Hechos 16:25 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Designios de los perseguidores de Pablo y Silas quebrantados y cambiados en bien por la providencia extraordinaria de Dios.

1. Los perseguidores se proponían desanimar a los predicadores del Evangelio, pero aquí los vemos animados y gozosos. Después de la azotaina que les habían propinado y en la incómoda postura a que el cepo les obligaba a recostarse con las espaldas llagadas, se podía esperar que se quejasen y gimiesen, sin saber además lo que iban a hacer con ellos al día siguiente. Pero los vemos (v. Hch 16:25) a medianoche orando y cantando himnos a Dios; no era hora ni lugar de oración, pero en cualquier sitio y a cualquiera hora se puede orar y adorar a Dios en espíritu y en verdad. Si, como dice Santiago (Stg 5:13), «el que esté afligido haga oración; y el que esté alegre, cante alabanzas», aquí tenemos a Pablo y Silas, bajo aflicción y orando, pero también alegres y cantando alabanzas. Lucas hace notar el detalle de que los presos les escuchaban, lo cual indica que cantaban lo bastante alto para que sus voces se oyesen a través de las recias paredes de los calabozos. Así eran de alguna manera, preparados para el milagroso favor que Dios mostró a todos, al hacer que se abrieran todas las puertas de la cárcel (v. Hch 16:26). Dios animó más todavía a sus siervos, con un repentino y milagroso terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel. El Señor estaba en este fenómeno, y mostraba su ira por las indignidades cometidas con sus siervos; y no sólo se abrieron todas las puertas, sino que las cadenas de todos se soltaron (comp. con Hch 12:7).

2. Los perseguidores se proponían parar el avance del Evangelio, pero ahora resultaba que el propio carcelero que tan mal había tratado a Pablo y Silas en cumplimiento de las órdenes que había recibido de sus superiores, se convertía al Evangelio, haciéndose siervo de Cristo. Como buen romano, y aunque no tenía ninguna culpa en la apertura de la cárcel, se quería suicidar (v. Hch 16:27), ya que daba por supuesto que todos los presos habían huido. Él no podía ver el interior de la prisión, pues estaba oscuro y era medianoche, pero Pablo pudo ver bien, sobre el fondo de la relativa claridad exterior, el gesto del carcelero al desenvainar la espada (pues, en todo caso, sabía que sería ejecutado; comp. Hch 12:19), por lo que se apresuró a gritarle (v. Hch 16:28): «No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí». ¿Por qué no se escaparon los demás presos o, al menos, algunos? Sin duda, Dios mostró su poder atándoles el alma, tanto como lo había mostrado desatándoles los pies.

3. Veamos ahora la reacción del carcelero, tras el grito de Pablo.

(A) El miedo que antes tenía hasta inducirle al suicidio, ahora le llevaba, bajo la acción de la gracia, a temblar por su alma (v. Hch 16:29) y se postró a los pies de Pablo y Silas. No pudo acudir a mejor médico del alma que Pablo, pues también él había sido perseguidor de los cristianos y los había metido en la cárcel (Hch 8:3; Hch 9:1); así podía simpatizar mejor con los sentimientos del carcelero. Es muy probable que este hombre hubiese oído algo de la predicación de sus presos; al menos, conocería la insistente proclamación de la muchacha posesa: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian un camino de salvación» (v. Hch 16:17). Ante los extraordinarios fenómenos que estaba presenciando y al ver en estos hombres algo sublime que les diferenciaba de los demás presos que había conocido, cae ahora a sus pies como pidiendo perdón por lo que les había hecho, y se dirige a ellos con el mayor respeto (v. Hch 16:30): «Señores». A continuación, se preocupa por su situación espiritual y pregunta como algo en que se juega el alma: «¿Qué tengo que hacer para ser salvo?» Con esto muestra: (a) Que conoce la importancia de la salvación; (b) que sabe que hay que hacer algo y (c) que está dispuesto a cumplir lo que se le exija, por duro y difícil que le resulte.

(B) Ellos le dieron inmediatamente una instrucción breve, concisa y clara, que ya se ha hecho frase clásica y lapidaria (v. Hch 16:31): «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa». Como dice el Prof. Trenchard, «Fue un principio, una soga que se echa al hombre que se ahoga, quedando para más tarde la explicación del sentido pleno de la salvación y la presentación de la persona del Salvador Jesucristo». La última cláusula: «tú y tu casa» no significa la promesa de que sus familiares también habrían de ser salvos posteriormente; mucho menos significa que pudiesen salvarse por creer y ser salvo el cabeza de familia, pues nadie puede creer ni salvarse por otro. Significa simplemente que los de su casa tendrían la misma oportunidad de salvación si, como él, ponían su fe en el Señor Jesucristo. Pablo y Silas se olvidan ahora de sus heridas, del frío de la madrugada y de la noche que pasaban en vela; ni por un momento demoran anunciarle a este hombre el camino de salvación. Lucas no nos dice si algún otro preso se convirtió o no.

(C) Por lo que se desprende del contexto posterior, allí mismo, en el patio de la cárcel, Pablo y Silas instruyeron con más detalle en la palabra del Señor, no sólo al carcelero, sino también a todos los que estaban en su casa (v. Hch 16:32). Los padres de familia y amos han de procurar que los que están bajo su cargo sean instruidos en la Palabra de Dios, pues el alma del más pobre esclavo vale tanto como la del amo más encopetado, ya que todos han sido comprados al mismo precio. También allí mismo, en algún pozo del patio (v. Hch 16:33) «les lavó las heridas, y enseguida se bautizó él con todos los suyos». Nótese cómo este hombre, ya salvo por la fe, se preocupó inmediatamente por los cuerpos heridos de quienes habían sido los instrumentos de Dios para salvarle, antes de bautizarse él con todos los de su casa que, como él, habían escuchado el mensaje y habían puesto su fe en el Señor. El texto, pues, no da pie en modo alguno para fundamentar el bautismo de los niños de pecho.

(D) Del patio de la cárcel, el oficial romano, acompañado de sus familiares (incluidos los criados), llevó a Pablo y a Silas a su casa, situada con toda probabilidad encima de la misma prisión y les puso la mesa, correspondiendo así, como Lidia anteriormente (v. Hch 16:15), con la comida material y el hospedaje, a la comida espiritual que Pablo y Silas les habían impartido y continuarían impartiéndoles también durante la cena, «mientras que (dice Trenchard) el rostro del carcelero, un poco antes espejo de desesperación, radiaba el gozo del Señor al darse cuenta de que la salvación había llegado a su casa: Y se regocijó con toda su familia de haber creído a Dios; de haber salido del reino de las tinieblas a la luz admirable del Reino de Cristo». Nótese cómo el que antes había creído en (gr. epí. sobre la base, o, ya que la preposición rige aquí acusativo, echándose sobre) Jesucristo (v. Hch 16:31), se dice ahora (v. Hch 16:34) que había creído a Dios, es decir, había dado crédito a la palabra de Dios. Las expresiones, pues, no son sinónimas (contra la opinión de J. Leal y del propio M. Henry), sino que indican dos aspectos diferentes que se integran en el acto de creer.

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