Oseas 11:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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«La nota dominante de los cuatro últimos capítulos del libro dice Feinberg es el amor de Dios.» Y Buck, por su parte, añade: «Este capítulo es único, no sólo en Oseas, sino en el Antiguo Testamento. Nos da la más bella descripción del amor de Dios».

1. Entre tantos pueblos circunvecinos, Dios amó a Israel (v. Ose 11:1) cuando era niño y esclavo. No escogió a Egipto con su avanzada cultura, ni a Fenicia con su prosperidad comercial, ni al imperio asirio con su poder militar, sino al pueblo hebreo, un pueblo de pastores nómadas y, más tarde, de labradores. «La elección dice Buck se puede expresar con los términos escoger (Deu 7:6), adquirir (Éxo 15:16) y conocer (Amó 3:2). Aquí, en las palabras de Jehová, se contiene toda la realidad de la elección: Yo le amé.» El amor es soberano, libre, espontáneo. Es curiosa la cita del versículo Ose 11:1 («de Egipto llamé a mi hijo») en Mat 2:15, donde es aplicada a Cristo, con lo que se observa, una vez más, esa identificación del Mesías-Cristo (el Escogido y el Ungido) con Su pueblo (v. también Heb 11:26; Heb 13:13 y 1Pe 4:14).

2. Cuanto más les llamaban a gritos (hebr. qarú) (v. Ose 11:2) los profetas, más se alejaban ellos de Dios. Desde la «niñez» como pueblo, se mostraron, una y otra vez, rebeldes, rompieron el pacto y practicaron el más infame adulterio espiritual («¡almas adúlteras!» Stg 4:4 ). Pero Jehová no se desanimaba por eso: «Con todo (v. Ose 11:3), yo (enfático en el original) (fui quien) le enseñé a andar a Efraín, para que sus pasos fuesen rectos (v. Isa 55:8), tomándole en brazos cuando se cansaba, «y no conocieron, no se dieron cuenta, de que yo los curaba (hebr. refatim) cuando se lastimaban como se suelen lastimar los niños». No eran los baales los que hacían esto, sino Jehová, el único Dios vivo y verdadero.

3. Nótese la ternura del versículo Ose 11:4: «Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor …»; no como a las bestias de tiro o de carga, a quienes se sujeta y atrae con fuertes y ásperas sogas, sino con los hilos de seda del amor (comp. con Jua 6:44). Dios no fuerza a nadie, sino que atrae como los labradores que le quitan el yugo a la yegua o al mulo cuando vuelven a casa después de trabajar, y se inclinan para darles de comer ellos mismos (v. Ose 11:4) . Cuenta Feinberg algo que él mismo presenció en San Antonio, Texas (U.S.A.), después de uno de sus mensajes allí: «Una madre joven, con una hija muy crecida recostada en una almohada, se puso en los primeros bancos de la iglesia. La hija tenía ahora cuatro años, pero era totalmente incapaz ni aun de llevarse a la boca el alimento. Escasamente podía tragar. Cada día se veía obligada la madre a darle de comer durante seis horas. No necesito decirles cuán desolada se hallaba esta madre por el lastimoso estado de esta criatura que no podía responder a su amor, aunque con verdadera sumisión cristiana agradecía a Dios esta carga que la acercaba más a Dios en busca de una ayuda más plena». En King Lear dice Shakespeare: «¡Más afilado que el diente de una serpiente es tener un hijo ingrato!»

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