Significado de MISIÓN, MISIONES Según La Biblia | Concepto y Definición

MISIÓN, MISIONES Significado Bíblico

¿Qué Es MISIÓN, MISIONES En La Biblia?

Tarea que Dios envía a una persona que ha llamado, en particular la misión de comunicarle la salvación en Cristo a otro grupo de personas. Dentro del ámbito cristiano, la persona enviada se denomina misionero. A esta persona se le encomienda la tarea de entregarles el evangelio de Jesucristo a aquellos a quienes es enviado. La misión de las iglesias es enviar misioneros a todo el mundo hasta que todos hayan tenido oportunidad de escuchar el mensaje de Jesús y aceptarlo como Señor. Es interesante observar que el término misión no se encuentra en las Escrituras, si bien el concepto que encierra se extiende a lo largo de la Biblia.
Antiguo Testamento
Aunque algunos eruditos declaran que el AT dice poco o nada sobre la obra misionera, la idea más aceptada es que esta constituye un importante concepto del AT. Su fundamento radica en comprender que el Dios trascendente también participa en la historia. Él es el Dios que actúa. El registro de la participación divina en la historia indica que Su obra es tanto reveladora como redentora. El ser humano sabe quién es Dios mediante lo que Él ha hecho. Su actividad primordial ha sido redentora, tal como revelan las confesiones del AT (Deu 6:20-24; Deu 26:5-9; Jos 24:2-15). Esta actividad redentora de Dios es obra misionera porque Él envía mensajeros a la casa de Israel y profetas que actúan como voceros para todas las naciones.
Es evidente que el interés misionero de Dios es incluyente, no excluyente. Tal como lo indica la lista de las naciones en Gén 10:1-32, Su interés se extiende a todos los pueblos, no solo a Israel. Cuando Dios llamó a Abraham y a sus descendientes, no los escogió para que fueran receptores exclusivos sino, más bien, para que actuaran como medio de bendición para “todas las familias de la tierra” (Gén 12:1-3; Gén 18:16-19; Gén 22:9-19; Gén 26:1-5; Gén 28:10-14). Más tarde Dios les dijo a los israelitas que eran Su pueblo escogido (Éxo 19:3-6). Debían ser receptores y guardianes de la revelación especial divina (Heb 1:1-3) y el canal por medio del cual el Redentor entraría en la corriente de la historia humana (Isa 49:1-10). Aun así, la elección no constituía un fin en sí misma. Dios llamó a Israel para que fuera santa, separada o distinta de las demás naciones, pero los israelitas también debían actuar como sacerdotes para las otras naciones. El propósito de su existencia era que vivieran entre los otros pueblos y los guiaran hacia Dios.
Esta verdad se mantuvo en la memoria de Israel de tres maneras. El mensaje de los profetas obró como el primer recordatorio importante. Por ejemplo, Jeremías fue llamado para ser profeta a todas las naciones (Jer 1:3-10) y declaró juicio contra ellas (Jer 48:47; Jer 49:6; Jer 49:39). También profetizó que serían reunidas en Jerusalén (Jer 3:17). De manera similar, Isaías predijo que todas las naciones serían redimidas al dirigirse a Jerusalén (Isa 25:1-12; Isa 66:18-24). Más aún, les advirtió sobre el juicio de Dios (Isa 12:1-6; Isa 13:1-22; Isa 14:1-32; Isa 15:1-9; Isa 16:1-14; Isa 17:1-14; Isa 18:1-7; Isa 19:1-25; Isa 20:1-6; Isa 21:1-17; Isa 22:1-25; Isa 23:1-18; Isa 24:1-23; Isa 25:1-12) e invitó a Israel a ser “luz de las naciones” (Isa 49:6).
El segundo recordatorio para Israel sobre su responsabilidad en la obra misionera se manifestaba en la adoración. Los Salmos registraban que Dios era Señor de todas las naciones (Sal 67:1-2; Sal 72:8; Sal 72:17; Sal 72:19; Sal 50:1-23; Sal 96:1-13). La arquitectura del templo contaba con un lugar llamado patio de los gentiles donde los extranjeros podían adorar (1Re 8:41-43) y la oración de Salomón en la dedicación del santuario contemplaba este hecho (2Cr 6:32-33).
Además, la historia de Israel le recordaba su responsabilidad en la obra misionera desde el momento en que Rahab (Jos 6:22-25) y Rut (Rut 1:1-22; Rut 2:1-23; Rut 3:1-18; Rut 4:1-22) pasaron a formar parte de la nación aun siendo extranjeras.
El AT enfatizaba que las naciones deberían dirigirse a Jerusalén para ser salvas. Jonás quedó atónito cuando recibió una clase diferente de labor misionera. Dios le dijo que fuera a Nínive y le rogara a la gente que se arrepintiera. El profeta se negó a ayudar al pueblo que oprimía a su nación; no quería que escapara del juicio divino. No obstante, el libro de Jonás se convirtió en el máximo testimonio del AT del amor y la disposición de Dios que permitía que los extranjeros se relacionaran con Él mediante la adoración.
Nuevo Testamento
El NT constituye un crescendo en la sinfonía bíblica de las misiones. La tarea comienza con Jesús, quien fue enviado a la tierra para revelar al Padre (Jua 1:18; Jua 14:9), para glorificarlo (Jua 13:31; Jua 14:13; Jua 17:1; Jua 17:6), para traer el reino de Dios a la tierra (Mat 12:22-32) y para dar a conocer el amor y la misericordia de Dios a un mundo perdido (Luc 19:10). Su misión también era incluyente. Si bien el ministerio de Jesús estaba dirigido principalmente a los judíos, también suplió las necesidades de quienes no lo eran. Sanó a la hija de una mujer cananea y la elogió por su fe (Mat 15:21-29). También curó al siervo de un centurión romano (Mat 8:5-13). En otra ocasión inició una conversación con una mujer samaritana que dio como resultado la salvación de esta y de toda la comunidad (Jua 4:1-54).
Jesús enseñó claramente que Su misión iba a continuar después de que ascendiera al cielo. Cada uno de los Evangelios y también los Hechos presentan un relato del mandato que les dio a Sus seguidores de ir por todo el mundo, hacer discípulos, bautizarlos y predicar el evangelio (Mat 28:19-20; Mar 16:15-16; Luc 24:46-49; Jua 20:21-22; Hch 1:8). Jesús daba a entender que la iglesia se extendería más allá de sus fronteras. Esta comisión produjo un cambio dramático en el énfasis en la obra misionera. En lugar de hacer que los extranjeros se dirigieran a Jerusalén como había sucedido en el AT, la misión de la iglesia era ir a todo el mundo en vez de esperar que este viniera a ella; todos los creyentes debían ir y contarles a los demás lo que habían visto, no solo algunos profetas escogidos como Jonás.
El alcance de la obra misionera era incluyente. La iglesia tenía que atravesar fronteras, extenderse a todos los grupos étnicos, familias, tribus, clases sociales y culturas. El mensaje de salvación se les debía contar a todos en todas partes.
Los nuevos discípulos tenían que ser bautizados e instruidos. El propósito de la instrucción debía ir más allá de la simple entrega de información. También debía proporcionar crecimiento en la fe.
Dado que la Gran Comisión es un mandato, se espera que la iglesia obedezca. Aun así, no tiene que hacer la tarea por sí sola. Cristo prometió que estaría con la iglesia “hasta el fin del mundo”. Ante esta afirmación, la iglesia fue obediente porque el evangelio se predicó primero en Jerusalén (Hch 1:1-26; Hch 2:1-47; Hch 3:1-26; Hch 4:1-37; Hch 5:1-42; Hch 6:1-15; Hch 7:1-60; Hch 8:1-40), después en Samaria (Hch 8:1-40; Hch 9:1-43; Hch 10:1-48; Hch 11:1-30; Hch 12:1-25) y finalmente en todo el mundo (Hch 13:1-52; Hch 14:1-28; Hch 15:1-41; Hch 16:1-40; Hch 17:1-34; Hch 18:1-28; Hch 19:1-41; Hch 20:1-38; Hch 21:1-40; Hch 22:1-30; Hch 23:1-35; Hch 24:1-27; Hch 25:1-27; Hch 26:1-32; Hch 27:1-44; Hch 28:1-31).
La presencia de Jesús se sentiría a través del Espíritu Santo. Los discípulos no debían salir para alcanzar al mundo hasta que el Espíritu Santo descendiera sobre ellos (Hch 1:8). Esta es la única ocasión en la Biblia donde se le dice a una iglesia que no participe en la obra misionera. Las razones son evidentes. El Espíritu Santo capacita a la iglesia. También convence y convierte a los pecadores (Hch 5:14; Hch 11:21; Hch 11:24; Hch 18:8), lleva a cabo poderosas obras de gracia en los creyentes (Hch 4:8-10), disciplina a la iglesia (Hch 5:13-14), envía obreros (Hch 8:26; Hch 13:1-3), preside los concilios misioneros (Hch 15:1-41), frena y detiene a los que realizan la obra (Hch 16:6-10) y ejerce una autoridad eclesiástica suprema (Hch 20:28).
Con el poder del Espíritu Santo, la iglesia realizó la obra misionera al predicar de Jesús (Hch 2:1-47; Hch 8:35; Hch 10:36-44; 1Co 2:1-2). La misión ante el mundo se fortaleció por la comunión y unidad que experimentaba (Hch 2:44), y se hizo todo lo posible para conservar esas características (Hch 6:1-7; Hch 15:1-41, y por las cartas de Pablo a las iglesias de Corinto y Galacia).
Los misioneros que Jesús envió recibieron la instrucción de ir solo a la casa de Israel para predicar y suplir las necesidades de los seres humanos. No debían preocuparse demasiado por las necesidades físicas ni materiales, ni desperdiciar mucho tiempo con aquellos que abiertamente rechazaban el mensaje (Mat 10:1-15). Después de la resurrección, los misioneros fueron arrestados (Hch 4:1-37; Hch 5:1-42), padecieron sufrimiento (2Co 4:7-10) y los mataron (Hch 7:1-60).
El apóstol Pablo fue el más destacado de estos misioneros. Dios lo llamó a ser misionero entre los gentiles (Hch 26:16-18; Rom 1:5; Efe 3:1) y la iglesia de Antioquía lo envió (Hch 13:1-3). El Espíritu Santo lo guió en el ministerio (Hch 16:6-10). Predicó acerca de Jesús (1Co 2:1-2), se reunió con personas de su misma condición (Hch 17:1-34), estableció iglesias nativas y autónomas (Hch 14:23) y trabajó con otros a quienes entrenó para que hicieran las obras del ministerio (Hch 16:1-3). Más aún, Pablo se negó a depender como medio de vida de las iglesias que había establecido, si bien estuvo agradecido cuando ellas suplieron sus necesidades (Flp 4:14-18). Es importante observar que se identificaba con aquellos con quienes trabajaba (1Co 9:19-23).
La obra misionera era el corazón de las iglesias del NT. Ver Confesión; Elección; Espíritu Santo; Evangelio; Evangelismo; Pablo; Reino de Dios; Salvación.

Bob Compton