Juan 11:25 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, Cristo consuela a sus discípulos con la promesa de que, cuando Él se marche, quedarán bajo la tutela y la instrucción del Espíritu Santo.

I. Cristo les recalca la importancia de las instrucciones que Él mismo acababa de darles, a fin de que no las olviden: «Os he dicho estas cosas estando con vosotros» (v. Jua 14:25). Lo que ha dicho no lo va a retractar, sino que ha de quedarse impreso en la mente y en el corazón de ellos, como si hubiese de permanecer «esculpido en piedra para siempre, con cincel de hierro y con plomo» (Job 19:24).

II. Les promete el envío del Espíritu Santo, el cual tampoco «hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo cuanto oiga» (Jua 16:13) del Padre y del Hijo. Así que, por medio del Espíritu, les hablará Jesús, del mismo modo que, por medio de Jesús, les ha hablado hasta ahora el Padre. Vemos, pues, que en el versículo Jua 14:26, Cristo les dice:

1. Quién dará al Espíritu la comisión de venir en ayuda de ellos: «El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre» (v. Jua 14:26), es decir, por mi intercesión (v. Jua 14:16) y para mi gloria (Jua 16:14), en cuanto hombre; y por mi comisión y autoridad, en cuanto Dios (Jua 15:26). Nótense los nombres que se dan aquí a la tercera persona de la Trina Deidad. En cuanto al epíteto de Paráclito o Consolador (vocablo que no agota el sentido del original), ya hemos hablado al comentar el versículo Jua 14:16. En cuanto a «Espíritu», véase el comentario a 3:5 8. Se llama «Santo», no precisamente por ser sin pecado, ni defecto ni límite, o por hallarse en posesión de todos los atributos morales, y en grado infinito, que pertenecen a la santidad de conducta, ya que todo esto le es común con el Padre y con el Hijo, sino: (A) por proceder del Padre y del Hijo por la vía del amor, así como el Hijo procede del Padre por la vía de la mente (Logos). El Espíritu Santo es un «regalo» (doreá; Hch 2:38) procedente del amor que, primeramente, une al Padre y al Hijo en la santísima inclinación de la voluntad común de ambos hacia el Sumo Bien contemplado en el Verbo; en segundo lugar, es un «regalo» para todo creyente (al menos, de la presente dispensación; v. Jua 4:10; Jua 7:37-39); (B) por ser el «agente ejecutivo» de la Trina Deidad en la santificación de los creyentes, pues Él aplica a los que son salvos lo que Cristo les consiguió mediante la obra de la Redención en la cruz del Calvario, así como en su resurrección y exaltación a los cielos. Los oficios y actividades que aquí y en otros lugares se atribuyen al Espíritu Santo (enseñar, recordar, testificar, convencer, guiar, oír, ayudar, etc.) son propios de una persona, no de un poder o de una fuerza impersonales. Además, sólo a una persona se le puede mentir (v. Hch 5:3-4) o contristar (Efe 4:30). Los comentaristas (nota del traductor), al menos los evangélicos, con rara unanimidad, deducen también que el Espíritu Santo es persona, no fuerza, por el hecho de que, tanto en este versículo, como en Jua 15:26 y Jua 16:14, se le atribuye género masculino, al ser así que el nombre griego pneuma es neutro. Todos estos comentaristas no se percatan de dos detalles gramaticales dignos de consideración: 1) el pronombre personal que aparece en Jua 14:26; Jua 15:26 y Jua 16:14 aunque nuestras Biblias lo traducen por él, no es autós, con lo que estaría clara la concordancia sintáctica con el antecedente más próximo, sino ekeinos = aquél, con referencia no a pneuma (neutro), sino a Parákletos (masculino). 2) Esto resulta todavía más claro si se analiza Jua 14:16-17, donde todos los pronombres relativos y personales que hacen referencia al Espíritu Santo ¡están en neutro!

2. Con qué objetivo será enviado el Espíritu Santo: «Él (lit. Aquél) os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (v. Jua 14:26). Dos oficios distintos se le atribuyen aquí al Espíritu Santo:

(A) «Enseñar» (interiormente) todas las cosas, es decir, las que pertenecen a la obra del Salvador: «Él guía a toda la verdad» (Jua 16:13) referente a la persona y a la obra de Jesucristo (comp. con Apo 19:10: «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía»). Todas estas cosas las saben quienes poseen el Espíritu de Cristo, «la unción del Santo» (1Jn 2:20, 1Jn 2:27). El Espíritu Santo nos hace la eiségesis o conducción al interior (v. Jua 16:13 hodegései = les abrirá camino) de la verdad, de toda la verdad referente a Jesucristo y a la salvación que Él nos consiguió, no sólo en relación con el pasado y el presente, sino también con el futuro profético (Jua 16:13); en cambio, Jesús, el Verbo encarnado, nos hace la exégesis (v. Jua 1:18; Heb 1:1-2), o revelación, descubrimiento al exterior, de lo que el Padre ha tenido a bien revelarnos «en estos últimos días» (Heb 1:2. Lit. al final de estos días, es decir, en «el cumplimiento del tiempo»; Mar 1:15; Gál 4:4). El teólogo bautista A. H. Strong resume las principales características que señalan una diferencia entre la obra de Cristo y la del Espíritu Santo, de la manera siguiente: «Podemos resumirlas en cuatro afirmaciones: primera, todo lo que sale de Dios parece ser obra de Cristo, mientras que todo lo que vuelve a Dios parece ser del Espíritu; segunda, Cristo, es el órgano de la revelación externa, el Espíritu Santo es el órgano de la revelación (más exacto: iluminación. Nota del traductor) interna; tercera, Cristo es nuestro abogado en el cielo, el Espíritu Santo es nuestro abogado en el alma; cuarta, en la obra de Cristo estamos pasivos, en la obra del Espíritu somos activos». (Systematic Theology, págs. 338 339.)

(B) «Recordar» (gr. hupomnései = traerá a las mientes), como se ve por Jua 2:22; Jua 12:16 y Jua 16:13. «Re-cordar», como solía decir Ortega y Gasset, apoyado en buena etimología, significa: «volver a pasar las cosas por el corazón». La mente es fría, pero el corazón es caliente; por eso, cuando las cosas han pasado por el corazón (comp. con Luc 24:32), difícilmente se olvidan. («¿Se olvidará la mujer de su niño de pecho …?»; Isa 49:15.) Los discípulos olvidaban con facilidad las lecciones que Jesús les daba. El Espíritu no les enseñará nuevas lecciones, ni añadirá nada al Evangelio, sino que les traerá a la memoria las lecciones que les habían sido impartidas por Cristo y les iluminará los ojos del entendimiento y del corazón (Efe 1:18 en sus dos lecturas) a fin de que puedan entenderlas. A todos los creyentes les es dado el Espíritu Santo para que les sirva de recordador. No estará de más (nota del traductor) el percatarse de que el primer nombre con que se designa en la Biblia al «varón» (Gén 1:27. Lit. «macho») es el hebreo zakhar, que significa «el que se acuerda» (Zacarías = Jehová se acordó). Al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, con la pretensión de ser como Dios, sabiéndolo todo (Gén 3:5), parece como si nuestros primeros padres sólo hubiesen llegado al conocimiento de «que estaban desnudos» (Gén 3:7), y al olvido de todo lo que más importa para el eterno bienestar del ser humano. No es extraño que, a lo largo de toda la Biblia, el Señor repita cientos de veces (v. una buena Concordancia) las frases: «recuerda» «recordar», «no olvides», «no olvidéis». Olvidar parece ser el mayor y peor defecto del ser humano caído; el olvido de lo que realmente importa conduce al extravío hacia «lo que no sacia» (v. Isa 55:2; Jer 2:13). Por eso la operación del Espíritu Santo en el corazón de un creyente olvidadizo comienza siempre por un «¡recuerda!» (v. Apo 2:5, comp. con Luc 15:17).

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