Significado de FE, FIEL Según La Biblia | Concepto y Definición

FE, FIEL Significado Bíblico

¿Qué Es FE, FIEL En La Biblia?

La palabra actual “fe” deriva del latín, fides. En el presente, la palabra “fe” denota confianza. Pero en el español no funciona como verbo; esa función la cumplen los verbos “creer” o “confiar”. El sustantivo “fidelidad” denota confianza o confiabilidad.

 

El concepto bíblico
En el último siglo, el concepto de la palabra fe ha sido radicalmente redefinido en ciertos círculos filosóficos y teológicos. Esos nuevos conceptos rara vez se remiten a las complejidades del concepto bíblico, un concepto donde toda la persona, el mundo físico, la Palabra de Dios y Dios mismo juegan papeles cruciales. Con frecuencia, esas definiciones alternativas no captan los rasgos objetivos ni subjetivos de la fe bíblica.
A través de las Escrituras, la fe es la respuesta humana de confianza frente a la revelación que Dios hace de sí mismo por medio de Sus palabras y de Sus acciones. Dios inicia la relación entre Él y los seres humanos. Espera que las personas confíen en Él; la falta de confianza en Él fue en esencia el primer pecado (Gén 3:1-7). Desde la caída de la humanidad, Dios inspira y nutre la confianza en Él por medio de lo que dice y hace en beneficio de la gente que lo necesita. Provee evidencias de su confiabilidad actuando y hablando en el mundo para darse a conocer externamente a las personas que lo necesitan. Por eso, la fe bíblica es un tipo de conocimiento personal y limitado sobre Dios.
Terminología hebrea
La palabra hebrea más significativa para fe es aman, una raíz que denota responsabilidad, estabilidad y firmeza. Aman significaba concretamente sostener o mantener, como en el caso, por ejemplo, de los fuertes brazos de un padre cuando sostiene a su hijo. Esos brazos son seguros, confiables y firmes. Diversas formas de esta raíz se usaban metafóricamente para describir la fe (una respuesta humana ante Dios) y la fidelidad (una virtud de Dios y de sus siervos). Cuando se la utiliza para describir las relaciones entre Dios y la gente, la raíz aman expresa un concepto complejo. Expresa tanto la naturaleza objetiva como la subjetiva de la confianza en Dios, y una cualidad objetiva de Dios mismo. Él, que existe objetivamente de modo independiente de los seres humanos, recibe la confianza que se genera en el interior de las personas (Deu 7:9). Él y sus palabras son objetivamente fieles, constantes y confiables (Sal 119:86). Dios permite que la gente tenga estas virtudes objetivas, fidelidad y confiabilidad (Jos 24:14; Isa 7:9).
Otra palabra hebrea relevante que se usa para transmitir la idea de fe es yare’, generalmente traducida “temer”. Yare’ aparece con más frecuencia que aman en el AT, aunque las dos expresan conceptos muy similares. Temer a Dios es creer en Él con sobrecogimiento reverencial, incluso hasta el punto de causar cierta inquietud. Temer a Dios es tener la firme convicción de que los mandatos divinos son confiables (Sal 119:89-91), protectores (Sal 33:18-19) y beneficiosos para el creyente (Sal 31:19). Alguien que teme a Dios tiene temor de desilusionarlo, pero el temor a Dios produce gozo y plenitud en la persona que lo posee. En Jos 24:14, “temed al Señor” se usa como análogo a servirle “con integridad y en verdad”. En este temor hay un elemento de responsabilidad humana; “escogeos hoy a quién sirváis” (Jos 24:15). Dios no fuerza la fe a quienes no quieren tenerla. Presenta Sus expectativas y las bendiciones prometidas, pero las personas siguen teniendo libertad para elegir y recibir las consecuencias de lo que elijan (Deu 30:19). La negativa a elegir a Dios puede hacer que Él endurezca la resistencia del incrédulo (Éxo 10:20).
Así como aman, la raíz hebrea yare’ revela mucho sobre las características objetivas y subjetivas de la fe genuina. Los autores del AT usaban el “temor a Jehová” para subrayar la importancia de someterse a Dios por medio de lo que ha revelado en forma objetiva. Este sometimiento debe ocurrir de modo subjetivo en la mente, la voluntad y las emociones de quienes confían en la Palabra de Dios, y da como resultado una conducta objetiva que refleja el carácter divino. A medida que avanzó el período del AT, Dios proveyó más información sobre cómo planeaba conferir a más personas una verdadera fe o “temor al Señor”. Por medio de Jeremías, por ejemplo, predijo que haría un pacto eterno por el cual permitiría que Su pueblo tuviera temor del Señor para siempre (Jer 32:40). Dios describe un pacto en que escribirá Su ley en el corazón de Su pueblo y les permitirá conocerlo personalmente (Jer 31:33-34). La descripción de Dios revela que tener temor de Él es conocerlo de modo personal. Esa relación permite que las personas agraden a Dios. Los profetas del AT condenaban la incapacidad humana para mantener este tipo de temor de Dios.
El tema de la fe en el Antiguo Testamento
El AT provee una clara definición de la fe en el contexto del divino propósito revelado de redimir. Dios hace posible la fe al proveerles información verbal a los seres humanos acerca de sí mismo y de Sus planes. Esta información está relacionada con Sus acciones redentoras en el mundo. Dichas palabras y acciones se combinan para ofrecer una base objetiva para la fe (Éxo 4:29-31). Esas palabras interpretan y explican los actos divinos para la salvación, a fin de que la gente reciba de Él las bendiciones que las acciones ponen a nuestra disposición (Éxo 12:21-28; Deu 11:1-11; e Isa 55:1-3). Así como podemos conocer a otro ser humano por sus palabras y acciones, Dios ha elegido hacerse conocer por medio de Sus palabras y acciones divinas.
Mediante las acciones y las obras de Dios en el AT se puede rastrear el constante tema de la fe. La gente se salvaba por fe en la revelación que Dios hizo de sí mismo durante ese período, tal como en el futuro iba a ser salva por fe en la revelación divina durante el período neotestamentario y el posterior a este. Dios siempre ha requerido fe como respuesta adecuada a la revelación de sí mismo.
Dos pasajes fundamentales del AT revelan el tema de la salvación por fe. Abram fue proclamado “justo” por Dios cuando creyó en Su promesa (Gén 15:6). En este versículo se usa una forma de aman para describir la respuesta de Abram frente a lo que Dios dijo que planeaba hacer por él. El patriarca se vinculó con Dios por medio de esa promesa, y se convenció interiormente de la confiabilidad de quien había hecho la promesa. La confianza de Abram indujo a Dios a llamar “justo” a Su siervo, completamente aceptable en su relación con Dios. Abram demostró luego que el título que Dios le había dado era acertado. Después de años de comprobar la fidelidad divina, Abraham obedeció la orden de sacrificar a Isaac, a lo que el Señor dijo: “ya conozco que temes a Jehová” (Gén 22:12). La fe de Abraham fue el tipo de fe que soportaba una dura prueba; eso demostró que dicha fe era sinónimo de temer a Dios.
Una segunda afirmación temática aparece en Hab 2:4, “el justo por la fe vivirá”. La nación de Judá enfrentaba una enorme amenaza para su existencia futura: el ejército de Babilonia, enviado por Dios para juzgarla. Pero el Señor hizo la promesa de que los justos sobrevivirían al juicio y prosperarían. Por creer en el Dios que hace la promesa, son considerados “justos”. En el NT, Pablo interpreta Hab 2:4 como una afirmación escritural temática y lo considera una clave hermenéutica para comprender cómo Dios se relaciona sistemáticamente con las personas. Las justifica por la fe. Gén 15:6 y Hab 2:4 revelan un importante principio soteriológico: Dios salva a las personas (en el momento o en el lugar en que vivan) que confían sinceramente tanto en Él como en lo que Él dice sobre cómo relacionarse adecuadamente con Dios. Ambos pasajes revelan que, en el AT, la fe salvadora se ve como respuesta a la revelación verbal de Dios acerca de sí mismo, de Su divino plan para el futuro y de Su accesibilidad divina para el ser humano necesitado. Esta revelación verbal se expresa mediante proposiciones; se comunica por medio de declaraciones hechas por Dios con afirmaciones acerca del presente y del futuro. El modus operandi de Dios durante los períodos del AT y del NT era darse a conocer por medio de Sus palabras en cuanto a cómo las personas pueden relacionarse con Él. Esas palabras no son el objeto de la fe del creyente; el objeto es Dios. Y Sus palabras transmiten fe en Él y guían a las personas a Él. Sin ellas, nadie sabría cómo responderle adecuadamente. Los creyentes del AT alababan a Dios porque Él revelaba palabras de salvación (Sal 56:4).
La ampliación en el Nuevo Testamento
El término principal en el NT para fe es la palabra del griego koiné pistis, generalmente traducida “fe”. Transmite la idea de confianza, una firme convicción respecto a la veracidad de alguien o de alguna afirmación. La forma verbal, pisteuo, generalmente se traduce “creo” o “confío”. Pistis y pisteuo en el NT corresponden a los términos aman y yare’ del AT. Pistis también aparece en el NT con el artículo definido para describir las creencias cristianas específicas denominadas “la fe”.
Con frecuencia, los autores del NT muestran continuidad con el concepto de la fe en el AT. Pablo señala que la experiencia de Abram provee un modelo de la forma en que Dios sigue salvando por fe (Rom 4:1-25). La cita paulina “el justo por la fe vivirá” respalda los argumentos de Pablo en su Carta a los Romanos (Rom 1:17) y a los Gálatas (Gál 3:11). De la misma manera que sucedió antes de la venida de Cristo, es imposible que, después de Su venida, alguien sin fe agrade a Dios (Heb 11:6).
En el NT la fe sigue siendo una respuesta personal de confianza a la revelación personal de Dios, aunque el contenido de esa revelación aumentó de manera notable con la vida, el ministerio, la muerte y la resurrección de Cristo. En el NT, la fe en Dios responde a aquello que Él ha revelado verbal y activamente en Jesucristo. Como Hijo de Dios encarnado, Jesús es el medio perfecto para poder conocer a Dios (Jua 17:3).
En palabras y en hechos, Dios el Padre puso a disposición Su revelación personal y expresa por medio de Cristo. Con la muerte y la resurrección del Hijo, el Padre comunicó Su amor, Su justicia y Su misericordia (Rom 5:8). Estos acontecimientos, especialmente la resurrección de Cristo, fueron interpretados por los autores del NT como evidencia de que Dios había declarado que Jesús es el único Hijo de Dios (Rom 1:4).
Dios no solo se comunicó por medio de sus acciones en Cristo; también lo hizo verbalmente. Jesús designó a apóstoles como Sus representantes personales (Mat 10:2-4). Bajo el poder y el liderazgo del Espíritu de Dios, los apóstoles difundieron esta revelación proposicional mediante enseñanzas y/o escritos. Por ejemplo, Juan afirma claramente que su Evangelio fue escrito para ayudar a las personas a creer (Jua 20:31). Dios proveyó hechos y palabras para ayudarnos a entender qué hizo y qué puede hacer por nosotros en Cristo.
Destacando la naturaleza objetiva de la fe cristiana, los autores del NT hablaban de “la fe” cuando se referían a doctrinas o proposiciones cristianas esenciales que poseían los creyentes (Hch 6:7; Hch 14:22; Gál 1:23; Gál 3:25). Dichas doctrinas ayudan a interpretar el objeto de la fe, Dios en Cristo. Pablo invita a sus lectores a que examinen si sus creencias son congruentes con “la fe” (2Co 13:5).
El papel de la fe en la justificación
El euangelion expresa las creencias fundamentales por las cuales se puede alcanzar la fe en Cristo y se lo puede conocer a Él. Según 1Co 15:1-58, la verdad objetiva del euangelion se manifestó en las apariciones de Jesús posteriores a Su resurrección. El apóstol Pablo desafió a los lectores para que examinaran la evidencia directa de la resurrección de Jesús (1Co 15:1-6). Dios pone a disposición una gran cantidad de evidencias por parte de testigos históricos de la resurrección. Jesús bendijo a los que creen sin haber visto Su cuerpo resucitado, pero también proporcionó testigos directos de esa verdad (Jua 20:29; Hch 1:8). Ver Justificación.

 

Pablo incluso estaba dispuesto a aceptar que, si Jesús no había resucitado de los muertos, la fe cristiana no tenía sentido y era inútil (1Co 15:14-19). La resurrección de Cristo sería evidencia de que Dios desea que la gente crea que Jesús es la solución para la pecaminosidad del hombre; pero sin la resurrección, las personas no pueden llegar adecuadamente a una conclusión tan radical. Por eso, la resurrección de Jesús actúa como la principal base histórica para la fe cristiana.
La fe en Cristo se basa en la evidencia de los testigos oculares, pero la evidencia no es un fin en sí misma. Para que se produzca la fe, es preciso escuchar y comprender el evangelio; la fe tiene lugar cuando alguien analiza las palabras y las evidencias e “invoca” o le pide a Cristo que lo salve (Rom 10:9-13). Pedirle salvación a Cristo es confiar en lo que Dios declara que es posible a través de la muerte de Cristo, especialmente en relación con el perdón y la liberación del poder del pecado. Cuando Dios salva, el creyente identifica internamente la muerte de Cristo con la muerte de su propio pecado (Rom 6:1-14), lo cual hace posible genuina y constante obediencia a Dios en el futuro. Este es el tipo de fe que demuestra autenticidad gracias a la vida transformada que Dios produce por medio de ella, tal como ocurrió con Abraham (Stg 2:14-26). La fe salvadora nunca es una mera respuesta superficial ni verbal. Tampoco es una simple aceptación intelectual de las afirmaciones del evangelio. El tipo de fe mediante la cual Dios justifica a los pecadores va más allá de la aceptación de esas afirmaciones, y llega a Cristo mismo.
En el concepto neotestamentario de la fe se incluye un elemento de elección subjetiva personal (Luc 13:34). Las personas aún tienen que elegir, pero dicha elección subjetiva debe entenderse a la luz de elementos objetivos que guían y producen la elección. Cuando se destaca la naturaleza subjetiva de la decisión, en el “corazón” de la persona se produce la fe salvadora, y el Espíritu Santo ilumina la necesidad de la persona frente a lo que Cristo ha hecho y puede hacer por ella (Rom 10:9-10; 1Ts 1:5). El reconocimiento de la necesidad siempre precede a la fe salvadora. El Espíritu de Dios ayuda a la persona a entender que la muerte de Cristo y Su resurrección fueron a su favor. Dios le da al incrédulo la capacidad de confiar en Él mediante lo que dice sobre Cristo a través de testigos humanos. El Espíritu de Dios también da testimonio al aplicar personalmente las palabras del evangelio en el interior del oyente. El Espíritu activa, guía y confiere poder para la fe en Dios.
Si Dios dejara que los seres humanos actuaran totalmente sin la influencia de la obra del Espíritu, por naturaleza ellos decidirían en contra de Dios (Rom 1:1-32; Rom 2:1-29; Rom 3:1-31). El Espíritu le “da” fe al creyente, permite que la gente crea lo que Dios dice que hizo y hará para salvar. La fe, entonces, es un don espiritual (Rom 12:3). Nadie puede jactarse de tener fe salvadora producida por uno mismo; Dios decide capacitar a algunas personas para que crean (Efe 2:8-9). Solo Dios merece ser alabado por producir fe en las personas. En la descripción neotestamentaria de la fe salvadora existe una tensión paradójica entre la soberanía divina y la responsabilidad humana.
El papel de la fe en la santificación
Dios permite que se ponga a prueba la fe para santificar al creyente, tal como ocurrió con Abraham (Stg 1:2-8; Stg 2:14-26). Él usa las pruebas para verificar y aumentar la calidad de la fe en los creyentes, para demostrar que haberlos justificado fue una valoración acertada. Dios desea que crezcan en la relación con Él para producir en ellos la fidelidad de Cristo (Mat 25:21). Cuando los cristianos aprenden a confiar en lo que Dios afirma que ellos poseen en Cristo, pueden descubrir la liberación del pecado y el poder para glorificar a Dios a medida que Cristo produce en ellos el carácter divino (Efe 1:15-23). El Espíritu de Dios produce la santificación de la misma manera que lo hace con la justificación, por medio de la fe en lo que Dios declara que hizo y que hará en Cristo (Gál 3:1-5; Gál 5:25).
La fe produce en el creyente confianza o sentido de seguridad a medida que la persona continúa creyendo en Dios a través de las promesas divinas (Heb 11:1). Esta confianza es posible cuando el creyente, con la ayuda del Espíritu de Dios, puede identificar maneras en que Él lo ha ido transformando (Rom 8:13-16; Flp 3:10; 1Jn 2:3; 1Jn 3:14; 1Jn 5:18-20). Los autores del NT se refieren sin reparo a esta fe confiada llamándola conocimiento de Dios, aun cuando sea conocimiento parcial (1Co 13:9). La fe será innecesaria para el cristiano solo cuando Cristo vuelva y establezca Su reino. Entonces dicho conocimiento ya no será parcial.
El Espíritu Santo les da a algunos cristianos un carisma o don de gracia especial por medio del cual disciernen la voluntad de Dios y, en consecuencia, confían en Dios en situaciones particulares donde la voluntad divina no se ha revelado objetivamente (1Co 12:9). Por ej. algunos cristianos han recibido la capacidad para discernir la voluntad de Dios de sanar a una persona enferma y orar con éxito por la sanidad (Stg 5:15). Todos los cristianos tienen un don de fe (Rom 12:3), pero no el don (carisma) de fe que se les otorga a algunos para beneficio del ministerio.
Conclusión
El Dios de la Biblia siempre se ha relacionado con los seres humanos por medio de la fe y la confianza en lo que Él dice y hace. La fe bíblica es un concepto complejo; Dios, Su palabra, Sus actos, toda la humanidad y el mundo físico desempeñan papeles fundamentales. Cuando se produce fe salvadora, significa que Dios ha capacitado a alguien para que lo conozca mediante la revelación de sí mismo en las palabras y los hechos en Cristo. Dios mismo activa la fe en el que oye Su palabra, y permite que el oyente se torne fiel en Cristo, así como Él es fiel (Apo 19:11).

d. Mark Parks