Juan 21:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Diálogo de Jesús con Simón Pedro después de la comida.

I. Primero examina Jesús a Pedro acerca del amor y le encomienda el ministerio pastoral (vv. Jua 21:15-17). Observemos:

1. Cuándo inició Jesús este diálogo con Pedro: «Después de haber comido». Cristo previó que lo que ahora tenía que decirle a Pedro, podía causar a éste alguna incomodidad (v. Jua 21:17). Pedro era consciente de haber incurrido en el desagrado de Jesús por haber negado por tres veces a su Maestro, y no podía esperar otra cosa que ser reprendido de su ingratitud. Había ya visto por tres veces al Señor después de la resurrección de éste, sin haber recibido todavía una palabra de reproche. Podemos suponer que Pedro estaría perplejo acerca de su situación en relación con Jesús y de si el Maestro le restauraría en su condición de Apóstol; quizás esperaba lo mejor, pero no sin temores de lo peor. Por fin ahora, después de haber comido, su Maestro le iba a sacar de su perplejidad. En señal de plena reconciliación, después del almuerzo, dialoga con Pedro como con un amigo. Pedro había llorado ya abundantemente su pecado; por eso, Cristo no le dice ni una sola palabra acerca de sus negaciones, pero quiere oír de sus labios la confesión de amor que Pedro le va a ofrecer, antes de encargarle el pastoreo de su grey (v. 1Pe 5:2 «… la grey de Dios», no la de Pedro). Satisfecho Cristo con la sinceridad de Pedro, la ofensa, ya perdonada, queda olvidada, y Cristo le hace saber que le es tan amado como anteriormente. Con ello, nos da el Señor una muestra estimulante de su ternura hacia los pecadores arrepentidos.

2. Cuál fue el diálogo mismo que pasó entre Cristo y Pedro. En él observamos la misma pregunta hecha tres veces, la misma respuesta dada tres veces, y el mismo encargo encomendado tres veces. Tres veces dirigió Jesús la pregunta a Pedro, a fin de impresionarle más. Tres veces nos la refiere el evangelista, para impresionarnos más también a nosotros. En efecto:

(A) Tres veces repite Cristo a Pedro la pregunta de si le ama o no. La primera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan (ésta es la lectura correcta), ¿me amas más que éstos?» Aunque el llamarle «Simón» no comporta ninguna dureza de trato por parte de Jesús (comp. con Mat 16:17), es significativo que lo llame así, por su primer nombre (v. Jua 1:42), en forma que no podría menos de impresionar a Pedro, recordándole que, precisamente en previsión de su caída, Jesús le había llamado por este mismo nombre (repetido, para mayor solemnidad) en Luc 22:31. No le llama Cefas, ni Pedro que es su equivalente en griego, sino su nombre original, el único que tenía antes de ser hallado y convertido por Jesús. La pregunta que Jesús dirige a Pedro la podemos dividir, para mayor comodidad y mejor aplicación, en dos partes:

(a) «¿Me amas?» El verbo griego es agapán, que denota el amor de calidad superior, el que se ofrece incluso a indignos, y a pesar de no hallar correspondencia (comp. con Jua 3:16, etc.). Este verbo ocurre 37 veces en el cuarto evangelio, y 31 veces en las epístolas de Juan. Por eso, se le llama «el Apóstol del amor». Si queremos saber si somos genuinos discípulos de Cristo, debemos preguntarnos si de veras le amamos o no, ya que, si no le amamos, deberíamos ser excluidos de la comunión eclesial (v. 1Co 16:22, donde el verbo es philein = amar afectuosamente, con amor propio de amigos). Cristo hace esta pregunta a Pedro:

Primero, porque su caída anterior daba motivos para dudar de su amor; por eso, Cristo parece decirle: «Pedro, tengo motivos para sospechar de tu amor, porque, si me amases de veras, no te habrías avergonzado de confesar que eras discípulo mío cuando yo estaba en mis sufrimientos». No debemos pensar que se nos hace una afrenta si se examina nuestra sinceridad cuando nosotros mismos hemos hecho algo que ocasiona perplejidad a otros. La pregunta de Cristo es directa: «¿Me amas?» Como si dijese: «Dame una prueba de que me amas, y lo pasado quedará olvidado». Pedro había dado a entender por medio de sus muchas lágrimas, que estaba arrepentido de sus negaciones; pero notemos que la pregunta de Jesús no es: «Simón, ¿cuánto has llorado?», sino «Simón, ¿me amas?», ya que sólo el amor hace que resulten aceptables para Dios todas las demás señales de arrepentimiento (comp. con 1Co 13:1-3). Por eso dijo Jesús, en Luc 7:47 (lit.) acerca de la pecadora que se llegó a Él en casa de Simón el fariseo: «Quedan perdonados sus pecados, que son muchos, puesto que amó mucho». No dice «puesto que lloró mucho», sino «puesto que amó mucho».

Segundo, porque el ministerio que Cristo iba a encomendar a Pedro le daría oportunidades para mostrar y ejercitar este amor. Antes de encomendarle el cuidado de sus corderos y de sus ovejas a Pedro, el Señor le pregunta si le ama. Cristo tiene tal afecto a su grey, tanto interés por sus ovejas, que no quiere encomendar el cuidado de ellas sino a quien le ame a Él sinceramente y de todo corazón. Quienes no aman de veras a Jesucristo, nunca amarán de veras las almas de los hombres, ni amarán tampoco el ministerio que Dios les encomienda. Solamente el amor de Cristo puede constreñir a los predicadores del Evangelio de Cristo (v. 2Co 5:14), a fin de que ejerzan su ministerio con todo denuedo, sin temor a los hombres, ni a las dificultades que les salgan al paso ni a los sinsabores que encuentren en el ejercicio de su ministerio. Pero este amor les hará ligera la carga, fácil el trabajo y espontáneo el afán de salvar las almas. Quien no tenga este amor, más vale que se retire del ministerio; de lo contrario, mostrará que no es buen pastor, sino mercenario y, a veces, lobo.

(b) La pregunta completa de Cristo esta primera vez es: «¿Me amas más que éstos?» La construcción griega admite tres sentidos: Primero: «¿Me amas más que a éstos?» Esta interpretación debe descartarse de inmediato, pues no tiene ninguna base en el texto ni en el contexto, aunque sirve para hacer una aplicación espiritual: El amor a Jesucristo debe ir por delante de cualquier otro amor, incluido el que debemos tener a padre, madre, esposa, hijos y aun a nuestra propia vida (v. Luc 14:26; Jua 12:25). El mismo Juan, en su la Epístola (1Jn 4:20; 1Jn 5:2), nos ofrece el mejor resumen acerca de este tema pues nos dice que el amor al prójimo es la necesaria manifestación del genuino amor a Dios, y que el amor a Dios es el fundamento del genuino amor al prójimo. Segundo: «¿Me amas a mí más que a estas cosas?» (apuntando hacia la barca, las redes, etc.). Ésta es la opinión de quienes piensan que Pedro y los demás discípulos hacían mal en salir a pescar, cuando debían ocuparse en cosas espirituales y en predicar el Evangelio. Ya hemos rechazado anteriormente este punto de vista, sugerido por el deseo, quizá subconsciente, de evadir mejor la opinión de la Iglesia de Roma que ve en estos versículos el fundamento bíblico para el primado universal de jurisdicción de Pedro sobre toda la Iglesia y, por tanto, de sus supuestos sucesores, los obispos de Roma. Esta opinión totalmente infundada, junto con el temor que podría motivarla, se echan definitivamente por tierra y dar la única correcta interpretación de esta pregunta de Jesús. Tercero: «¿Me amas más que éstos?» (apuntando a los demás discípulos). No es que Jesús exija que un discípulo le ame necesariamente más de lo que los demás le aman; en este sentido, el Señor no impone diferencias. La única razón por la que Jesús hace esta pregunta a Pedro, y la repite tres veces, es porque Pedro había asegurado en el Aposento Alto: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré» (Mat 26:33). «Aunque todos sufran tropiezo, yo no» (Mar 14:29). De esta manera Pedro se había considerado a sí mismo mejor, más amante del Señor, que los demás discípulos. A pesar de lo cual, le había negado obstinadamente, mientras que los demás discípulos habían huido y escapar así de Jesús, pero también de la tentación de negarle. Tres veces había negado Pedro al Señor y, por eso, tres veces le hace Jesús la misma pregunta. Otros detalles minuciosos acerca de las semejanzas entre las negaciones de Pedro y las preguntas de Jesús pueden hallarse en el comentario de W. Hendriksen.

(c) Cristo repite la pregunta dos veces más, pero con algunas diferencias: Primera, tanto en la segunda como en la tercera, Jesús dice simplemente «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?», sin añadir: «Más que éstos»; en parte, porque quizá consideró innecesaria la repetición; en parte, con mayor probabilidad, porque el mismo Pedro había omitido la comparación con los demás. Segunda, en las dos primeras preguntas, Jesús usa un verbo (agapán en griego, equivalente, incluso en su fonética, al hebreo aheb) que indica una entrega total de la persona, que compromete la mentalidad y la voluntad. Comoquiera que Pedro no responde con el mismo verbo, sino con otro (philéin en griego, equivalente, al menos en parte, al hebreo rajam) que indica afecto a parientes, amigos etc., e implica sentimiento y emoción, Jesús se acomoda, en la tercera pregunta, a este nivel afectivo de Pedro, y le pregunta con el mismo verbo que Pedro había usado al responder a las dos primeras preguntas.

(B) Tres veces responde Pedro a Jesús de la misma forma: «Sí, Señor; tú sabes que te amo», aunque en la tercera respuesta hay añadiduras y variaciones que analizaremos a continuación. Notemos que:

(a) Pedro no tiene pretensiones de amar a Jesús más de lo que los demás discípulos le aman, sino que, con evidente modestia y cierta desconfianza de sí mismo, se limita a responder, y apela a la ciencia divina de Jesús (comp. con Jua 2:24-25), que le ama con afecto tierno, ferviente. Aprendamos nosotros de él y, aunque hemos de emular a los más piadosos creyentes y esforzarnos en ser campeones del amor a Cristo, hemos de hacerlo todo «en humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo» (Flp 2:3) ya que conocemos nuestra propia maldad mucho mejor que la de los demás, en cuya conciencia y motivación no podemos entrar.

(b) Una y otra vez, Pedro profesa su sincero afecto al Señor. Esto equivale a una profesión implícita, pero clara, de arrepentimiento por su pecado, ya que el recuerdo de la ofensa que hemos cometido contra un ser querido no puede menos de causarnos vergüenza por haber afrentado a la persona a quien profesamos un afecto sincero. También equivale a un propósito firme de adherirse a Jesús en lo futuro, como si dijese: «Señor, tú sabes que te amo» y que no te dejaré de nuevo jamás. Cristo había orado para que la fe de Pedro no se extinguiera (Luc 22:32); al no extinguirse su fe, tampoco su amor se había extinguido, ya que la fe actúa mediante el amor (Gál 5:6).

(c) Cada vez, Pedro apela a la ciencia divina de Cristo, como a testigo fehaciente de la profesión de amor que acaba de hacer: «Tú sabes que te amo». La tercera vez, pone mayor énfasis en dicha apelación, y dice: «Señor, tú sabes todas las cosas; tú conoces que te amo» (lit.) Vemos, pues, que junto al verbo «saber», que indica el conocimiento experimental, empírico, que se tiene de algo bien observado por los sentidos y la razón, Pedro añade el verbo «conocer», que indica una penetración afectiva, subjetiva, fruto del amor. Pedro invita a Jesús a que de testimonio de algo que sabe muy bien, no sólo por su conocimiento divino, universal, de todas las cosas, sino por especial penetración en las tinieblas del corazón de Pedro. Pedro se satisface con este hecho: que Cristo, sabedor de todo, conoce la sinceridad con que expresa su afecto al Señor. Para un hipócrita, por fuerza ha de causarle terror el mero pensamiento de que Jesús conoce todas las cosas. Pero para un creyente sincero, es un consuelo pensar que, digan lo que digan otros de él, Jesús conoce perfectamente el estado de su conciencia y la sinceridad de su corazón. Además, el Señor nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos y, si de veras procuramos seguirle, puede incluso ver atenuantes donde nosotros mismos vemos agravantes, pues tiene en cuenta el barro de que estamos hechos (v. Sal 103:14). Éste es el sentido de lo que el mismo Juan dice en su Primera Epístola (1Jn 3:20): «Si nuestro corazón nos reprocha algo, mayor que nuestro corazón es Dios, y Él conoce todas las cosas».

(d) Cuando Cristo, al usar el mismo verbo con el que Pedro había respondido las dos primeras veces le preguntó por tercera vez: «Simón hijo de Juan, ¿me amas?» Juan añade que «Pedro se entristeció de que le dijese por tercera vez: ¿Me amas?» (v. Jua 21:17), pues esta tercera repetición le trajo, sin duda, a las mientes las tres veces en que había negado él a Jesús en el atrio del sumo sacerdote. Todo recuerdo de los pecados pasados, incluso de los pecados ya perdonados, renueva el pesar de un creyente sinceramente arrepentido. Parece ser que esta tercera pregunta de Jesús infundió a Pedro cierta sospecha de que el Señor preveía alguna otra caída grave de él, y le haría pensar: «Quizá mi Maestro ve en mí algún motivo para sospechar de mi fidelidad; de lo contrario, no me preguntaría con tanta insistencia. ¿Qué será de mí, si vuelvo a ser tentado?»

(C) Tres veces también, Jesús encomienda a Pedro el cuidado de su rebaño: «Apacienta mis corderitos» (v. Jua 21:15, lit.). «Pastorea mis ovejas» (v. Jua 21:16). «Apacienta mis ovejas» (v. Jua 21:17). Nótese lo siguiente:

(a) En este rebaño de Jesús, no de Pedro, hay tiernos corderitos, débiles e inmaduros, y ovejas, propensas a extraviarse e incapaces de volver por sí solas al redil. Con todo, como muy bien observa Hendriksen, no hay razón para establecer una diferencia tajante entre ambos grupos, pues todos los creyentes somos, en ese sentido, corderos y ovejas, contra la suposición imaginaria de algunos intérpretes de la Iglesia de Roma, quienes ven en los «corderitos» a los simples fieles, y en las «ovejas» a los pastores subalternos (supuestos «progenitores», mediante los sacramentos, de los fieles), con lo que el obispo de Roma, «sucesor de Pedro», sería el supremo pastor, no sólo de los fieles, sino también de los pastores.

(b) El encargo que da el Señor a Pedro, respecto de este rebaño, es doble, como lo indican los dos verbos que el original emplea en dichos versículos. El verbo usado en los versículos Jua 21:15 y Jua 21:17 significa dar pasto al rebaño, es decir, proveer a corderos y ovejas del suficiente alimento espiritual de la Palabra de Dios, aplicándola a la condición y a los casos particulares de cada uno. En cambio, el verbo usado en el versículo Jua 21:16 significa hacer el oficio de pastor en la conducción de las ovejas por los parajes más idóneos, no sólo para el pasto, sino también para el ejercicio de caminar por las veredas menos ásperas y menos expuestas a los peligros de toda índole. Estos dos aspectos del ministerio pastoral se ven en la conexión, sin artículo intermedio, de los vocablos «pastores y maestros» de Efe 4:11.

(c) Pero, ¿por qué da Cristo este encargo a Pedro en particular? La aplicación singular a Pedro en esta porción se debe al designio del Salvador de restaurarle en el ministerio pastoral, ahora que estaba arrepentido de sus negaciones y había profesado expresamente su amor al «Príncipe de los pastores» (1Pe 5:4). Esta comisión, renovada ahora a Pedro, era una evidencia de que Jesucristo estaba reconciliado con él y le reconocía como a uno de los «Doce», que habían de ser testigos de primera mano de su resurrección (Hch 10:41), de no ser así, Jesús no habría vuelto a poner su confianza en él. Al perdonar a Pedro, Cristo le encomendaba el cuidado del mayor tesoro que tenía en la tierra: «los que habían de creer en Jesús por la palabra de él» (v. Jua 17:20). Le estimulaba así a cumplir con toda diligencia con su ministerio de Apóstol y con su oficio de anciano (v. 1Pe 5:1).

(d) Pedro era siempre muy activo, y hasta precipitado, en el hablar y en el moverse; para que no se le ocurra ceder a la tentación de dirigir o manejar a los demás pastores, Cristo le encarga dar de comer y dirigir a las ovejas de la grey. Que sea esta la actividad en que se ocupe, y no pretenda propasarse a lo que no se le ha encomendado. Lo que Cristo encargó a Pedro, lo hizo también a los demás discípulos: No sólo que fuesen pescadores de hombres mediante la conversión de pecadores (v. Mat 4:19; Mar 1:17; Luc 5:10), sino también pastores de la grey mediante la edificación de los creyentes (comp. con Hch 20:28).

II. Al haber restablecido a Pedro en su ministerio apostólico, ahora le predice Jesús un honor, mayor todavía, que tiene reservado para él: el honor del mártir (v. Jua 21:19, comp. con Flp 1:29). Veamos:

1. Cómo predice Jesús el martirio de Pedro: «Cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro y te llevará a donde no quieras» (v. Jua 21:18). Analicemos este versículo:

(A) A la predicción aludida, Jesús antepone su solemne aseveración, como es costumbre en Juan, de: «De cierto, de cierto te digo», que le traería a las mientes aquel otro: «De cierto, de cierto te digo» de Jua 13:38, con que le predijo las tres negaciones. Se lo dice, pues, no como una conjetura, sino con toda seguridad. Y, del mismo modo que Cristo previó los futuros padecimientos de Pedro, también conoció de antemano los padecimientos de todos sus seguidores. Después de encargarle el cuidado de su grey, Cristo le advierte que no debe esperar comodidades ni honores, sino sufrimientos y persecuciones.

(B) En particular, le predice que había de morir a manos de un verdugo. Una antigua tradición nos informa de que Pedro fue crucificado en Roma bajo Nerón. La leyenda añade que al conocer cómo iba a ser ejecutado, pidió el favor de que le crucificaran cabeza abajo, porque no se tenía por digno de imitar en la muerte al Salvador. El horror y la espectacularidad de la muerte en cruz añade muchos elementos de terror a la muerte en sí misma. La muerte violenta precedida con frecuencia de horribles torturas, ha sido, y es, la suerte común de gran número de fieles discípulos de Cristo. Aunque el sufrir por Cristo es un gran honor y una gracia especial, no por eso son menores los sufrimientos, pues el que se viste de Cristo (Gál 3:27), no por eso se desnuda de su naturaleza humana. El mismo Jesús pidió repetidamente al Padre que pasara de Él aquella copa (Mat 26:39, Mat 26:42; Mar 14:36; Luc 22:42). Una aversión natural al dolor y a la muerte, especialmente a la muerte violenta, es perfectamente compatible con una rendida sumisión a la santa voluntad de Dios.

(C) Jesús le hace comparar la condición de libertad, de la que Pedro disfrutaba en su juventud, con la que tendrá que sufrir posteriormente: «Cuando eras más joven, te ceñías tú mismo e ibas a donde querías». Esto insinúa, no sólo la libertad de la que Pedro había disfrutado en su juventud, sino también la conducta carente de discreción y disciplina que Pedro había llevado en su juventud. Como diríamos en lenguaje del vulgo: «Hacía lo que le daba la gana». No siempre hacía lo que era correcto. Como hace notar agudamente W. Hendriksen, Cristo muestra su benevolencia a Pedro, al decir: «Cuando eras más joven», con lo que implica con ello que ya no era el veleidoso y caprichoso joven de antaño, aunque la experiencia reciente le había enseñado todavía una lección que tardó en aprender. Los que han pasado la juventud sin disciplina ni restricciones de ninguna clase, son propensos después, cuando llegan tiempos de problemas: pobreza, enfermedad, sufrimiento, abstención de muchas cosas agradables, etc., a resentirse de las presentes privaciones y recordar con nostalgia los tiempos de libertad, salud y abundancia. Pero deberíamos hacernos la pregunta siguiente, al ver las cosas desde otro punto de vista: «¿Cuántos años de prosperidad he disfrutado, más de lo que yo merecía y mejoraba en mi carácter? Y, al haber recibido tantos bienes, ¿por qué no he de estar dispuesto a recibir también males?» (comp. con Job 2:10). Este pensamiento haría que cambiásemos nuestra mentalidad en cuanto al valor de las cosas de este mundo, y nos dispondría mejor a dejar todas las cosas en aras del seguimiento incondicional de Jesucristo. Ya no necesitamos ir a donde nosotros queramos, sino a donde Cristo nos llame y nos lleve, seguros de que nos llevará a donde más nos convenga espiritualmente, y a donde podamos servirle mejor y glorificarle más.

(D) Jesús le dice a continuación lo que ha de padecer cuando sea viejo: «Pero cuando seas ya viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras». Los perseguidores habían de llevarle con toda violencia al lugar de la ejecución, cuando ya estaba para retirarse pacíficamente de este mundo. Dios le había de proteger de la furia de sus enemigos (v. Hch 12:3.) hasta que fuese viejo (v. 2Pe 1:14), de forma que estuviese mejor dispuesto para los padecimientos, y la Iglesia pudiera disfrutar por más tiempo del ministerio de él. Por esta predicción se ve cuán errados andan los que, al referirse a Hch 12:6, dicen que Pedro era un dormilón, mientras, según el versículo anterior, «la iglesia hacía ferviente oración a Dios por él», ya que Pedro tenía dos razones muy buenas para estar durmiendo tranquilamente: (a) Sabía que estaba en las manos de Dios sacarle de la prisión o dejarle en ella, y se sometía enteramente a la divina voluntad. (b) Sabía, especialmente, que no iba a morir entonces, sino cuando fuese viejo. Tendría Pedro, a la sazón, unos treinta y cinco años de edad, y le quedaban como otros treinta y cinco de vida. Podía, por consiguiente, dormir tranquilo.

2. La explicación de esta predicción. Juan hace notar que Jesús «dijo esto, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios» (v. Jua 21:19). No sólo «está reservado a los hombres el morir una sola vez» (Heb 9:27), sino que también está fijada en los designios de Dios la forma en que cada uno ha de morir. Sólo hay un modo de venir a este mundo, pero hay muchos modos de salir de él, y Dios ha determinado cuál es el que nos ha de tocar a cada uno. Pero el objetivo primordial de cada creyente ha de ser que el Señor sea magnificado o por vida o por muerte (Flp 1:20). Cuando morimos con paciencia, con gozo y, especialmente, en servicio del Evangelio, glorificamos a Dios con nuestra muerte y magnificamos la gracia del Señor, que nos capacita para morir así por Él. La muerte de los mártires sirvió de manera especial para glorificar a Dios, ya que «la sangre de los mártires era semilla de cristianos». Quienes honran a Dios a tal precio, de seguro que serán honrados sumamente por Dios.

3. El mandato que, a continuación, dio Jesús a Pedro: «Y dicho esto, añadió: Sígueme». Esta palabra: «Sígueme» era una ulterior confirmación de que el Maestro le restauraba en su amistad y en el Apostolado, así como los primeros «Sígueme» (Mat 9:9; Mar 2:14; Luc 5:27; Jua 1:43) fueron invitaciones a entrar en el Apostolado. Era también una confirmación de los sufrimientos que había de padecer según la predicción que Jesús acababa de hacerle como diciéndole: «Sígueme, y disponte a ser tratado como yo lo he sido, porque el discípulo no está por encima de su maestro (v. Mat 10:24; Luc 6:40). Si a mí me han perseguido, también a ti te perseguirán» (v. Jua 15:20). Con esto le animaba a ser fiel y diligente en su ministerio apostólico. Le había encargado apacentar a las ovejas (v. Jua 21:17), y le proponía como modelo el ejemplo del Maestro (Jua 10:11). En esto le siguió Pedro, y muchos otros mártires, y éste era el mayor honor que podía caberles, puesto que, ¿quién se avergonzaría de seguir a tal Capitán? Quienes siguen fielmente a Cristo en gracia, ciertamente le seguirán también en gloria (v. Jua 12:26).

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