Significado de HELENISMO Según La Biblia | Concepto y Definición

HELENISMO Significado Bíblico

¿Qué Es HELENISMO En La Biblia?

Expresión que describe la influencia del pensamiento griego clásico en la herencia occidental. Deriva de hellas, palabra griega para Grecia. Con frecuencia se asocia con la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles, pero también se lo ve en las filosofías griegas pitagórica, estoica y epicúrea. El helenismo no fue meramente académico. Las diversas filosofías griegas fueron ante todo religiosas, proveían explicaciones del universo y ofrecían salvación por medio del razonamiento humano.
Si bien las filosofías griegas diferían entre sí, muchas compartían una visión dualista de la realidad que acarreaba una aguda distinción entre la realidad física y la mental. La “alegoría de la cueva” de Platón ilustra esa dicotomía, ya que describe una cueva imaginaria donde había prisioneros permanentemente encadenados que escuchaban voces de personas y veían sus sombras en la pared de la cueva pero jamás veían el mundo exterior. Pensaban que las sombras eran reales porque no sabían que el mundo real estaba afuera de la cueva. La idea de Platón es que somos como los prisioneros, atrapados en este mundo físico de los cinco sentidos, y que creemos únicamente en aquello que podemos ver. Platón pensaba que el mundo natural era en realidad una sombra; que el mundo real era el mundo sobrenatural del alma. Para muchos pensadores griegos, el mundo físico representaba lo temporal, lo transitorio y lo malo, mientras que el mundo del alma era lo eterno, lo real y lo bueno. Este principio moldeó el pensamiento griego que constituyó el contexto intelectual en que nació el cristianismo. Esta veta del pensamiento griego consideraba que el cuerpo humano era malo y que el alma y la mente eran inmortales y buenas. El alma estaba confinada al cuerpo como los prisioneros en una cárcel.
Historia
El helenismo data de la cultura griega primitiva, pero se generalizó durante el reinado de Alejandro Magno (336–323 a.C.). Este, instruido por Aristóteles, creía que los filósofos griegos tenían la clave para iluminar a los bárbaros. A medida que Alejandro iba conquistando, su imagen se iba implantando en el mundo, lo cual se manifiesta en numerosas ciudades que llevan su nombre. Alejandro propició un proceso deliberado de adoctrinamiento en la filosofía helenística a las naciones conquistadas. Cuando el imperio se dividió tras su muerte, la dinastía ptolomea (radicada en Egipto) gobernó la Tierra Santa (301–198 a.C.). Los ptolomeos instauraron una política moderada de helenización, principalmente mediante la educación y el idioma. La cultura helenística de Alejandría tuvo un profundo impacto en las comunidades judías y cristianas. La lengua griega koiné se convirtió en lingua franca, influencia que se advierte en los términos griegos usados para mencionar la “sinagoga” judía (sunagoge) y la iglesia del NT (ekklesia). Alrededor del 275 a.C., los estudiosos judíos produjeron la primera traducción de las Escrituras hebreas, la Septuaginta griega (LXX). Filón el Judío (aprox. 30 a.C.–40 d.C.) reinterpretó el judaísmo conforme a la filosofía griega. Como la iglesia surgió del judaísmo alejandrino, los primeros pensadores cristianos como Justino Mártir, Orígenes y Clemente de Alejandría consideraron que el cristianismo era la cristalización de la filosofía griega y no un rival. Mientras los judíos prosperaban en Alejandría bajo los ptolomeos, los judíos palestinos enfrentaban una helenización más severa bajo la dinastía seleúcida, griegos sirios que dominaron Palestina entre el 198–167 a.C. luego de arrebatarles el dominio de la región a los ptolomeos. Esta helenización forzada culminó con el reinado de Antíoco IV (Antíoco Epífanes), que procuró destruir el judaísmo mediante el ataque durante el día sábat y la profanación del templo de Jerusalén. El relato de la resistencia judía dirigida por la familia de los Macabeos aparece en los libros deuterocanónicos de 1 a 4 Macabeos. Ellos recuperaron la libertad religiosa y política para Palestina (167–63 a.C.) hasta que comenzó la dominación romana.

Influencia
La iglesia primitiva sufrió la tensión entre creyentes judíos helenizados y judíos palestinos tradicionales, conflicto que llevó al nombramiento de los primeros diáconos (Hch 6:1-6). Más adelante, los creyentes judíos quisieron que los creyentes gentiles se hicieran judíos como requisito para convertirse en cristianos. Los creyentes gentiles desafiaron algunas tradiciones judías, lo cual inició un conflicto que dio como resultado el Concilio de Jerusalén (Hch 14:4-7; Hch 15:1-3), donde se estableció que los gentiles no necesitaban hacerse judíos para ser salvos.
La lengua griega fue fundamental en la difusión del evangelio. Los escritores del NT usaban y citaban la LXX, y el NT fue escrito en griego koiné. Algunos pasajes del NT parecen reflejar el pensamiento y la terminología griega. La influencia helénica se manifiesta en el uso de logos en Jua 1:1-14, término que usaban los filósofos estoicos para describir el orden creativo del universo. El libro de Hebreos efectúa una marcada diferenciación entre el templo terrenal y el celestial, para lo cual utiliza el lenguaje de Platón. El tabernáculo terrenal era una sombra (skia) y una figura o tipo (tupos) del tabernáculo celestial (Heb 8:2-6; Heb 9:21-24). Pablo utiliza un lenguaje similar al describir nuestra ciudadanía en el cielo (Flp 3:20). Estas similitudes no sugieren una aplicación sin sentido crítico de la filosofía griega a la teología cristiana sino que la iglesia utilizó conceptos griegos existentes para explicar las insondables riquezas de Cristo a una cultura helenística.
Los griegos consideraban que la doctrina cristiana era escandalosa, en especial la encarnación y la resurrección, pero los autores del NT no transigieron en el mensaje del evangelio (1Co 1:18-25; 1Co 15:12). De manera que aunque Juan utilizó el término filosófico logos, también afirmó que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jua 1:14; 1Jn 1:1-2; 1Jn 2:22; 1Jn 4:1-3; 1Jn 5:1). Que el logos eterno tomara un cuerpo humano pecador era inconcebible para los pensadores griegos. La resurrección provocó un problema similar. Durante siglos los griegos habían enseñado la inmortalidad del alma, pero la proclama de Pablo en el areópago acerca de la resurrección del cuerpo para entrar a la vida eterna fue escandalosa para ellos (Hch 17:30-34).
Lamentablemente, algunos cristianos helenísticos gnósticos sí transigieron en cuanto al evangelio para adaptarlo a la filosofía griega. Los gnósticos cerintianos enseñaban una cristología docética que negaba la plena humanidad de Cristo y aceptaban la dualidad filosófica griega. Era incomprensible que Dios (espiritual, bueno) se hiciera carne (mala). Estos gnósticos del docetismo enseñaban que Cristo era totalmente divino, un espíritu que adoptaba un cuerpo humano o una aparición fantasmal que carecía de cuerpo físico real. Juan confrontó directamente esta herejía al afirmar en términos gráficos la plena humanidad corporal de Cristo (Jua 1:1-14; 1Jn 1:1-2; 1Jn 2:22; 1Jn 4:1-3; 1Jn 5:1). El modelo de la iglesia primitiva es un buen ejemplo para la iglesia de cualquier período ya que procura que el evangelio sea relevante para la cultura, sin por ello comprometer la doctrina.
En épocas posteriores, los eruditos propusieron que la iglesia había tomado elementos de la filosofía y las religiones de misterio griegas. En particular, afirmaban una similitud entre la resurrección de Jesús y el culto al sol en esas religiones griegas donde el astro renace y muere repetidamente. Esta especulación es errónea. Los escritores de los Evangelios documentaron cuidadosamente sus relatos históricos para confirmar las drásticas diferencias con la mitología griega sobre la muerte y el resurgimiento de los dioses. Dichos dioses eran mitológicos e imaginarios; Jesús fue un personaje de la historia y Sus milagros fueron tangibles e innegables. De modo que, mientras que el NT se produjo en una cultura helenística, la iglesia sistemáticamente se negó a comprometer el evangelio para satisfacer las expectativas culturales helénicas.

Steve W. Lemke