Mateo 8:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Ahora Cristo manda que estén listas las barcas para pasar al otro lado del lago (v. Mat 8:18), Pues tiene que pasar para hacer el bien dondequiera que las necesidades de las almas le llamen («Pasa a Macedonia, y ayúdanos»; Hch 16:9). Se dispuso a trasladarse cuando se vio rodeado de mucha gente. Aunque con esto se mostraba lo deseosa que estaba esta multitud de tenerle allí, Él sabía que había otros tan deseosos de tenerle con ellos, y también debían participar de Sus beneficios; el ser aceptable y útil en un lugar no era objeción, sino más bien razón, para ir a otro. Hay muchos que se alegrarían de disfrutar de tal ayuda, si pudiesen tenerla a la puerta de al lado, pero no se sienten con el suficiente ánimo para ir a buscarla al otro lado.

II. Cristo conversa con dos que, al trasladarse Él al otro lado, no se resignaban a quedarse atrás, sino que deseaban seguirle, no como los que le seguían a distancia, sino para un seguimiento más cercano, del que la mayoría se sentían avergonzados o intimidados.

Vemos a Cristo aquí habiéndoselas con dos temperamentos muy distintos: El uno, arrojado y animoso; lento y pesado, el otro; y sus instrucciones son muy acomodadas a cada uno, y destinadas a sernos útiles a nosotros.

1. Tenemos primero a uno que era demasiado precipitado al prometer; era un escriba, un experto en la Ley, un erudito, que había estudiado a fondo la Escritura y la había expuesto a otros. Los Evangelios nos presentan a esta clase de personas como poco propensos a recibir el mensaje; rara vez se les encuentra entre los seguidores de Cristo, ni aun a distancia; pero aquí hay uno que muestra gran deseo de ser un discípulo.

(A) Cómo expresa su animosa disposición: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. ¿Podría alguien expresarse mejor? Esta profesión de una absoluta dedicación a Cristo es, (a) una inclinación espontánea: no es llamado por Cristo, sino que se ofrece él mismo, a una comunión más estrecha con el Señor; no es empujado a ello, sino que se ofrece voluntariamente. (b) una resolución firme; parece decir: «Estoy decidido, y lo haré». (c) una determinación sin límites ni reservas: «adondequiera que vayas». Sin embargo, por la respuesta de Cristo se colige que su resolución era precipitada. Hay muchas decisiones piadosas, producidas por súbitas emociones y tomadas sin las consideraciones debidas, que demuestran ser abortivas, sin llegar a nada práctico; fruta que madura antes de tiempo, pronto se corrompe.

(B) Cómo pone Cristo a prueba esta disposición animosa, ya fuese sincera o no (v. Mat 8:20). A quien está tan resuelto a seguirle, Cristo le hace ver que el Hijo del Hombre (expresión que encontramos sólo en boca del mismo Jesús) no tiene donde recostar su cabeza. Es extraño que el Verbo de Dios (Jua 1:1, Jua 1:14) y majestuoso (Hijo del Hombre (Dan 7:13), en su Primera Venida a este mundo, se sometiese a una condición tan baja como para no tener ni donde reclinar Su cabeza. Véase primero: Qué bien provistas están las criaturas inferiores: Las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo nidos (Sal 104:17); y eso, sin ninguna preocupación por su parte; segundo: Cuán pobremente estaba Jesús provisto de lo más necesario: no tenía morada de su propiedad, ni siquiera una almohada que fuera suya para reclinar su cabeza. Tanto Él como sus discípulos vivían de lo que almas generosas les procuraban (v. Luc 8:2). Cristo se sometió a esta condición para mostrarnos la vanidad de las cosas de este mundo y enseñarnos a mirar con menosprecio santo lo que es superfluo o tiende a pegarse a nuestro corazón. Cuentan de Diógenes el filósofo que, aparte del tonel en que vivía y la linterna con que se alumbraba, poseía una escudilla para el parco alimento que tomaba y el agua que bebía. Pero un día vio a un soldado beber con la mano, y arrojó de sí la escudilla, y dijo: Ahora he visto que poseo algo superfluo. Cristo se despojó de todas esas cosas, no por cínico estoicismo, sino para poder así conseguirnos mejores bienes: siendo rico, por amor a nosotros se hizo pobre, para que fuésemos enriquecidos con su pobreza (2Co 8:9). Es extraño que Cristo hiciese tal declaración precisamente en esta ocasión. Un solo escriba podía haberle proporcionado mayor prestigio y mejor servicio que doce pescadores; pero Cristo veía su corazón, y contestó a sus pensamientos, enseñándonos así a todos cómo hemos de llegarnos a Él. En primer lugar, parece que la decisión de este escriba había sido demasiado precipitada; y Cristo desea que antes de llegar a una decisión en materia religiosa, nos sentemos antes a calcular los gastos (Luc 14:28). No es ninguna ventaja para la verdadera religión el tomar a los hombres por sorpresa, sin que tengan conciencia clara de aquello a que se comprometen. Quienes se agarran a la primera emoción, se soltarán al primer tirón. Mejor es que, quienes se aprestan a seguir a Cristo, se aperciban del lado más difícil de tal seguimiento y se apresten a pagar el alto precio que ello comporta. En segundo lugar, parece que su resolución nació de un impulso mundano, ambicioso. Había visto la abundancia de curaciones que Cristo efectuaba, y tal vez sacó en conclusión que obtenía de ello pingües ganancias, y pronto se haría con una buena hacienda. ¿No podría él conseguir algún dividendo, si le acompañaba a todas partes?

2. El segundo era demasiado lento en actuar. La demora en actuar es tan mala como la precipitación en el resolver. Nunca se diga que dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy.

(A) La excusa que este otro puso para no seguir inmediatamente a Cristo, fue: «Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre» (v. Mat 8:21). No se sabe si su padre había muerto ya, o estaba para morir, o enfermo de suma gravedad, o simplemente tan anciano que su muerte no podía hacerse esperar por mucho tiempo, ya que todo esto puede significarse con esa frase. Lo cierto es que su excusa, aunque aparentemente plausible, no era correcta, pues demuestra que no tenía por la obra de Dios el celo que debería tener. A una mente perezosa o cobarde nunca le falta una excusa. Cristo bien merecía tener la preferencia.

(B) Jesús no le admitió la excusa. Jesús le dijo: Sígueme (v. Mat 8:22). No se sabe de seguro que le siguiera, pero es probable que, tanto este como el otro, siguiesen después a Jesús; aunque es más probable en el caso del segundo, por el poder que acompañaba a las palabras de Jesús. Notemos que somos llevados a Cristo por la fuerza que su llamamiento ejerce sobre nosotros, no por la de nuestras promesas a Él. Cuando Cristo llama, supera todos los obstáculos y hace que su llamamiento sea eficaz (v. 1Sa 3:10). Luego responde a la excusa presentada: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Es decir, deja que los que están muertos espiritualmente, se encarguen de sepultar a los que están muertos corporalmente; deja que los oficios mundanos sean dejados en manos de las personas mundanas; no te sobrecargues ni te detengas por eso. Dar sepultura a los muertos, en especial a un padre, es una buena obra, pero no es de tu incumbencia en este momento; tú tienes algo mucho más elevado que hacer, y no puedes dejarlo para después. La piedad hacia Dios ha de ir por delante de la piedad hacia los padres, aunque esta forme parte importante de la verdadera religión. Un caso muy distinto (y en el que puede una persona equivocarse igualmente) es cuando un padre o una madre se hallan enfermos, sin otra persona que les asista que un hijo o una hija. En este caso atender al enfermo puede ser más perentorio que acudir a un culto o a otro cualquier ejercicio de devoción.

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