1 Pedro 4:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Con la conjunción consecutiva oun, Pedro da a entender que lo que va a decir ahora es una lógica consecuencia de lo que acaba de decir al final del capítulo 1Pe 3:1-22: Si soportamos los sufrimientos con el mismo espíritu con que los soportó Cristo, obtendremos beneficios similares a los que Él obtuvo:

1. Viene primero la exhortación a la que acabamos de aludir (v. 1Pe 4:1): «Por consiguiente, puesto que Cristo sufrió en su cuerpo, armaos también vosotros de la misma actitud (gr. énnoian, idea dominante; el mismo vocablo de Heb 4:12), pues quien sufrió (esto es, murió) en el cuerpo, ha cesado de pecar» (lit., excepto la sustitución de «carne» por «cuerpo»). Pedro concuerda aquí con lo que ha dicho en 1Pe 2:24, y lo que expresa en los dos primeros versículos de este capítulo se parece mucho a lo que Pablo dice en Rom 6:2-13. El sentido, pues, más probable del versículo 1Pe 4:1 es el siguiente: Puesto que Cristo, al morir, acabó con el pecado, también nosotros, incorporados por el bautismo a Su muerte, hemos de romper con el pecado. En otras palabras, el pecado como actitud es incompatible con la nueva vida del creyente (comp. con 1Jn 3:9). La metáfora de la armadura («armaos», en imperativo de aoristo ingresivo) es la misma de Rom 6:13, donde el original dice «armas» donde nuestras versiones dicen «instrumentos».

2. De esta consideración, parecida a la de Rom 6:11, brota la secuencia del versículo 1Pe 4:2, parecida a la de Rom 6:12.: «Como resultado de ello, no vive el resto de su vida terrena para satisfacer sus malas pasiones, sino para cumplir la voluntad de Dios» (NVI). Una vez regenerado, el creyente tiene a su alcance la gracia de Dios (comp. con 1Co 15:10), con la que puede resistir las «concupiscencias de hombres» (lit.), es decir, propias de seres humanos que no han salido de su condición caída, naturalmente inclinada al pecado. El cumplimiento de la voluntad de Dios no puede, en efecto, llevarse a cabo sin dejar a un lado los esquemas del mundo (Rom 12:2), el cual yace en poder del Maligno (1Jn 5:19) y, por tanto, el pecado es su condición normal, mientras que nosotros hemos sido libertados del pecado precisamente para ser esclavos de Dios (Rom 6:22).

3. Prosigue diciendo el apóstol a sus lectores (v. 1Pe 4:3): «Porque ya habéis gastado suficiente tiempo en el pasado, haciendo lo que es del agrado de los paganos entregados al desenfreno, a la liviandad, a borracheras, orgías, crápulas y abominables idolatrías» (NVI). Dice R. Franco: «Irónicamente recalca el autor que ya es más que suficiente el tiempo anterior a la conversión para llevar a cabo la voluntad de los gentiles. El uso del pretérito perfecto en toda la frase acentúa la idea de que ese tiempo ha pasado para siempre. La conversión es aquí, como en el Evangelio, decisiva (Luc 9:62)». La lista de vicios que el autor sagrado presenta en la segunda parte del versículo 1Pe 4:3 se diferencia de las que vemos en Rom 1:24-32; Rom 13:13; Gál 5:19-21; Col 3:5-8Col 3:5-8. A mi juicio, es probable que especifique los vicios más salientes en el contexto local en que se movían los lectores de la Epístola. Los términos con que describe Pedro dichos vicios son: aselgueíais, lascivias indecentes; epithumíais, malos deseos sin freno; oinophluguíais, embriagueces; kómois, comilonas en que predomina la juerga; pótois, excesos en la bebida; idolatrías abominables (lit. ilegales. Gr. athemítois, el mismo vocablo de Hch 2:28, y de la misma raíz que los libertinos NVI , de que habla el mismo Pedro en 2Pe 2:7 y 2Pe 3:17).

4. Esto es lo que los lectores eran antes de su conversión (comp. 1Co 6:11), pero, gracias a Dios, el cambio había sido tan grande que sus antiguos amigotes estaban sorprendidos; pero tras de la reacción de sorpresa, venía el insulto (v. 1Pe 4:4): «A ellos les parece extraño que no os sumerjáis con ellos en el mismo torrente (gr. anákhusin. Lit. desenfreno. Es la única vez que tal vocablo sale en el Nuevo Testamento) de disipación (gr. asotías, el mismo vocablo de Efe 5:18; Tit 1:6, y de la misma raíz que el adverbio asótos de Luc 15:13), y os llenan de insultos» (NVI). En la mayoría de los casos, esta actitud insultante se debe a que la buena conducta de los creyentes es una acusación silenciosa del libertinaje de los incrédulos. Pero el autor sagrado dice a sus lectores que no tienen por qué inquietarse ante esa reacción desfavorable de quienes se sienten ofendidos por la buena conducta y aun aprovechan cualquier desliz anterior o presente para criticarles y aun calumniarles, puesto que (v. 1Pe 4:5) «tendrán que rendir cuentas al que está preparado para juzgar a vivos y muertos» (NVI), es decir, ninguno de ellos podrá escapar de ser responsable ante el trono de Dios de las palabras y de las obras que haya cometido (v. Mat 12:36; Mat 18:23; Rom 14:12; Hch 4:13). El Divino Juez, con el perfecto conocimiento que tiene de todo (Gén 18:25; Deu 32:4), dispone de todo el equipo necesario para llevar a cabo, por medio de Jesucristo (v. Jua 5:22, Jua 5:27; Hch 10:42; 2Ti 4:1), el recto juicio de vivos y muertos, frase comprensiva que ya fue estudiada en el comentario a Hch 10:42.

5. Es menester no perder de vista el contexto que acabamos de analizar, a fin de obtener un entendimiento, lo más aproximado posible a una correcta interpretación, del difícil versículo 1Pe 4:6, cuya versión literal es la siguiente: «Porque para esto fue anunciada la Buena Noticia incluso a los muertos, para que sean juzgados según (los) hombres en (la) carne, mas vivan según Dios en (el) espíritu». Las opiniones sobre el sentido de este versículo pueden reducirse a cuatro. Tres de ellas son estudiadas por R. Franco y A. Slibbs. Me permito añadir una cuarta, como opinión personal mía.

(A) Hay quienes entienden lo de «muertos» en sentido espiritual: muertos por el pecado. Pero esto es difícilmente conciliable con el contraste de la segunda parte; y, sobre todo, pugna con el sentido de «muertos» del versículo anterior, los cuales son, incuestionablemente, muertos físicamente.

(B) Otros conectan este versículo con 1Pe 3:19 (cuya referencia marginal en nuestras biblias debería borrarse por ser, al menos, problemática) y piensan que se trata de la misma predicación que allí, aunque el verbo es diferente. Entre los que sostienen esta opinión, hay autores que están a favor de una segunda oportunidad de salvación, idea que ya rechazamos en el comentario a 3:19. En todo caso, es muy poco probable: (a) que los espíritus de 1Pe 3:19 sean almas de hombres difuntos, y (b) que la proclamación de la que allí se habla tenga algo que ver con el contexto que tenemos delante (nótese el «Porque para esto …» con que comienza el v. 1Pe 4:6 que estamos estudiando).

(C) La opinión que más adeptos tiene en la actualidad (Selwyn, Stibbs, R. Franco, Ryrie) sostiene que Pedro se refiere aquí a los cristianos muertos (de muerte natural o violenta) antes de la Parusía o Segunda Venida del Señor. Dice R. Franco: «Para la primera generación cristiana, que contaba con la venida inmediata de Cristo, la muerte de algunos cristianos, fuera violenta o natural, creaba un verdadero problema (1Ts 4:13.). Aquí la mención de la hostilidad de los gentiles, que condenaba a los cristianos a una vida crucificada delante de los hombres, y aun quizá a la misma muerte corporal (1Pe 3:18; 1Pe 4:1), lleva a san Pedro a aludir al sentido de la predicación del Evangelio. Aun a aquellos cristianos que no han llegado a ver la venida triunfal de Cristo, que restablecerá la justicia ahora conculcada (vv. 1Pe 4:4, 1Pe 4:5), no se les ha predicado inútilmente el Evangelio, sino que ha sido con la finalidad de que, condenados en opinión de los hombres durante su vida mortal (en carne), vivan a los ojos de Dios en vida inmortal (en espíritu). Este nos parece ser el sentido más probable».

(D) Las últimas frases del erudito jesuita se acercan bastante a la opinión que personalmente sostengo, aunque, a mi juicio, el sesgo que toma el sentido de las frases «en opinión de los hombres … en opinión de (o a los ojos de la preposición es katá en ambos casos ) Dios» es diferente. Lo entiendo así y lo expongo modestamente al juicio sereno e imparcial de lectores capacitados para opinar con conocimiento de causa: Teniendo en cuenta la crítica que de los creyentes hacen los mundanos del versículo 1Pe 4:4, parece ser que Pedro considera el caso de creyentes fallecidos, ya sea de muerte natural o violenta, a quienes fue predicado el Evangelio (es decir, salvos) y cuya muerte corporal (en carne) prematura era, en opinión de los hombres, bien merecida (¡castigo de Dios! Comp. con Hch 28:4); sin embargo, en opinión de Dios, eran, bajo Su drástica disciplina (comp. con 1Co 11:30-32), vivos en el espíritu (comp. con 1Co 5:5, donde se percibe una fraseología similar). Su muerte corporal, en lugar de disminuir su vitalidad espiritual, la acrisolaba y acrecentaba.

6. En el versículo 1Pe 4:7, el autor sagrado da un nuevo giro a su exhortación y viene a decir: «en fin de cuentas, esto se va a terminar pronto; así que hay que mantener sana la cabeza, caliente el corazón, y fiel el cumplimiento del ministerio que a cada uno le haya sido asignado». Por eso comienza con la frase: «Mas el fin de todo se ha acercado» (el mismo verbo y en el mismo tiempo de Mar 1:15 y Stg 5:8, entre otros lugares). Ya dijo antes (v. 1Pe 4:5) que el Juez está preparado y (1Pe 1:5, 1Pe 1:7) que la salvación en su estadio de final consumación (Heb 9:28) está también preparada. Por consiguiente, ellos han de estar asimismo preparados (1Pe 1:13).

(A) La primera exhortación, según eso, es a mantener sana la cabeza (v. 1Pe 4:7): «Por tanto, sed sensatos y morigerados para estar en disposición de orar» (NVI). Nótese la importancia que Pedro da a la oración, y los requisitos de sensatez vigilante y sobria moderación o dominio propio, necesarios para dedicarse con fruto a tan relevante ocupación (comp. con 1Pe 3:7, al final). Dice A. Stibbs: «Es posible que Pedro tuviese en mente aquí la forma en que Él mismo, en el huerto de Getsemaní, dejó de orar por ponerse a dormir sin lograr mantenerse en vela. Como resultado, se halló sin preparación para resistir la tentación (v. Mar 14:37-40, Mar 14:66-72)».

(B) Sin embargo, el mandamiento principal («Ante todo») concierne al corazón (v. 1Pe 4:8): «Sobre todo, amaos con fervor (lit. teniendo participio de presente amor ferviente; gr. ektené; el adverbio correspondiente ha salido en 1Pe 1:22) unos a otros, porque el amor cubre multitud de pecados» (NVI). El amor cristiano (Pedro usa dos veces, en este versículo, el vocablo agápe) es la cima y corona de todas las demás virtudes (1Co 13:1-7, 1Co 13:13; Col 3:14) y el verdadero distintivo del cristiano (v. Jua 13:34, Jua 13:35; 1Jn 3:14-18; 1Jn 4:7, 1Jn 4:8). El verbo ekteíno, de la misma raíz que el adjetivo ektené que Pedro usa aquí, y del adverbio ektenós, que usó en 1Pe 1:22, 1Pe 1:10 usa Jenofonte para describir la forma en que un caballo se lanza al galope; por lo que expresa bien el intenso fervor con que debemos amar a nuestros hermanos en la fe. La última frase «pues (el) amor cubre multitud de pecados» (lit.) la hemos visto ya en Pro 10:12; Stg 5:20, pero me permito poner aquí el iluminador comentario de A. Stibbs: «Está dispuesto a perdonar una y otra vez, halla el modo de guarecer de la vergüenza y crítica públicas al malhechor. Así es como nos ha tratado Dios. Así es, pues, como deberíamos tratarnos unos a otros».

(C) Viene luego la exhortación a cultivar la hospitalidad (v. 1Pe 4:9), lo cual es consecuencia lógica del amor genuino; por ello, se explica la insistencia que los escritores del Nuevo Testamento (v. Rom 12:13; 1Ti 3:2; Heb 13:2; 3Jn 1:5-8) ponen en exhortar a practicar la hospitalidad. Esto adquiría una especial relevancia en el caso de los misioneros itinerantes, quienes lo habían dejado todo para dedicarse a la Obra. En cuanto al cumplimiento de dicha recomendación y los abusos que pronto aparecieron, voy a transcribir dos testimonios respectivamente de últimos del siglo primero y de comienzos del segundo siglo de nuestra era. Clemente de Roma escribe a los fieles de Corinto (la Carta suya a los corintios, 1Pe 1:2): «¿Quién no admiró vuestra piedad en Cristo, tan sensata y templada? ¿Quién no pregonó la magnífica costumbre de vuestra hospitalidad?» En cuanto a los abusos a que pudo dar lugar esta gran virtud, leemos en la Didakhé o Doctrina de los Doce Apóstoles, capítulo XII: «Todo el que llegare a vosotros en el nombre del Señor, sea recibido; luego, examinándole, le conoceréis, pues tenéis inteligencia, por su derecha y por su izquierda. Si el que llega es un caminante, ayudadle en cuanto podáis; sin embargo, no permanecerá entre vosotros más que dos días o, si hubiere necesidad, tres. Mas si quiere establecerse entre vosotros, y tiene un oficio, que trabaje y así se alimente. Mas si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso. Caso que no quisiere hacerlo así, es un traficante de Cristo. Estad alerta contra los tales». ¡Se ve que habían aprendido bien la lección de Pablo en 2Ts 3:10! ¿No necesitará ser recordada también en nuestros días?

(D) El autor sagrado termina esta porción exhortando a sus lectores a ejercitar cada uno responsablemente el don que ha recibido de Dios (vv. 1Pe 4:10, 1Pe 4:11) «Cada uno debe ejercitar el don espiritual que haya recibido, cualquiera que éste sea, en servicio de los demás, administrando fielmente la gracia de Dios en sus variadas formas. Quien tenga el don de hablar, debe hacerlo como quien profiere las palabras mismas de Dios. Quien tenga el don de prestar un servicio cualquiera, debe hacerlo con la fuerza que Dios suministra, a fin de que en todo sea Dios quien reciba la alabanza por medio de Jesucristo. A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (NVI).

(a) El autor sagrado usa el vocablo griego khárisma para expresar el don espiritual que cada uno ha recibido. Como hace notar Ryrie, «éste es el único caso en que tal vocablo aparece en el Nuevo Testamento fuera de los escritos de Pablo». Su sentido es más genérico que el de los carismas que Pablo menciona en 1Co 12:1-31, y se acerca más al que tienen los que menciona en Rom 12:6.

(b) Los que prestan tales servicios (gr. diakonoúntes, en participio de presente) lo hacen como buenos administradores (gr. oikonómoi, el mismo vocablo de 1Co 4:1, 1Co 4:2; Tit 1:7, entre otros lugares), pues no son propietarios, sino mayordomos; por eso, han de usar los dones al servicio de la comunidad, conforme a la voluntad de Dios y conscientes de la responsabilidad que sobre ellos pesa, de lo que han de dar cuenta al Señor (comp. con 1Co 4:4).

(c) Como en otros lugares del Nuevo Testamento, Pedro usa el epíteto poikíles (lit. variopinta, de diversos colores) para designar a la gracia de Dios, porque siendo una, adquiere distinto tono y alcance, de acuerdo con el servicio que el Señor requiere, las características temperamentales del sujeto y la medida con que es repartida a cada uno (v. Efe 4:7).

(d) El autor sagrado singulariza en el versículo 1Pe 4:11 dos servicios generales: el de la palabra y el de la acción. Del primero dice que «Quien tenga el don de hablar, debe hacerlo como quien profiere las palabras mismas de Dios» (NVI). Esto no se refiere a cualesquiera conversaciones, sino a la enseñanza y a la predicación, donde no se deben imponer las opiniones personales del que habla, sino los oráculos (gr. lóguia) que Dios pone, como de Su boca (comp. con Hch 7:38; Rom 3:2), en la boca de Sus ministros. En cuanto a la acción, Pedro dice que ha de actuarse con la fuerza que Dios suministra (comp. con 2Co 2:16; 2Co 3:5, 2Co 3:6), pues nuestra competencia natural no sirve para nada del orden sobrenatural (v. Jua 15:5). El verbo griego khoregueí (suministra) ocurre únicamente aquí y en 2Co 9:10, pero el sustantivo de la misma raíz epikhoreguía ocurre en Efe 4:16; Flp 1:19, y el correspondiente verbo epikhoreguéo en 2Co 9:10; Gál 3:5; Col 2:19Col 2:19; 2Pe 1:5, 2Pe 1:11. Su significado original es muy interesante, pues describe las funciones de un director de coro, quien, además de eso, tenía a su cargo «mantenerlo a su costa en los festivales y, finalmente, proveer los medios necesarios para cualquier cosa, con frecuencia aludiendo a la abundancia de estos medios» (R. Franco).

(e) Como digno final, añade Pedro (v. 1Pe 4:11) una vibrante doxología: «A fin de que en todo sea Dios quien reciba la alabanza por medio de Jesucristo. A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (NVI). La gloria de Dios ha de ser, en todo y por todo, el último fin de todo lo que hacemos (v. 1Co 10:31). Es, en concreto, el supremo objetivo de todo servicio cristiano, pues Dios es glorificado cuando sus gracias y sus dones son usados para el fin que Él les otorgó. Es de lamentar que la NVI haya traducido incorrectamente la frase final, que dice textualmente: «Quien (probablemente, Jesucristo, que es el nombre más próximo, sin negar que pueda referirse a Dios) tiene la gloria y el señorío (o dominio; mejor que imperio actualmente, este último vocablo resulta ambiguo ) por los siglos de los siglos. Amén». Como muy bien advierte A. Stibbs, este Amén «es una forma de refrendo: Así es , más bien que Así sea ».

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