Hechos 6:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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No cabe duda de que Esteban era diligente y fiel en el desempeño de su oficio, sin pensar que fuese algo por debajo de su capacidad. Y, al haber sido fiel en lo poco, le fue encomendado algo mayor, pues le hallamos aquí cumpliendo con el ministerio de evangelista.

1. «Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo» (v. Hch 6:8). Demostraba la verdad del Evangelio obrando milagros en el nombre de Jesús. Estaba lleno de gracia y de poder porque estaba lleno de fe y del Espíritu Santo (v. Hch 6:5). Es por fe como viene a nosotros el poder de Dios. Por fe nos vaciamos de nosotros mismos y somos llenados de Cristo. Obraba los milagros entre el pueblo, pues los prodigios en nombre de Cristo no temen el más estricto escrutinio.

2. Defendía la causa del Cristianismo contra los que se oponían a ella (vv. Hch 6:9, Hch 6:10).

(A) Se nos dice primero quiénes eran sus oponentes (v. Hch 6:9). Todos ellos eran judíos helenistas. Sin duda habían necesitado mayor gasto de dinero y energías para salir de los países en que vivían y establecerse en Jerusalén donde tenían ahora su propia sinagoga; por eso quizás eran tanto más fanáticos en su apego al judaísmo cuanto que la profesión de la religión judía no era para ellos tan fácil y barata como para los que siempre habían residido en Palestina. Se nos dice que pertenecían a la sinagoga llamada de los Libertos (es decir, de quienes habían sido esclavos y se les había dado después la libertad), de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia proconsular. Lo más probable, por el contexto, es que todos ellos se reuniesen en la sinagoga de los libertos, aunque no puede negarse la posibilidad de que cada grupo tuviese su propia sinagoga. La mención de los de Cilicia arroja mucha luz sobre el proceso psicológico de la conversión del apóstol Pablo. Dice Trenchard: «Puesto que asistían a sus cultos (los de la sinagoga) los hombres de Cilicia, es probable que Saulo de Tarso fuese miembro de la congregación, y que fuese uno de los contrincantes de Esteban en las discusiones que surgieron allí. Quizás el proceso que culminó en la conversión del perseguidor de los cristianos empezara allí, bien que el fanático joven había de resistir tenazmente las primeras punzadas de su conciencia y los primeros rayos de luz que le vinieran por el ministerio de Esteban». Pero, ¿por qué disputaban con Esteban, y no con los apóstoles mismos? ¿Es que tenían a éstos como a hombres sin letras y del vulgo (Hch 4:13)? ¿O quizás el gran celo evangelístico de Esteban le llevó espontáneamente o por designación de los demás discípulos a enfrentarse en discusión con dichos oponentes? Un detalle que no debe olvidarse nota del traductor es que Esteban, además de sus cualidades espirituales e intelectuales que le hacían destacarse entre los discípulos, era de extracción helenista como los otros seis «diáconos», con lo que estaba mejor capacitado para disputar con los también helenistas de la sinagoga de los libertos, etc.

(B) También se nos dice cómo soportó Esteban la confrontación (v. Hch 6:10): «No podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba». No podían sostener sus propios argumentos ni responder con efectividad a los argumentos de Esteban. No quedaron convencidos, pero quedaron confundidos. No se nos dice que no podían resistirle, sino que no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Pensaban que discutían únicamente con Esteban, pero discutían con el Espíritu de Dios en él, con quien no podían competir.

3. Al final, selló con su sangre su testimonio. Al no poder contestar a sus argumentos, le formaron proceso como si fuese un criminal y sobornaron a unos testigos que le acusasen de blasfemia. Veamos:

(A) Cómo soliviantaron contra él no sólo a las autoridades, sino también a las turbas (v. Hch 6:12), a fin de que, si el Sanedrín opinaba que no era reo de muerte, pudiesen obligar al tribunal a sentenciarle por la intervención tumultuosa de las masas populares; también hallaron medios de concitar contra él a los ancianos y escribas, a fin de que, si el pueblo se volvía a favor de él, pudiesen prevalecer con el apoyo de las autoridades. Así no dudaban de que se saldrían con la suya, al tener dos barajas con que jugar.

(B) Cómo lo llevaron ante el tribunal (v. Hch 6:12): «Cayendo sobre él, le arrebataron y le trajeron al sanedrín». Cayeron sobre él en grupo y se lo llevaron como se lleva un león su presa, según el significado del verbo griego.

(C) Cuál es el cargo que prepararon contra él mediante los testigos a quienes habían sobornado: «Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios» (v. Hch 6:11); «Este hombre no cesa de hablar palabras contra este lugar santo y contra la ley» (v. Hch 6:13), pues le habían oído decir lo que haría Jesús según ellos contra el templo y contra la ley (v. Hch 6:14). Como en el juicio contra Jesús, estos testigos falsos decían parte de verdad, pero distorsionándola por la forma en la que la presentaban. El cargo era, pues, de blasfemia, agravada por la contumacia después de ser advertido. Los perseguidores de Esteban parecen mostrar gran celo por el honor de Dios y de Moisés. Pero, ¿dijo Esteban blasfemias contra Moisés? ¡De ningún modo! Ni Jesús ni sus discípulos dijeron jamás cosa alguna que ni de lejos se pareciese a una blasfemia contra Moisés. El cargo queda explicado en el versículo Hch 6:13, pues hablar contra el lugar santo equivale a blasfemar contra Dios; y hablar contra la ley equivale a blasfemar contra Moisés. Esto ya es, por sí solo, una falacia, pues no hay tal equivalencia. Esteban repite, en realidad, lo que dijo Jesús: Que la ciudad y el templo serían, en un futuro próximo, destruidos, no por mano de Dios, sino de los romanos, a causa de aquella generación adúltera y perversa. También era falsa la acusación de hablar contra la ley, pues Jesús mismo había dicho (Mat 5:17) que no había venido para abrogar la ley o los profetas; no para abrogar, sino para cumplir; y si cambió ciertas costumbres, fue para introducir y establecer otras mucho mejores.

4. Se nos dice igualmente (v. Hch 6:15) cómo honró Dios a Esteban: «Entonces todos los que estaban sentados en el sanedrín, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel». Es costumbre de los jueces observar fijamente el rostro del reo, en el que se refleja con frecuencia la culpabilidad o la inocencia. Esteban aparecía con tal serenidad mezclada de bravura y con tal mansedumbre llena de majestad, que todos vieron en su rostro como el rostro de un ángel. No cabe duda de que su rostro resplandecía como el rostro de Moisés cuando hablaba con Dios. Dios quería, con este brillo sobrenatural, honrar a su fiel testigo y confundir a sus perseguidores y a sus jueces. No cejaron por eso en su furiosa persecución contra él, sino que continuaron con su procesamiento.

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