Mateo 24:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Mateo 24:29 | Comentario Bíblico Online

Esta porción, según todos los comentaristas, habla claramente de la Segunda Venida del Señor. La frase: E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, favorece sin duda a quienes ven en la porción anterior una profecía, no de la destrucción de Jerusalén en el año 70, sino del fin de la era presente. Veamos cómo Cristo predice su Segunda Venida:

I. Declarándola paladinamente (vv. Mat 24:29-31). El sol se oscurecerá, etc.

1. Primero se nos dice que habrá un tremendo cambio en la creación, y en especial, en los cuerpos celestes: El sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor (comp. Isa 13:9.; Eze 32:7; Joe 2:31, citado en Hch 2:20; Hch 3:15; Amó 8:9; Apo 6:12); y las estrellas caerán, y las potencias de los cielos serán sacudidas; es decir las fuerzas que mantienen la estabilidad del mundo sideral. La cita de Hch 2:20 es altamente significativa, pues nos da a entender que siempre que Dios se dispone a llevar a cabo un acontecimiento «revolucionario» (lo será el derramamiento del Espíritu), el Universo entero participa en él. A lo largo de la literatura profética de la Biblia, se halla una superposición de planos, en los que reaparece este sacudimiento cósmico, el cual tendrá su final totalmente literal, cumplimiento al tiempo del gran juicio ante el Trono Blanco (2Pe 3:7-12; Apo 20:11; Apo 21:1). Será entonces, cuando los dichosos habitantes de la nueva Jerusalén, en un Universo transformado a fin de ser el hábitat conveniente para los redimidos hijos de Dios (Rom 8:19-22), no necesitarán del sol, ni de la luna, ni de las estrellas, porque tendrán luz perpetua con la gloria de Dios que reverberará en el Cordero (Apo 21:23; Apo 22:5). Cuando el Señor murió, el sol se eclipsó sobrenaturalmente (es imposible tal eclipse en luna llena), para dar a entender que el juicio del mundo pesaba sobre Jesús (2Co 5:19-21), pero, al final, el sol cesará en su luz, no para producir oscuridad, sino para dar paso al eterno Sol de justicia, que alumbrará a los hijos de Dios por los siglos de los siglos, mientras caerán las tinieblas eternas sobre los hijos de la noche (1Ts 5:5; Apo 20:10; Apo 21:8), quienes sufrirán así sobre sí mismos el juicio de Dios, por no haber querido aceptar el juicio que Dios llevó a cabo en la Cruz (Jua 3:17-21; Jua 8:24; Heb 10:26-31; 2Pe 3:7; Apo 22:15, y especialmente Jua 5:24, donde taxativamente se dice que el que cree, no viene a juicio).

2. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo (v. Mat 24:30). No resulta fácil identificar esta señal (¿la gloria de la shekinah?). En su Primera Venida, Jesús fue puesto para señal que es objeto de disputa (Luc 2:30), pero en su Segunda Venida será puesto para señal que es objeto de admiración, pues aparecerá sin relación con el pecado (Heb 9:28), ya que todos sus enemigos habrán sido puestos por estrado de sus pies (Sal 110:1; Heb 10:13) ¿En qué relación estamos con Jesucristo? ¿De qué forma queremos que nos sorprenda su Venida?

3. Y entonces harán duelo todas las tribus de la tierra. La alusión a Zac 12:10-14, sitúa en primer plano a las tribus de Israel, aunque Apo 1:7 parece incluir un trasfondo más extenso. Este duelo no es señal de condenación como algunos comentaristas interpretan erróneamente , sino de contrición sincera, al reconocer en Jesús, a quien traspasaron, al verdadero Mesías; de ahí que Israel figure en primer plano (v. Hch 2:23, Hch 2:36; Hch 3:15; Hch 4:10; etc.). Los pecadores arrepentidos al ver a Cristo en la Cruz, lloran con la tristeza que es según Dios (2Co 7:10); los que siembran con esas lágrimas, pronto cosecharán con gozo (Sal 126:5; Isa 25:8 Apo 7:17; Apo 21:4). Ninguna lágrima sincera se pierde en la presencia de Dios (Sal 56:8).

4. Y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Vemos aquí que:

(A) El juicio del gran día es encomendado al Hijo del Hombre (Jua 5:22, Jua 5:27).

(B) El Hijo del Hombre vendrá aquel día sobre las nubes. Las nubes son las intermediarias entre el Cielo y la Tierra, no sólo porque ellas absorben de abajo el agua salada que después devuelven dulce mediante la lluvia, sino especialmente porque la nube fue siempre el lugar donde la presencia de Dios se revelaba, al mismo tiempo que se velaba (Mat 17:5); por eso, Cristo, al subir a los cielos, fue hecho invisible tras la nube, pero aquel día será hecho visible viniendo sobre las nubes (Hch 1:9, Hch 1:11; v. tamb. Dan 7:13-14).

(C) En su Primera Venida, Jesús apareció en estado de humillación profunda y de debilidad (2Co 13:4; Flp 2:6-8), pero en su Segunda Venida, aparecerá con poder y gran gloria (v. 2Ts 1:7-10).

(D) Con esta gloria vendrá el Juez, para que los pecadores queden totalmente confundidos, habiéndole despreciado cuando vino en humildad y mansedumbre. «¿Es éste dirán aquel Jesús a quien tuvimos en poco, a quien rechazamos, contra el que nos rebelamos, a quien pisoteamos, cuya sangre tuvimos por inmunda? (Heb 10:29) ¡Vino para ser nuestro Salvador (Luc 19:10), pero ahora es nuestro Juez!» Si el lector no es verdadero creyente y no se siente aún movido a sincera contrición, que ore al menos con aquella admirable estrofa del Dies irae: «Buscándome, te sentaste cansado (v. Jua 4:6); me redimiste, padeciendo en la Cruz (2Pe 2:1 «negarán al Dueño que los compró»); ¡Que tanta fatiga no sea en vano para mí!»

(E) Enviará sus ángeles con gran voz de trompeta (v. Mat 24:31). No pertenece a este lugar el analizar si esta trompeta coincide con la de 1Co 15:52 y 1Ts 4:16, como algunos opinan, o con la de Apo 11:15, como parece más probable. La trompeta de 1Co 15:52 suena como una llamada militar a la resurrección gloriosa de los que son de Cristo, cada uno en su debido orden (1Co 15:23). La trompeta de Mat 24:31; Apo 11:15 suena para anunciar el comienzo del reino mesiánico, con el juicio sobre sus adversarios. Ésta será trompeta de ángeles, que vendrán escoltando al Hijo del Hombre (Mat 16:27; 2Ts 1:7), mientras que la de 1Co 15:52; 1Ts 4:16 es «trompeta de Dios», fuera de la serie descrita en Apo 8:6, etc. Baste con esto, por ahora. Los ángeles que reunirán a los escogidos, de los cuatro vientos, etc., son los mismos que en Mat 13:30, Mat 13:39-43, han de separar la cizaña del trigo, para quemar aquella y almacenar éste en el granero del reino de Dios.

II. Aplicándola para instrucción general, para acertar a discernirla (vv. Mat 13:32-36): De la higuera aprended la parábola. La higuera es frecuentemente un símbolo de la nación de Israel (Jer 24:1-10; Ose 9:10; Joe 1:6-7; Luc 13:6, comp. con Mat 21:19-20). Es como si Jesús quisiese predecir, junto con estos eventos escatológicos, una nueva vida para el futuro reino de Israel (Hch 1:6-7). Es como si estuviésemos ante el prospecto de una nueva primavera: Cuando ya su rama se ha puesto tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Las obras de Dios son siempre perfectas. Él tiene un plan para la historia del mundo, y ese plan se llevará a cabo sin que nada ni nadie pueda impedir que se cumpla. Él tiene también un plan para cada hijo suyo, y sean cuales sean las vicisitudes por las que hayamos de atravesar, estamos persuadidos de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Flp 1:6). Respecto a los acontecimientos que esperamos, de acuerdo con lo predicho aquí por el Salvador:

1. Jesús nos asegura con su palabra divina que así ha de ser: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (v. Mat 13:35). La palabra de Jesús es más firme que las fuerzas cósmicas que mantienen en equilibrio todo el Universo, desde los subátomos hasta las galaxias, porque cuando los cielos y la tierra actuales pasen para ser transformados en nuevos cielos y nueva tierra (Rom 8:19-22; 1Co 7:31; Apo 21:1), las solemnes predicciones de Cristo no sufrirán jamás la mínima alteración, todo se cumplirá en el tiempo de Dios, que es el mejor tiempo, y de la manera que Dios hace todas las cosas, que es la mejor manera. Cada palabra de Dios (y Cristo es Dios) es sumamente acrisolada (Sal 119:140) y, por tanto sumamente asegurada (1Pe 1:23).

2. Después da instrucción en cuanto al tiempo en que esto ha de suceder (vv. Mat 13:34, Mat 13:36).

(A) En cuanto al tiempo en general, será durante «esta generación»: De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca (v. Mat 13:34). Este difícil versículo es explicado de diversas maneras: (a) se refiere únicamente a la generación contemporánea de Jesús, pues antes de 40 años podrían presenciar la destrucción de Jerusalén; esto no se compagina con el contexto que habla claramente de la Segunda Venida del Señor; (b) se refiere a la generación contemporánea del final que empieza por la restauración oficial del Estado de Israel en 1948; esta opinión, sostenida especialmente por muchos judíos conversos contemporáneos parece forzar el texto y trata peligrosamente de fijar una fecha límite 1988 con el descrédito que sigue a toda fijación de fechas no cumplidas (que lo digan los «Testigos de Jehová»); (c) se refiere a la permanencia de los judíos a lo largo de la Historia, contra viento y marea, como ejemplo vivo de la providencia de Dios que efectúa algo así como un milagro de supervivencia; según Rom 11:25, este misterio se aclarará cuando haya entrado la plenitud de los gentiles; pero cuándo será esto, no lo sabemos. Los planos se superponen una vez más en la profecía, y la generación que presenció la destrucción del año 70 se extiende hasta la de los que mirarán al que traspasaron.

(B) Pero de aquel día y de aquella hora nadie sabe ni aun los ángeles del cielo, sino sólo mi Padre (v. Mat 13:36). Hay un día fijado, el llamado día de Jehová (día del Señor, en el Nuevo Testamento), frase frecuente en los libros proféticos, como puede verse con una ligera ojeada a una pequeña Concordancia; este día es conocido únicamente por el Padre (Hch 1:7). En Mar 13:32 (lectura bien atestiguada), Jesús se excluye a Sí mismo de tal conocimiento: ni el Hijo. Basta un conocimiento elemental de la Teología para saber que Cristo, en cuanto Dios, siendo igual al Padre (Jua 10:30), conocía también esto, pero no como Revelador (Verbo) del Padre (v. el com. a Mar 13:32). La incertidumbre del día y de la hora en que el Señor ha de venir, sirve para mantener en vela a los creyentes, pues para ellos es olor de vida para vida; a los incrédulos, por el contrario, les sirve para despreocuparse más y más de su salvación; para éstos, es olor de muerte para muerte (2Co 2:16).

III. Exhorta, por ello, a estar preparados (vv. Mat 13:37-44). Puesto que:

1. Aquello vendrá de improviso, como pasó en los días de Noé (vv. Mat 13:37-39). En tiempos de Noé, Dios hizo un severo juicio contra la humanidad corrompida, por medio del Diluvio, mientras los hombres vivían sólo para dar pábulo a los sentidos, despreocupados de la palabra de Dios y de la ruina que se les venía encima. La moderna apostasía de las masas es un síntoma de que nos acercamos al final. Comer y beber son necesarios para la conservación del individuo; casarse y darse en matrimonio lo son para la preservación de la especie humana; pero el necio estoicismo (o epicureísmo) del «comamos y bebamos, porque mañana moriremos» (Isa 22:13; 1Co 15:32), equivale a la táctica del avestruz, que esconde la cabeza bajo la arena cuando ve venir el enemigo, como si por no verle, pudiese escapar de él. ¡Cuántas veces, los incendios u otros graves accidentes, sorprenden a las víctimas en lugares de jolgorio y de crápula! ¡Qué encuentro tan terrible con el Juez! ¡No busquemos lugar, compañía ni ocupación en que no querríamos que nos sorprendiese la muerte!

2. El resultado será horrible como lo fue en los días de Noé: No se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos (v. Mat 13:39). ¡No se dieron cuenta! A pesar de que Noé les predicaba, de alguna manera, mientras se preparaba el Arca (Heb 11:7; 1Pe 3:20) ellos desobedecieron; no creyeron, y fueron justamente condenados cuando se creían seguros. Hasta que vino el diluvio, etc. Vino el diluvio cuando no lo esperaban, o pensaban que sería una lluvia cualquiera. Cuando se dieron cuenta de la catástrofe, era demasiado tarde. La aplicación va a continuación: Así será también la venida del Hijo del Hombre. La falsa seguridad y la sensualidad parecen ser las constantes históricas que marcan la proximidad de una catástrofe (Luc 21:34; 1Ts 5:3, como un eco de Jer 6:14; Eze 13:10, entre otros lugares). Como el diluvio se llevó a los coetáneos de Noé, así se llevará la Segunda Venida del Señor a los que no se arrepientan en la última y gran tribulación.

3. Será un día de separación (vv. Mat 13:40-41). Los escogidos serán reunidos de los cuatro vientos (v. Mat 13:31), para participar de las bendiciones del reino mesiánico. Es sumamente interesante que Lucas no intercale estos versículos en el capítulo Luc 21:1-38 sino en Luc 17:34-35, en un contexto que habla de la venida del reino. A la vista del versículo Mat 24:29 («después de la tribulación de aquellos días …»), al empalmarlo con el entonces del versículo Mat 24:40, no queda otra explicación consecuente de esta separación súbita, sino la de aquellos que afirman que no se trata del arrebatamiento de la Iglesia (a pesar de ser ésta la opinión corriente), sino de que uno será tomado para juicio, y otro dejado para gozo; no sólo lo pide el contexto, sino incluso el paralelismo del se los llevó del versículo Mat 24:39. El Señor pone un ejemplo de labor masculina: dos trabajando en un campo, y otro de labor que solía llevarse a cabo por mujeres: dos moliendo en un molino. Son ocupaciones corrientes, en las que el Señor sorprenderá a las personas de aquel tiempo aunque parezcan ocupaciones de la clase llamada «baja» (Éxo 11:5), el escogido no perderá su bendición abundante. Por muy dispersos y escondidos que se hallen, los ángeles los encontrarán y los reunirán. ¡Qué sorpresa tan fabulosa, del campo o del molino a las manos de los ángeles para disfrutar de las bendiciones del reino! Quienes están en las manos de Cristo y del Padre, no perecerán jamás (Jua 10:28-29). ¿Estarán mezclados con los malvados en el campo, en el taller o en la oficina? ¡Que no se desanimen! Los ángeles los encontrarán y separarán el trigo de la cizaña (Mat 13:40-43).

4. Por tanto, hay que velar (vv. Mat 24:42-44). Esto también tiene aplicación devocional para nuestro tiempo, y en este sentido lo podemos entender:

(A) Velad, pues (v. Mat 24:42). Es un deber general de todos los seguidores de Cristo el velar y estar despiertos como hijos del día y de la luz (1Ts 5:4-11). Así como el estado de pecado es comparado al sueño y a la muerte (v. Efe 2:1, Efe 2:5; Efe 5:14; 1Ts 5:6), y denota la inconsciencia y la inutilidad, así también el estado de gracia se caracteriza por la vigilancia y la actividad provechosa (1Pe 5:8; 2Pe 1:8). Velar implica, no sólo creer que el Señor viene, sino esperar y anhelar que el Señor apresure su Venida (2Pe 3:12-14; Apo 22:17, Apo 22:20); equivale a mantenerse en aquella disposición de ánimo y espíritu en la que desearíamos que el Señor nos encuentre cuando venga. Velar indica también que estamos como en la noche, cuando los demás duermen; por eso, necesitamos una fuerza especial para mantenernos despiertos entre los que no se aperciben de las cosas celestiales.

(B) Estad preparados (v. Mat 24:44). En vano velaríamos, si no estuviésemos bien preparados. No es suficiente con tener buena vista; es menester también poner diligencia (2Pe 1:9-10). Cuando nos espera una herencia tan copiosa, cuando hay por delante una meta tan halagadora y un premio tan excelente, debemos controlarnos bien y lanzarnos presurosos hacia adelante (1Co 9:24-27; Flp 3:13-14).

(C) Las razones para que velemos y estemos preparados son dos: (a) porque no sabemos cuándo vendrá el Señor; (b) porque su Venida tendrá enorme trascendencia para la felicidad de los que estén preparados y para la desdicha de los que no lo estén. En efecto, no sabemos a qué hora ha de venir nuestro Señor (v. Mat 24:42). No sabemos ni el día en que iremos a su presencia ni el día en que Él se hará presente. La muerte no tiene consideración a ninguna edad, y el Señor puede venir cuando menos lo pensemos (v. Mat 24:44). Sabemos que vendrá, pues Él lo ha prometido, pero no sabemos cuándo vendrá; es decir, será una hora en que los no preparados no habrán pensado, pues no lo esperaban (v. Mat 24:50), y aun los que le esperaban no pensaban que fuese a venir precisamente a la hora aquella. Al ser esto tan trascendente, habríamos de aprender de los hombres del mundo, que saben obrar con prudencia respecto a las cosas materiales (v. Mat 24:43). Cuando un amo tiene sospecha de que en cualquier hora de cualquier noche puede venir un ladrón a robarle, está en vela y, aun cuando duerma, el menor ruido le despierta, y siempre está preparado para dar al ladrón una acogida «calurosa». Al saber, pues, que el Señor va a venir, y al no saber cuándo, es de una prudencia elemental el estar en vela y preparados, para que aquel día no nos sorprenda como un ladrón (1Ts 5:4). Cuando venga Cristo, si nos encuentra durmiendo y mal preparados, nuestra casa será horadada y se perderá todo cuanto haya de algún valor en ella. Por tanto, también vosotros estad preparados; tan preparados como el buen amo de su casa estaría a la hora en que puede esperarse que venga el ladrón.

IV. Y muestra cuál será el resultado de estar o no estar preparados para su Segunda Venida. Ésta es la segunda razón para velar y estar debidamente preparados, porque lo que aquí se juega tiene que ver con nuestro destino eterno. La venida del Señor traerá inmensa felicidad al siervo preparado, fiel y prudente, e inmensa desdicha al siervo malo. Comparemos la suerte de uno y otro (vv. Mat 24:45-51).

1. En cuanto al siervo bueno (vv. Mat 24:45-47) muestra lo que es: uno que está al frente de la servidumbre; lo que debe ser: fiel y prudente; y si lo es, lo que será eternamente: dichoso.

(A) Su oficio es estar al frente de la servidumbre, para que les de el alimento a su tiempo. Esto tiene aplicación especial a los administradores de los misterios de Dios (1Co 4:1). Los ministros de Dios están puestos para ejercer autoridad (1Ti 5:17), no como príncipes o señorones (1Pe 5:3), sino como servidores y administradores; no como dueños, sino como guías (Heb 13:17). Su autoridad les viene de Cristo, y su labor consiste en tener bien alimentada con la buena doctrina y el buen ejemplo la grey de Cristo a su debido tiempo. Su labor es dar, no tomar para sí solos, lo que el amo ha comprado al precio de su sangre; han de dar alimento, no leyes (eso le compete al amo), y alimento que sea sano y nutritivo; y han de darlo a su tiempo (gr. en kairó), es decir, cuando sea oportuno de acuerdo con la necesidad y las circunstancias.

(B) El siervo bueno ha de desempeñar bien su oficio de administrador.

(a) Ha de ser fiel. Fiel es aquel en quien se puede confiar; y cuanto más valioso es lo que se le confía, tanto mayor es la fidelidad que de él se espera. Por eso se requiere especialmente de los administradores de los misterios de Dios, que cada uno sea hallado fiel (1Co 4:2). Ministro fiel de Cristo es aquel que busca sinceramente el honor de su Señor, no el suyo propio; el que tiene consideración con los débiles y reprende a los grandes, sin acepción de personas.

(b) Ha de ser prudente y discreto en el modo de desempeñar su oficio. Para guiar bien la grey se necesita, no sólo integridad de corazón, sino tacto y tino de manos. A un siervo le basta con ser honesto, pero un buen administrador necesita ser prudente.

(c) Ha de ser activo. El oficio de supervisor es buena obra (1Ti 3:1). En la Iglesia de Roma se inventó un proverbio sarcástico acerca de los jerarcas, a base de este versículo de 1Ti 3:1: «Lo de buena, para el obispo; lo de obra, para el vicario». Pero el ministro de Dios no puede limitarse a echar sobre otros las cargas que él debe desempeñar personalmente, como tampoco debe monopolizar todos los ministerios, de modo que los demás creyentes hayan de limitarse a las cuatro «virtudes» de los laicos, como irónicamente comentó un obispo en el Vaticano II: oír, callar, obedecer y rezar. Si la Iglesia de Cristo es un cuerpo, un organismo vivo, cada miembro ha de ejercitar su respectiva función; lo contrario lleva a la atrofia y a la hipertrofia, es decir, a la deformidad. Quienes tienen celo por el honor de Dios y el bien de las almas, siempre tienen algo que hacer, y hacerlo con un objetivo bueno y concreto.

(d) El Amo lo ha de encontrar, no hablando, sino obrando así (v. Mat 24:46). Esto insinúa: Primero: Constancia en el trabajo, para que el amo le halle ocupado en el trabajo de cada hora, a cualquier hora que Él venga. Así como de parte de Dios, el final de una misericordia es el comienzo de otra, así también de parte de sus ministros fieles, el final de una obra buena ha de ser el comienzo de otra. Segundo: Perseverancia en el obrar hasta que venga el Señor.

(C) El siervo fiel será amplia y generosamente recompensado:

(a) Será buscado y reconocido como bueno, lo cual se insinúa en esa pregunta: ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente? (v. Mat 24:45), lo cual parece implicar que esta clase de siervos escasean (comp. Pro 31:10). Pero los que responden a los rasgos característicos que aquí se detallan, serán honrados y distinguidos por Cristo con grandes privilegios y honorables responsabilidades que posteriormente les ha de conferir.

(b) Será dichoso (v. Mat 24:46), con el rico contenido que esta palabra tiene en su sentido bíblico; no es una dicha terrena (pobre, frágil, efímera), sino una bienaventuranza (plena, firme, eterna) lo que le espera al siervo fiel. Todos los que mueren en el Señor, son bienaventurados (Apo 14:13); pero hay una dicha especial, reservada para los que son hallados buenos siervos y administradores. Al ser asistentes (según el gr. de 1Co 4:1) de Cristo, así como han de estar más cerca del general en jefe durante la batalla, así lo estarán también en la celebración de la victoria y en la recogida del botín.

(c) Será promovido a más alto cargo: De cierto os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda (v. Mat 24:47). Los señores y jefes sensatos suelen promover a los más altos puestos de honor y responsabilidad en sus feudos y empresas, a los subalternos y asistentes que mayor competencia y fidelidad muestran en el desempeño de sus respectivas funciones. Pero el mayor honor que el señor más poderoso de este mundo pueda, o haya podido jamás, conferir a uno de sus más fieles servidores, es como nada en comparación del peso de gloria (2Co 4:17) que el Señor Jesús conferirá a sus fieles siervos en el mundo venidero.

2. En cuanto al siervo malo, tenemos aquí:

(A) La descripción que de él se hace (vv. Mat 24:48-49). La más vil de las criaturas es una persona malvada; el más vil de los seres humanos es un mal creyente, y el más vil de los creyentes es un mal ministro de Dios. Veamos:

(a) La causa de su maldad, que es una falsa doctrina: Dice en su corazón: Mi señor tarda en venir (v. Mat 24:48). Con esta falsa opinión llega a creerse que quizá no vendrá nunca. El aparente retraso es señal de paciencia (2Pe 3:9), pero los burladores sarcásticos lo toman como fábula para seguir andando según sus propias concupiscencias (2Pe 3:3-5. Los que sólo creen a sus sentidos corporales están siempre prestos a decir del Señor Jesús lo que el pueblo de Israel decía de Moisés cuando éste se tardaba en bajar del monte: Haznos dioses … porque a este Moisés … no sabemos qué le haya acontecido (Éxo 32:1). Los que no sirven a Dios, sirven a dioses falsos: el dinero (Mat 6:24) o el vientre (Flp 3:19): ídolos, ídolos, ídolos (que significa en griego: todo figura, y nada más).

(b) La consecuencia de su maldad, que es una práctica perversa, pues es un esclavo de sus pasiones y apetitos. Esto se muestra en dos vicios muy característicos de los malos jefes, ya sean superiores o subalternos:

Primero, la violencia: Comienza a golpear a sus consiervos. No es cosa nueva entre los malos servidores el tratar violentamente a sus consiervos y a sus subordinados. ¡Ojalá no se diera esto también entre creyentes! Este mal siervo les golpea para imponer su autoridad, o porque le echan en cara su conducta o porque no le hacen tantas reverencias como espera de ellos. El administrador que trata a los subordinados con dureza, suele hacerlo en nombre del amo, por la causa del amo, en el ejercicio incorrecto de la autoridad delegada por el amo; pero algún día sabrá que no ha podido hacer mayor afrenta al amo con la forma en que se ha comportado en ausencia de éste.

Segundo, la crápula: Y a comer y a beber con los borrachos. No sólo abusa de la comida y de la bebida, sino que se asocia con los peores viciosos. Busca la compañía insensatamente jovial de los borrachos, y así los endurece más y más en su vicio. La ebriedad es un vicio terrible, porque es la puerta de otros vicios peores, ya que los que son esclavos del alcohol, no son dueños de sí en ningún otro terreno de la ética. ¡Ésta es la descripción de un mal administrador, de un ministro que quizá posee gran erudición y elocuencia, más que muchos otros!

(B) El juicio que le espera (vv. Mat 24:50-51). Obsérvese:

(a) La sorpresa que el mal siervo se va a llevar: Vendrá el señor de aquel siervo el día que éste no espera, y a la hora que no sabe. Dejar de pensar en la Segunda Venida de Cristo no es demorar que Cristo venga (o la muerte, que acarreará las mismas consecuencias). Nuestra imaginación no tiene poder para parar el reloj de Dios como tampoco lo tiene para ponerlo en marcha. La Venida de Cristo será la más desagradable y terrible sorpresa para los pecadores despreocupados especialmente para los malos ministros del Señor. Vendrá el día que el siervo no espera; pero éste no tendrá excusa: Mirad que os lo he predicho (v. Mat 24:25).

(b) La severidad del castigo. No es más severo que lo justo, pero comporta una ruina total:

Primero, en cuanto al castigo corporal mediante una muerte horrible: Lo castigará muy duramente. Lit. lo cortará por la mitad (v. 2Sa 12:31; Heb 11:37). La muerte corta en dos de muchas maneras: separa al hombre de sus más íntimos, de sus intereses más queridos, de sus planes acariciados, de sus diversiones más entretenidas, de la sociedad, del mundo, etc. Pero en especial efectúa un corte dolorosísimo, al separar el cuerpo del alma, tan íntimamente unidos que constituyen una sola persona. Esta separación es llevadera, y hasta gozosa, cuando hay esperanza segura de ir a la presencia del Señor (2Co 5:8; Flp 1:21-23), pero es horrible e intolerable cuando alma y cuerpo van a ser echados en el Infierno (Mat 10:28).

Segundo, en cuanto al castigo eterno: Pondrá su parte con los hipócritas, compartirá el destino de los más abominables enemigos de Cristo y de su Evangelio. Cuanto más larga sea la capa religiosa bajo la cual se oculte el siervo, el administrador de las cosas de Dios, tanto peor será su porción eterna: con los hipócritas puesto que son los peores hipócritas. La frase de Abraham al rico inmisericorde: Hijo, acuérdate … (Luc 16:25), será como un cuchillo afiladísimo, penetrante en el corazón de un ministro de Dios que se haya comportado como un malvado cualquiera. ¡Predicar a otros salvación, para que vayan al Cielo, y precipitarse el predicador en la boca del Infierno es cosa terrible! (v. 1Co 9:27, aunque en este caso no se trata de la condenación eterna). Allí será el llanto y el crujir de dientes, frase que, como en otros lugares, expresa la angustia y la desesperación de los réprobos, bajo la ira y la indignación de Dios. Quien es ahora Salvador, será entonces Juez, y cada uno irá al estado y lugar que para siempre Él decrete, según la conducta anterior de cada uno (Rom 2:6).

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