus enemigos sorprenderle: «Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí» (Jua 14:30). «Sino que quebrantaré delante de Él a sus enemigos» (v. Sal 89:23); el príncipe de este mundo será arrojado, los principados y poderes serán despojados y Cristo será la muerte de la muerte misma, y la destrucción del sepulcro (Ose 13:14, 1Co 15:55).

(C) «Mi verdad (lit. mi fidelidad) y mi misericordia estarán con Él» (v. Sal 89:24). Estuvieron con David y están con Cristo, pues Dios hizo buenas todas sus promesas a Él. Pero eso no es todo: La misericordia y la fidelidad de Dios, esto es, su gracia y su verdad, nos vienen con Cristo (Jua 1:14.); y todas las promesas de Dios son en Él Sí y Amén (2Co 1:20). Así que todo pobre pecador que espere el beneficio de la misericordia y de la fidelidad de Dios, ha de saber que están en Cristo y a Él debe apelar para conseguirlas (v. Sal 89:28): «Para siempre le conservaré mi misericordia; en el canal de la mediación de Cristo correrán para siempre todos los arroyos de la bondad divina para con nosotros. Y, así como la misericordia de Dios fluye hasta nosotros por medio de Él, también por medio de Él es firme la promesa de Dios a nosotros: «y mi pacto con Él será estable» (v. Sal 89:28), tanto el pacto de la redención hecho con Él (2Co 5:19), como el pacto de la gracia hecho en Él (Efe 1:4.; Efe 2:5-10).

(D) Que su reino sería grandemente ampliado (v. Sal 89:25): «Pondré su izquierda sobre el mar, y sobre el gran río su diestra». El reino de David se extendía hasta el Mediterráneo y el mar Rojo, hasta el río Eufrates y el río de Egipto. Pero es en el reino del Mesías donde tendrá esto su pleno cumplimiento, y en mayor extensión, cuando los reinos de este mundo vengan a ser de nuestro Señor y de su Cristo (Apo 11:15).

(E) Que llamará a Dios su Padre, y Dios le tendrá por hijo, le nombrará su primogénito (vv. Sal 89:26, Sal 89:27); como llamó a su pueblo (Éxo 4:22), llama también a su rey y, con él, al antitipo: Cristo. Esto es una alusión a las palabras del mensaje de Natán que se referían a Salomón (pues también él era tipo de Cristo, lo mismo que David): «Yo le seré por Padre y él me será por Hijo» (2Sa 7:14), y así la relación será mutua y reconocida por ambas partes: «Él me invocará y dirá: Mi padre eres tú» (v. Sal 89:26). Así lo hizo Cristo, en los días de su vida mortal, cuando clamó a Él con clamor y lágrimas en Getsemaní, y así nos enseñó a nosotros a dirigirnos a Dios: «Padre nuestro, etc.». Es asimismo prerrogativa de Cristo ser el primogénito de toda creación (Col 1:15) y, como tal, el heredero de todo (Heb 1:2, Heb 1:6).

2. Con referencia a su posteridad. Los pactos de Dios siempre incluyen a la posteridad de aquellos con quienes pacta (vv. Sal 89:29, Sal 89:36): «Estableceré su descendencia para siempre y, con ella, su trono». Esto tiene diferente aplicación según se entienda de Cristo o de David.

(A) Si se aplica a David, por descendencia hay que entender sus sucesores: Salomón y los siguientes reyes de Judá. Se supone que pueden degenerar; en tal caso, han de esperar que Dios los castigue; pero, aunque sean corregidos, no serán desheredados. Esto se refiere a aquella parte del mensaje de Natán que dice: «Si él hiciese el mal, yo le castigaré … pero mi misericordia no se apartará de él» (2Sa 7:14, 2Sa 7:15). Hasta ese punto durarán la descendencia y el trono de David. La familia de David continuó siendo una familia distinguida hasta que vino el Hijo de David cuyo trono había de durar para siempre (Luc 1:27, Luc 1:32; Luc 2:4, Luc 2:11).

(B) Si lo aplicamos a Cristo, por descendencia ha de entenderse sus seguidores, sus súbditos fieles, los creyentes, la posteridad que Dios le ha dado (Isa 53:10; Heb 2:13). Ésta es la descendencia que perdurará para siempre y, en medio de ella, su trono como los días de los cielos (vv. Sal 89:29, Sal 89:36). Hasta el fin tendrá Cristo en el mundo un pueblo que le sirva y le honre. El reino de la gracia durará hasta el fin de los siglos, y el reino de la gloria durará por toda la eternidad. Pero también habrá pecados durante el reino de la gracia. Se supone que sus hijos pueden dejar la ley de Dios (v. Sal 89:30) por omisión, y profanar sus estatutos (v. Sal 89:31) por comisión. Ha habido, y hay, muchas corrupciones en la Iglesia, así como en el corazón de los que son sus miembros. Pero también se les dice lo que se les espera (v. Sal 89:32): «Entonces castigaré con vara sus transgresiones, etc.». El ser discípulos de Cristo no les va a excusar de tener que rendir cuentas. Pero obsérvese lo que la vara de Dios es para el pueblo de Dios:

(a) Es una vara, no es un hacha ni una espada, puesto que es para corrección, no para destrucción.

(b) Es una vara en las manos de Dios: «Yo castigaré, etc.», no otra persona.

(c) La continuación del reino de Cristo se hace segura por la promesa inviolable y por el juramento de Dios, a pesar de todo eso: «Mas no retiraré de él mi misericordia, etc.». (v. Sal 89:33). Las aflicciones que sufre el pueblo de Dios, no sólo están de acuerdo con el pacto amoroso de Dios, sino que fluyen precisamente de él. En atención a Cristo, y por medio de Él, se nos dispensa la misericordia de Dios. Dice Dios: … No retiraré de él mi misericordia» (v. Sal 89:33). «No mentiré a David» (v. Sal 89:35). «No desmentiré mi fidelidad. No profanaré (o, violaré) mi pacto» (vv. Sal 89:33, Sal 89:34. Lit.). Lo que se dice y se jura a David y a Israel y, como antitipos, a Cristo y a su Iglesia, es que Dios tendrá un pueblo suyo en el mundo mientras duren el sol y la luna (vv. Sal 89:36, Sal 89:37): «Su descendencia durará para siempre, como las luminarias del firmamento, para brillar en el mundo y, cuando el mundo este se haya acabado, para brillar eternamente en el firmamento del Padre» (comp. con Dan 12:3).

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