Mateo 10:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Mateo 10:16 | Comentario Bíblico Online

Toda esta porción se refiere a los sufrimientos que han de padecer en el cumplimiento de su misión los ministros de Cristo con el fin de que sepan lo que les espera y se preparen para ello; también se les instruye acerca del modo como han de soportarlos y proseguir su labor en medio de ellos. Esta parte de las instrucciones de Cristo apuntaba mucho más lejos que la comisión que entonces les encargaba, pues les anuncia las tribulaciones que han de encontrar cuando, después de la resurrección del Señor, su comisión será ampliada. Cristo les dice que han de esperar mayores sufrimientos que los que en aquella ocasión iban a experimentar. Es muy conveniente que se nos avise de antemano acerca de los problemas que nos han de salir al paso, para que así podamos estar convenientemente preparados y no jactarnos de que hemos superado ya las dificultades cuando apenas acabamos de ceñirnos la armadura para combatirlas. Predicciones y prescripciones se hallan mezcladas en esta porción.

I. Predicciones de problemas y aflicciones que los discípulos han de hallar en su labor. Cristo preveía los sufrimientos de ellos como preveía los suyos propios, pero quiere que se lancen a la obra con el mismo valor con que Él se lanzaba a la suya. Les predijo todo esto, no sólo para que las aflicciones no les tomasen por sorpresa y fuesen tropiezo para su fe, sino para que, al cumplirse la predicción, resultasen en confirmación y fortalecimiento de su fe. Así, pues, les dice lo que van a sufrir y de parte de quién.

1. Lo que habían de sufrir; sin duda, cosas muy duras: He aquí que yo os envío como a ovejas en medio de lobos (v. Mat 10:16). ¿Qué puede esperar un rebaño de ovejas pobres, indefensas y poco numerosas, en medio de una gran manada de lobos hambrientos, sino persecución y tormento? Terrible destino, tener que convivir entre lobos; pero consoladora perspectiva, saberse enviados de Cristo; porque quien les envía es poderoso para protegerlos y sacarlos de los apuros.

(A) Han de esperar odio: Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre (v. Mat 10:22); esta es la raíz amarga de todo lo demás que ha de sobrevenirles. El mundo odia a quienes Cristo ama. Si a Cristo le aborrecieron sin motivo (Jua 15:25), no es de extrañar que aborrezcan también a quienes llevan la imagen de Cristo y sirven a los intereses de Cristo. Resulta penoso ser odiado y objeto de la maledicencia ajenas, pero ¡por causa de su nombre! Esto explica la razón del odio pero también el consuelo de los que por tal razón son odiados. ¡La causa es santa y buena, y santo y bueno es el amigo por el que sufren y con quien la comparten!

(B) Han de esperar arresto y prisión como malhechores. La maldad de los enemigos, no sólo será incansable, sino también a veces irresistible, pues conseguirán a menudo lo que intentan: Os entregarán … os azotarán … seréis llevados, etc. (vv. Mat 10:17-18). Y todo esto, ante tribunales, en sinagogas, ante gobernadores y reyes. ¡Cuánto sufren los buenos bajo capa de legalidad y orden público! Y han de esperar persecución, no sólo por parte de alcaldes y de oficiales de inferior categoría, sino también de reyes y gobernadores. Todo esto lo vemos cumplido ya en Hechos de los Apóstoles.

(C) Han de esperar ser entregados a la muerte (v. Mat 10:21). La maldad de los enemigos ha de llegar a estos extremos, y la fe y paciencia de los santos han de mantenerse firmes y constantes como para esperarlos; pero, al mismo tiempo, la sabiduría y el amor del Señor ha de permitirlo, ya que sabe cómo hacer de la sangre de los mártires semilla de cristianos y sello de la verdad divina. Por este noble ejército de soldados de Cristo que menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apo 12:11), Satanás es vencido, y el Reino de Dios es extendido.

(D) Han de esperar, en medio de todos esos sufrimientos ser infamados y apellidados con los nombres más odiosos e ignominiosos. Todos los perseguidores de todas las épocas se las han arreglado para colocar etiquetas denigrantes (p. ej., enemigos de la patria, renegados, herejes, alborotadores, etc.; v. Hch 16:20-21; Hch 19:25.; Hch 22:22-30; Hch 23:1-35; Hch 24:1-5) sobre los creyentes para hacerlos odiosos ante la opinión pública y justificar así toda clase de crueldades contra ellos. Aquí se les asocia con el peor de los insultos que podían lanzarse a la cara de un israelita: Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¡cuánto más a los de su casa! (v. Mat 10:25). Beel-zebú significa literalmente: Señor de las moscas, pero es sinónimo de «príncipe de los demonios», con quien los fariseos habían asociado ya a Cristo (Mat 9:34). Como se supone que todo el mundo odia al diablo, el mejor modo de hacer odiosa a una persona es representarla como amiga de Satanás. Así se invierten los términos (v. Isa 5:20): los enemigos jurados de Satanás son presentados como sus amigos; y los Apóstoles, que estaban para destruir el reino de Satanás, son llamados diablos. En cambio, los servidores jurados de Satanás pretenden así ser sus enemigos, pero nunca trabajan más y mejor a su favor, que cuando pretenden estar luchando contra él y rindiendo culto a Dios (Jua 16:2). ¡Cuántas veces ocurre que quienes más cerca están del diablo son propensos a achacar a otros una cercanía mayor al príncipe de las tinieblas!

(E) Estos sufrimientos están representados como un grave conflicto, como espada y enfrentamiento (vv. Mat 10:34-35): No penséis que he venido para traer paz a la tierra. Cristo no se contradice de esto en Jua 14:27. Él vino a traer su paz, paz para con Dios (Rom 5:1) mediante la reconciliación llevada a cabo en la cruz del Calvario y, así, paz en la conciencia y paz con los demás (Rom 12:18); pero el mundo no está preparado para esta paz, porque no quiere recibir el Evangelio de la paz (Hch 10:36). En el mundo, habían de esperar aflicción (Jua 16:33). Si todo el mundo recibiese a Cristo, habría una paz universal pero mientras se le rechace, los hijos de Dios, que no son del mundo, han de esperar la enemistad de parte de los que son del mundo.

(a) Cristo trae espada: la espada de la Palabra de Dios (Efe 6:17), que penetra en los corazones (Heb 4:12) para llevarlos a la compunción (Hch 2:37). Con esta espada habían de luchar contra el mundo. Pero, al mismo tiempo, traía (no porque fuese esa su intención, sino una consecuencia prevista de Su mensaje) la espada de la persecución, con la que el mundo lucharía contra los discípulos, cuando los perseguidores, en vez de sentirse operados con el bisturí de la Palabra, se sintiesen heridos por ella en lo más vivo (Hch 7:54). Con eso, el mensaje del Evangelio daba ocasión a que se desenvainase la espada de la persecución, y en este sentido Cristo pudo decir que venía a traerla.

(b) Cristo trae también enfrentamiento y división: He venido para enfrentar al hombre (v. Mat 10:35). De nuevo este efecto del Evangelio no es culpa del mensaje, sino de quienes no lo reciben. La fe de los creyentes acusa y condena a quienes no creen y, como consecuencia, los no creyentes se convierten en enemigos acérrimos de los creyentes. Las disensiones más violentas e implacables siempre han sido las surgidas por diferencias en materia de religión; no hay enemistad tan encarnizada como la de los perseguidores religiosos, ni resolución tan firme como la de los verdaderos creyentes al ser perseguidos. Cristo ha sido amoroso y fiel con nosotros, al decirnos lo peor que nos espera en Su servicio, y quiere que cuantos se dispongan a servirle, se detengan antes a calcular el coste.

2. Se nos dice también aquí de parte de quiénes y a manos de quiénes habían de sufrir esta oposición. Es como si el Infierno mismo diese suelta a todos los demonios, y estos se posesionasen de los hombres, para que surja una lucha tan encarnizada contra una doctrina cuyo núcleo es buena voluntad para con los hombres (Luc 2:14). Pero la realidad es otra y precisamente en esto se muestra hasta dónde llega el misterio de la iniquidad: Toda esta oposición y enemistad contra los predicadores del Evangelio surge, no de los demonios, sino de aquellos mismos a quienes los ministros de Dios vienen a ofrecer una salvación gratuita, completa y eterna. Efectivamente, los discípulos de Cristo han de esperar todas estas cosas.

(A) De parte de los hombres (v. Mat 10:17): Guardaos de los hombres; es decir, poneos en guardia para lo que os han de hacer. La enemistad rabiosa y persecutoria convierte a los hombres en fieras. ¡Cuán triste cosa es que los mejores amigos que la humanidad posee, hayan de estar en guardia de los demás hombres. Los sufrimientos de los siervos del Señor son tanto más graves cuanto que son inferidos por sus semejantes, de la misma sangre y de la misma familia humana. La naturaleza humana cuando no está santificada, es la peor de todas después de la diabólica.

(B) De parte de hombres que profesan religión, e incluso se jactan de la forma de la piedad: Os azotarán en sus sinagogas (v. Mat 10:17), lugares de reunión para dar culto a Dios y ejercitar la disciplina; de forma que consideran como un deber religioso el azotar y torturar a los siervos de Dios. De esta forma fue azotado Pablo cinco veces por los judíos (2Co 11:24). Es de notar, como caso curioso, al par que nefando, que las peores persecuciones han sido siempre desencadenadas por motivos religiosos y, con la mayor frecuencia, por los representantes de la Iglesia oficial (de cualquier denominación). Aun dentro de una misma organización eclesial el llamado «odio teológico» ha venido a ser una expresión proverbial, cuyo eslogan descarado podría ser: ¡Muera el que no piense como yo!

(C) Por parte de hombres en autoridad: Seréis llevados por causa de mí aun ante gobernadores y reyes (v. Mat 10:18). Los judíos no se contentarían con azotarles, que era el mayor tormento al que, en aquel tiempo, se extendía su poder, sino que les entregarían a las autoridades del Imperio Romano, como hicieron con el Señor Jesucristo (Jua 18:30). Así se les llevaba ante quienes, al tener mayor poder, podían infligir mayor tormento.

(D) Por parte de todos: Seréis aborrecidos de todos (v. Mat 10:22), ya que la generalidad de los hombres son perversos y anticristianos. Son tan pocos los que aman, reconocen y favorecen la justa causa de Cristo, que bien puede decirse que los tales son aborrecidos de todos. En la medida en que avanza la apostasía, avanza también la enemistad contra los verdaderos creyentes; a veces se muestra con mayor crueldad; otras veces, se insinúa celada y solapadamente; pero siempre permanece algo de este veneno dentro del corazón de todos los hijos de desobediencia (Efe 2:2).

(E) Por parte incluso de los parientes más cercanos: Hermano entregará a la muerte a hermano, y padre a hijo; y los hijos se levantarán contra sus padres, y los harán morir (v. Mat 10:21). Y, por este motivo, se enfrentarán el hombre contra su padre, la hija contra su madre y la nuera contra su suegra (v. Mat 10:35). Donde el afecto natural y el deber filial habrían de contribuir a prevenir o, al menos, acabar pronto con el enfrentamiento, vemos que es donde la enemistad adquiere su mayor virulencia, entre los de casa (v. Mat 10:36). ¿Por qué se enciende el furor de los de la propia casa contra un creyente con mayor ardor que el de los de fuera? La razón es sencilla: Cuanto más profundo es el motivo de disensión, mayor es la enemistad; y, por otra parte, cuanto más estrecha es la intimidad y continua la compañía de las personas, más enconado es el odio e inevitable el choque. No es extraño que la conversión de un familiar desencadene el odio del resto de la familia y haga añicos los vínculos más fuertes y ejerza sobre el creyente la opresión más ominosa, la enajenación total y el ostracismo. No me afrentó un enemigo dice David , sino tú, hombre … mi amigo y mi familiar (Sal 55:12-14). Tal enemistad es de ordinario, la más implacable: El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar (Pro 18:19).

II. Junto a estas predicciones de aflicción, tenemos aquí también consejos y disposiciones consoladoras para tiempos de prueba. Veamos lo que dice:

1. Por vía de consejo y dirección de diversos puntos:

(A) Sed prudentes como las serpientes (v. Mat 10:16). La serpiente es un animal que muestra gran cautela y destreza en evitar los peligros y, sobre todo, protege y cubre su cabeza, donde reside su fuerza vital y su poder maléfico. Con esto quería Cristo indicar que los suyos, y especialmente sus ministros, al estar tan expuestos a los ataques y peligros del mundo, no se expusieran sin motivo, sino que usasen todos los medios legítimos para protegerse. En la causa de Cristo, hemos de estar dispuestos a perder la vida temporal con todas sus conveniencias materiales, pero no debemos derrocharla sin motivo. Es un hecho, bien atestiguado por la Historia, que los creyentes que se ofrecían espontáneamente al martirio, sin ser buscados por los perseguidores, eran los más propensos a retroceder en la hora del tormento.

(B) Sed sencillos como las palomas. La paloma es símbolo de la paz, de la inocencia, de la pureza, de la mansedumbre. Cristo quería que los suyos fuesen como Él: sin daño y sin engaño, dispuestos a recibir cien injurias más bien que a devolver una sola. Pero, como demostró Él con Su ejemplo, quería que se combinara la prudencia de la serpiente con la sencillez de la paloma. Como ha escrito muy bien Steir: «Que tu sabiduría nunca degenere en astucia, ni tu sencillez en ignorancia o imprudencia». Los creyentes participan del Espíritu de Cristo, el cual descendió sobre Jesús como paloma, un Espíritu cuyo primer fruto es amor, adornado de todos los atributos del amor verdadero (Gál 5:22-23).

(C) Guardaos de los hombres (v. Mat 10:17). Tened mucho cuidado en todo lo que decís y hacéis, y evitad las compañías peligrosas; poneos en guardia ante la hostilidad de la humanidad en general. La bondad debe ir unida a la precaución. No prestemos nuestra confianza a quien no conocemos suficientemente. Puesto que nuestro Maestro fue entregado con un beso por uno de Sus discípulos, hemos de estar en guardia.

(D) Cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis (v. Mat 10:19). Aunque volveremos sobre esto más adelante nótese que se trata de «cuando os entreguen». El Señor quería evitar a los suyos el miedo y la perplejidad a la hora de ser llevados a los tribunales; el aturdimiento puede llevar a decir incongruencias, mientras que la serenidad de ánimo, con toda la confianza puesta en Dios, favorece la conexión apropiada de las ideas y el flujo de las expresiones más oportunas. No hay por qué rebuscar un léxico florido ni períodos rotundos, todo lo cual sirve para dorar causas perdidas; el oro de la verdad no necesita tales coberturas. El discípulo de Cristo debe preocuparse de vivir bien más que de hablar bien; procurar preservar su integridad, más bien que vindicarla. Nuestra vida santa, mucho mejor que las palabras jactanciosas, es la mejor apología.

(E) Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra (v. Mat 10:23). El Señor les instruye a que pongan en práctica la prudencia de la serpiente, y eviten la persecución en cuanto esté de su parte. Un buen ejemplo lo tenemos en el mismo Señor, al escapar de Sus enemigos hasta que llegó Su hora, y también en Pablo, como lo podemos observar en el libro de Hechos. Siempre que Dios abre a los suyos una puerta de escape, ellos han de aprovecharla en caso de inminente peligro, para huir a otro lugar donde, sin duda tendrán oportunidad de ser útiles a la causa del Evangelio, y contar con que, al escapar de un frente de batalla, bien puede ser que tengan que luchar en otro. Nada tiene de vergonzoso el que los soldados de Cristo practiquen la retirada de un lugar, con tal de que no traicionen su testimonio; muy bien pueden escapar del sitio de peligro, con tal que no deserten del puesto del deber.

(F) No los temáis (v. Mat 10:26). No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (v. Mat 10:28). Quienes de veras temen a Dios, no tienen por qué temer a ningún hombre; y quienes son temerosos de no cometer el menor pecado no tendrán miedo de pasar por el mayor apuro. Aunque la tierra sea sacudida de su lugar (Job 9:6), no hay por qué temer; mientras tengamos un Dios tan bueno y defendamos una causa tan justa, tenemos una gran esperanza mediante la gracia. Del soldado de Cristo puede afirmarse con mucha mayor razón que del bravo soldado de la legión romana: Etsi fractus illabatur orbis, impavidum ferient ruinae = Aunque el orbe se derrumbe hecho pedazos, él aguantará impávido el impacto de los cascotes.

(a) Para contrarrestar el miedo natural, les da una razón tomada del limitado poder de los enemigos; pueden matar el cuerpo, pero eso es lo más que pueden hacer; su poder no se extiende a más; mas no pueden matar el alma, no pueden hacer ningún daño al núcleo mismo de la personalidad. El alma sufre la muerte cuando es separada de la comunión con Dios, en la que reside la verdadera vida, y esto está fuera del alcance del poder del perseguidor. La tribulación, la angustia y la persecución pueden separarnos del mundo, pero no pueden separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor (Rom 8:35, Rom 8:39); no pueden impedir que amemos a Dios, ni que seamos amados de Él. Si, pues, tenemos más cuidado de nuestras almas que de nuestros cuerpos, no tendremos miedo a los hombres; podrán quebrar la vitrina, pero no podrán robar la joya.

(b) Les da un buen remedio para lo mismo: temer a Dios. Temed más bien a aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno. El Infierno es la destrucción de alma y cuerpo, no porque dejen de existir, sino porque dejan de existir bien. Esta destrucción viene de la mano de Dios, que es el Único con suficiente poder para ello. A Dios es, pues, a quien deben temer aun los más santos de este mundo. El temor de un Dios amoroso y poderoso es el antídoto más eficaz contra el temor a los hombres. Es preferible caer bajo el enojo del mundo entero, que caer bajo el enojo de Dios (Heb 10:31); y, por consiguiente, al ser lo más correcto es también lo más seguro el obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 4:19).

2. Por vía de consuelo y estímulo. Muchas cosas les dice también con la misma finalidad, en la medida en que de momento las podían entender, al tener en cuenta, no sólo las muchas dificultades que después les saldrían al encuentro, sino también la debilidad que a la sazón experimentaban, antes de que descendiera sobre ellos el Espíritu Santo (Hch 1:8). Cristo les muestra, pues, por qué motivos debían tener buen ánimo.

(A) Hay una promesa que se refiere especialmente, aunque no exclusivamente, al viaje misionero que iban a emprender: De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre (v. Mat 10:23). Era un consuelo muy grande, (a) saber que lo que iban a proclamar se cumpliría; (b) que se cumpliría pronto. Es un gran estímulo para los obreros del Señor el saber que sus trabajos se acabarán en breve. En cuanto al sentido de esta difícil frase, la interpretación más probable es la siguiente: La expresión «el Hijo del Hombre» tiene en la Biblia un sentido doctrinal inconfundible; sólo puede interpretarse aquí de Su Venida para juicio y liberación; quizás tiene 2 niveles, como el Sermón sobre el Olivete, pero ciertamente uno de los niveles apunta a la Gran Tribulación que precederá al Milenio.

(B) También hay expresiones que se refieren al trabajo de ellos en general, y las dificultades que habían de encontrar en su tarea; son también palabras de consuelo y estímulo.

(a) Los sufrimientos de ellos habrían de ser para testimonio a ellos (a los reyes y gobernadores) y a los gentiles (v. Mat 10:18). Esto se cumplió puntualmente en el caso de Pablo, como vemos en el libro de Hechos. La entrega de los discípulos en manos de las autoridades, habría de ser una ocasión magnífica para dar testimonio del Evangelio, tanto a los judíos como a los gentiles. Los hijos de Dios, y especialmente Sus ministros, tienen el privilegio de ser testigos, no sólo en el trabajo, sino también en el sufrimiento (Flp 1:29). Por eso se llama «mártires» (voz griega que significa «testigo») a los que dan el testimonio más auténtico mediante la entrega de su vida. Al ser esto así, ¡con cuánto gozo hay que dar ese testimonio!

(b) En todas las circunstancias tendrían una presencia especial de Dios con ellos, y una inmediata asistencia del Espíritu Santo: Os será dado en aquella hora lo que habéis de hablar (v. Mat 10:19). Los discípulos de Cristo habían sido escogidos de entre lo necio del mundo (1Co 1:27), hombres iletrados e ignorantes (Hch 4:13) y, por ello, con razón podían desconfiar de su capacidad cuando fuesen presentados delante de gente culta e instruida. Primeramente, se les promete que les será dado no de antemano, sino en aquella hora, lo que han de hablar. Tendrán que improvisar, pero, con la ayuda especial de Dios, hablarán tan a propósito como si lo hubiesen estudiado a la perfección. Es en estos casos, y sólo en estos, cuando hay que depender totalmente de la inspiración de Dios para hablar convenientemente y dar respuestas sabias a preguntas inesperadas. Aplicar esto a la predicación de un mensaje como opinan algunos no sólo es una señal de perezosa negligencia y falta de responsabilidad, sino que equivale prácticamente a tentar a Dios. Se les asegura también, en segundo lugar, que el Espíritu de Dios hablará en ellos (v. Mat 10:20). No estarán sin ayuda en tales ocasiones, sino que Dios se encargará de socorrerles, y el Espíritu Santo, con Su sabiduría infinita cumplirá con Su papel de abogado, y defenderá la causa en ellos y por ellos.

(c) El que persevere hasta el fin, este será salvo (v. Mat 10:22, comp. con Mat 24:13). Este versículo ha sido mal interpretado con frecuencia, como si la perseverancia fuese la causa de la salvación eterna (contra Efe 2:8, entre otros lugares). El versículo admite dos sentidos: el que tenga paciencia hasta el final (eso dice lit. el griego), salvará su vida, al seguir las instrucciones que aquí da el Señor; o también, el perseverar (aguantar) hasta el final, venida la persecución (v. Mat 13:21), demostrará que es un verdadero creyente; es decir, salvo. Podemos considerar el consuelo que comporta saber que la tribulación tendrá un fin; puede durar por algún tiempo, pero no ha de durar siempre. Es cierto que, mientras dura, hay que soportarla, y soportarla hasta el final, porque hasta el final también dispondrá de la fuerza necesaria por parte de Dios, mientras dure la prueba, durará también la fuerza (v. 1Co 10:13). La salvación eterna bien merece aguantar la tribulación por un poco de tiempo (Rom 8:18; 1Pe 1:6). Como dice W. Law: «la grandeza de las cosas que siguen a la muerte hace que las cosas que la preceden se hundan en la nada». Entrar en la casa del Padre bien compensará de las peores tormentas de esta vida. En cambio los que sólo aguantan por un poco de tiempo y, cuando viene la tentación se echan para atrás, han corrido en vano y han perdido cuanto habían ganado anteriormente. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (Apo 2:10).

(d) Por mucho que hayan de sufrir los discípulos de Cristo nunca llegarán al nivel de lo que padeció el Maestro (vv. Mat 10:24-25 y Heb 4:15). El discípulo no está por encima de su maestro. Aquí se les expone la razón por la cual no han de tropezar al primer embate ni ante la mayor dificultad. Cristo vuelve a recordárselo en Jua 15:20. Es ya una expresión proverbial que el siervo no es mayor que el amo y, por tanto, no ha de esperar mejores cosas. Jesucristo, nuestro Señor y Dueño, se encontró con la más dura oposición de parte del mundo (Heb 12:3), con lo que culminó de obra, en la muerte más ignominiosa y cruel que se conocía, y de palabra, en el denuesto más vil y abominable que podía lanzarse a la cara del Hijo de Dios, llamándole Beelzebú, dios de las moscas y príncipe de los demonios, con el cual decían que estaba en liga. Es difícil de calibrar cuál de las dos cosas era más de admirar, si la maldad perversa de los hombres que así trataron a Jesús o la paciencia del Señor al aguantar tan indigno tratamiento. ¡Que Satanás, el Enemigo y Destructor, pudiese ser el aliado del Dios y Salvador nuestro! ¡Y que el Dios Santo y Todopoderoso aguantase una suposición tan ignominiosa! La consideración de todo lo que el Señor sufrió en este mundo, debería prepararnos para esperar algo semejante y soportarlo con paciencia; no pensemos que es muy duro parecernos a Él en el sufrimiento, Si hemos de ser semejantes a Él en la gloria (1Jn 3:2). Cristo bebió en solitario la gran copa de amargura para que, siguiéndole, no falte en la nuestra, por amarga que sea, algo de su dulzura; Él llegó a ser del todo desamparado del Padre, para que nadie se sienta completamente sin amparo.

(e) No hay nada oculto, que no haya de ser manifestado (v. Mat 10:26). Lo que Cristo les había dicho a ellos en privado, había de ser proclamado públicamente (v. Mat 10:27) a todo el mundo. Las verdades que al ser misteriosas, están ahora ocultas a los hijos de los hombres, serán hechas notorias a todas las naciones en sus respectivas lenguas (Hch 2:11), y los últimos confines de la tierra verán esta salvación. Es un gran estímulo para los obreros del Señor saber que es una obra que tendrá cumplimiento seguro. Es como un arado que Dios se encargará de empujar y apresurar. También es verdad, aunque el sentido literal del versículo no sea este, que ha de llegar el día en que el Señor sacará a la luz también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones (1Co 4:5); que los ministros de Cristo proclamen, pues, con toda fidelidad Su mensaje, y Él se encargará, a su debido tiempo, de revelar la integridad de ellos.

(f) Que la providencia de Dios cuidará de ellos, de una manera especial, mientras sufran (vv. Mat 10:29-31). Buena cosa es recurrir, de vez en cuando, a los primeros principios de las cosas (en lo que consiste la sabiduría) y, en particular, a la doctrina de la providencia universal de Dios, la cual se extiende a todas las criaturas y a todas sus acciones, aun a las más pequeñas e insignificantes.

En primer lugar, la extensión general de la providencia divina a todas las criaturas, incluye las menores como, por ejemplo los gorriones (v. Mat 10:29). Estos pajaritos cuentan tan poco, que uno de ellos apenas posee valor alguno; por eso, es preciso juntar dos para que valgan un cuarto (y hasta se pueden comprar cinco por dos cuartos; Luc 12:6); sin embargo, no están fuera del cuidado de Dios: Ni uno de ellos caerá a tierra sin consentirlo vuestro Padre. Aunque no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, Dios los alimenta (Mat 6:26). Los hombres podrán cazarlos, pero ya sea que mueran de muerte violenta o de muerte natural, no caen sin el permiso de Dios. Su muerte es «noticia» en el diario divino ¡cuánto más la muerte de uno de los hijos de Dios! El Padre de los cielos que así se ocupa de los gorriones, porque son sus criaturas, mucho más se ocupará de nosotros, que somos Sus hijos, príncipes celestiales y coherederos con Cristo. Esto bastaría para silenciar todos los temores del creyente: Vosotros valéis más que muchos pajarillos (v. Mat 10:31)

En segundo lugar, la cuenta particular que Dios lleva de todo lo que, de algún modo, pertenece a los discípulos de Cristo, especialmente en medio de los sufrimientos: En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados (v. Mat 10:30). Esta frase es ya proverbial, para indicar la cuenta que Dios lleva de todo cuanto pertenece a los suyos, aunque sea tan insignificante como un cabello de la cabeza. Si Dios tiene contados nuestros cabellos, con mayor razón tendrá contadas nuestras cabezas y cuidará de nuestra vida y de lo más conveniente para toda nuestra persona. Con esto, se nos da a entender que Dios se ocupa de ellos más que ellos de sí mismos: Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá (Luc 21:18). Nadie se aflige por la caída de un solo cabello; sin embargo, ni uno solo cae sin permiso de nuestro Padre para indicar que ni el daño más insignificante ha de afectar a los hijos de Dios sin el permiso del Padre Celestial, para quien tan preciosa es la vida (y aun la muerte) de los Suyos.

(g) Que Jesús reconocerá como Suyos en el día del triunfo a los que ahora le confiesan en el día de la prueba, mientras que quienes ahora le niegan, serán negados, desconocidos y rechazados por Él (vv. Mat 10:32-33). Confesar a Cristo delante de los hombres es nuestro deber y, si lo cumplimos, será después un máximo honor y una dicha inefable. Es nuestro deber y nuestro privilegio no sólo creer en Cristo, sino también profesar dicha fe, tanto en sufrir por Él cuando llega la ocasión, como en servirle en todo momento. Aunque ahora pueda exponernos al reproche y a la aflicción, seremos abundantemente recompensados por ello: En la resurrección de los justos, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Así honrará Cristo a los que le honran; Ellos le honran delante de los hombres. ¡Bien poca cosa! Él les honrará delante de Su Padre. ¡Esto sí que es gran cosa! Gran peligro es para cualquiera el negar a Cristo delante de los hombres, pues quienes tal hagan, serán negados por Él en el gran Día, cuando más lo necesiten. Al que le niega como Señor, Él le negará como siervo Suyo: Entonces les diré claramente: Nunca os conocí (Mat 7:23).

(h) Que el fundamento del discipulado había sido dispuesto de tal manera, que había de hacerles ligeros y fáciles los sufrimientos; y fue bajo la condición de estar preparados para los padecimientos, como Cristo los recibió como seguidores Suyos (vv. Mat 10:37-39). Les advirtió desde el principio que no eran dignos de Él, si no estaban dispuestos a prescindir de todo para seguirle. En la profesión de la fe cristiana, son considerados como indignos de la dignidad y de la felicidad que ella comporta, quienes no ponen en el interés por Cristo un valor tan grande como para preferirle a todos los demás intereses de la vida. No pueden esperar la ganancia de un contrato, quienes no se avienen a las condiciones del mismo. Si la religión es digna de algo, ha de ser digna de todo. Los que no estén dispuestos a seguir a Cristo a este precio, mejor es que se marchen a su propio riesgo, pero sepan que cualquier cosa que entreguemos a cambio de esta perla preciosísima bien vale la pena por la eterna ganancia del cambio. ¡Qué consuelo tan grande para los que pueden decir, como Pedro: Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido (Mat 19:27)! Las condiciones incluyen que hemos de preferir a Cristo:

(i) Antes que a nuestros parientes más próximos y queridos: padre o madre, hijo o hija (v. Mat 10:37). Los hijos han de amar a sus padres, y los padres han de amar a sus hijos; pero si los aman más que a Cristo, son indignos de Él. Así como el odio de nuestros parientes no debe apartarnos de Él (vv. Mat 10:21, Mat 10:35, Mat 10:36), así tampoco debe apartarnos de Él el amor que tengamos a nuestros más allegados y amigos.

(j) Antes que a todas nuestras comodidades: El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí (v. Mat 10:38). Obsérvese aquí: 1. Que los que quieran seguir a Cristo, han de tomar su cruz y seguirle. No se refiere a problemas y penalidades que se nos presentan en la vida, pues eso no lo tomamos, sino que se nos viene encima; la cruz que hay que tomar es todo lo que comporta el seguimiento de Cristo, incluida una muerte violenta como la Suya; la imagen que aquí se nos presenta es la del criminal condenado a muerte, que toma sobre sus hombros la cruz en que va a ser clavado y ocupa su lugar en la procesión de los que así cargados se dirigen al lugar del suplicio. 2. Pero es un consuelo muy grande para los que toman su cruz, saber que van siguiendo a Cristo tan de cerca que, como indica Pedro (1Pe 2:21), Él va dejando tras de Sí la huella calcada (gr. hypogrammón), la pisada inconfundible sobre la cual poner con seguridad nuestro pie. La pisada que lleva por la cruz a la luz; por el Calvario, a la Resurrección.

(k) Antes que a la misma vida temporal: El que halla su vida, la perderá (v. Mat 10:39). El que piense que ha encontrado su vida al conservarla mediante la negación de Cristo, bajo la presión de la persecución, la perderá en la muerte eterna; pero el que pierda su vida natural por causa de Cristo, y prefiera perderla antes que negarle, la hallará, con ventaja incomparable, al recuperarla para la vida eterna. Quienes más desprendidos están de la vida presente, mejor preparados están para la vida futura.

(l) Que Cristo mismo se considerará tan ligado a la causa de ellos, que tendrá por amigos Suyos a los amigos de ellos (vv. Mat 10:40-42): El que a vosotros recibe a mí me recibe. Se insinúa aquí que aunque la mayoría inmensa de la gente los va a rechazar, encontrarán, sin embargo, algunos que los recibirán, que escucharán con gusto su mensaje y les darán la bienvenida en su corazón, así como acogerán en sus casas a los mensajeros de Cristo. Los ministros de Cristo no trabajarán en vano. Así, pues, Cristo toma lo hecho a sus fieles ministros, ya sea en amabilidad o en hostilidad como hecho a Él mismo y se considera a Sí mismo tratado como son tratados ellos. Véase pues, cómo Cristo puede ser todavía obsequiado por los que le presentan públicamente sus respetos; a sus siervos y a sus ministros los tenemos siempre con nosotros; y Él está con ellos siempre, hasta el fin del mundo (Mat 28:20). Más aún, el honor sube de punto con lo que sigue: Y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Al obsequiar a los ministros de Cristo, se obsequia no sólo a ángeles, sin saberlo, sino a Cristo, y a Dios mismo, sin saberlo igualmente, como se deduce de Mat 25:37: ¿Cuándo te vimos hambriento, etc.?

Aunque el gesto amable hacia los discípulos de Cristo sea tan pequeño, cuando no hay oportunidad de hacer más, como darles de beber sólo un vaso de agua fresca, será aceptado por Cristo y tenido en cuenta para una pingüe recompensa. Los favores hechos a los discípulos de Cristo son anotados en Su libro y evaluados allí no según el precio del regalo, sino según el amor y el afecto sincero del donante. Según esta cuenta, las dos moneditas que echó la pobre viuda de Luc 21:3-4, no sólo pasaron como dinero corriente, sino que fueron estampilladas como de muy alto valor. Así también, todos los que son ricos en gracias pueden ser ricos en buenas obras, aunque sean pobres en bienes de la tierra.

La amabilidad mostrada a los discípulos de Cristo debe ser hecha con la mira puesta en Jesús y por Su causa. Un profeta ha de ser recibido por ser profeta; y lo mismo ha de decirse, según el Señor, de un discípulo, de un justo, etc. Recibir a un ministro de Dios, por ejemplo, por su cara, por su traje, por su talento o por su elocuencia, no entra dentro de las recompensas divinas, puesto que se trata de valores meramente humanos. Lo que no se hace por el interés de Cristo, no merece que Cristo le preste interés.

Esa amabilidad mostrada a los discípulos de Cristo, no sólo será aceptada, sino también ricamente recompensada a su tiempo. No dice que merecen una recompensa, porque nadie puede recibir nada como un salario de las manos de Dios; pero sí recibirán su recompensa como un regalo de las manos de Dios. De cierto os digo que no perderá su recompensa (v. Mat 10:42). No sólo la recibirá, sino que de ningún modo la perderá. La recompensa puede hacerse esperar, pero de ninguna manera se va a perder ni se perderá nada con la demora en recibirla. Recibirá recompensa de profeta, etc.; es decir, recibirá la recompensa que el mismo habría recibido si hubiese sido un profeta, hombre inspirado por Dios para comunicar Su mensaje a los demás.

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