Significado de MOISÉS Según La Biblia | Concepto y Definición

MOISÉS Significado Bíblico

¿Qué Es MOISÉS En La Biblia?

Nombre de persona que significa “sacado del agua”. Moisés fue líder de los israelitas en el éxodo de la esclavitud y opresión egipcias, en el viaje por el desierto con las amenazas de hambre, sed y enemigos impredecibles, y finalmente en la audiencia divina en el Monte Sinaí/Horeb donde se concretó el singular pacto que vinculó de manera especial a Dios e Israel. No se sabe nada de Moisés por otras fuentes extrabíblicas. En realidad es indudable que el nombre “Moisés” aparece encubierto en nombres egipcios compuestos tales como Tutmosis III, pero ninguna de estas referencias proporciona información sobre el Moisés israelita.
La historia en el AT, desarrollada extensamente desde Éxo 1:1-22 hasta Deu 34:1-12, es más que una simple biografía. Constituye un documento del pacto que se celebró cuando Dios convirtió a Israel en el pueblo escogido tal como les había prometido a los patriarcas. También declara la gloria de Dios y la naturaleza de Su relación con los israelitas.
El artístico relato comienza en Éxo 1:1-22; no consiste en información sobre Moisés sino en una narración de los acontecimientos que afectaban al pueblo en Egipto. El faraón egipcio les temía a los israelitas porque se habían convertido en un pueblo numeroso y poderoso. Lanzó una política oficial de opresión contra ellos a fin de controlarlos. Cuando esta opresión no detuvo el crecimiento poblacional israelita, el faraón anunció otro método novedoso para detenerlo. “Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (Éxo 1:22). El capítulo siguiente anuncia el nacimiento de Moisés. Su vida comenzó bajo la sombra del juicio de muerte expresado por el faraón.
No obstante, la madre actuó para proteger a Moisés del decreto de muerte del faraón. Cuando ya se hacía imposible esconder al bebé, la madre construyó una arquilla, un canasto de juncos recubierto de asfalto y brea para que fuera resistente al agua. Colocó al niño en el canasto y lo puso en el río. Una hermana permaneció cerca para vigilar lo que sucedía. Sin embargo, la muchacha fue testigo de un cambio aparentemente terrible del destino cuando la hija del faraón se acercó al río. La princesa encontró el arca, la abrió y se dio cuenta de que el niño era hebreo. No obstante, en lugar de matar al bebé como lo había ordenado su padre, tuvo compasión del niño, hizo los arreglos necesarios y, con la ayuda de la hermana del bebé, procedió a adoptarlo como hijo propio. Como parte de ese proceso le entregó el niño a una nodriza por sugerencia de la hermana que estaba vigilando el arca. Desde luego, la nodriza era la propia madre del bebé.
Después de haberlo destetado, la madre le entregó el niño a la princesa. Al adoptarlo lo llamó Moisés. El joven héroe creció en el palacio del mismo rey que había procurado matarlo. Cuando Moisés fue adulto comenzó a preocuparse por la opresión que padecía su pueblo. El escritor enfatiza el grado de identidad que existía entre el pueblo oprimido y Moisés al decir: “Moisés, salió a sus hermanos […] y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos” (Éxo 2:11). Reaccionó frente a este acto particular de opresión contra su pueblo y mató al egipcio.
Tras el violento acto, Moisés huyó de Egipto y de su propio pueblo a la tierra de Madián. Una vez más intervino frente a la opresión, acción que lo colocó en una posición arriesgada y peligrosa. Moisés estaba sentado junto a un pozo, el sitio de reunión típico de aquella región (Gén 29:2). Allí presenció la violenta agresión de pastores contra las mujeres que realizaban la misma tarea y que ya habían sacado agua para las ovejas. Moisés las salvó de la opresión que padecieron; por este motivo, el padre de ellas que era sacerdote de Madián lo invitó para que viviera y trabajara bajo la protección de los hospitalarios madianitas. Finalmente, una de las hijas del madianita se convirtió en su esposa. En medio de la paz idílica de la hospitalidad madianita, Moisés cuidó las ovejas de Jetro, tuvo un hijo y vivió lejos de su pueblo.
El evento con la zarza ardiente mientras trabajaba como pastor de ovejas lo convirtió en el personaje crucial para su heroica labor. La zarza ardiente captó la atención de Moisés. Allí se encontró con el Dios de los padres que se presentó con un nombre particular que constituyó la clave esencial de la autoridad de Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”. Este extraño enunciado era la promesa de Dios a Moisés de que estaría con él en esta comisión especial. Dios lo envió a presentarse ante el faraón y conseguir que el pueblo fuera liberado de la opresión. El discurso divino que lo comisionó incluía dos aspectos. Como líder heroico de Israel daría inicio a los acontecimientos que conducirían al éxodo de Israel de Egipto. Pero como hombre de Dios sería Su representante para liberar al pueblo de la esclavitud egipcia. Con la autoridad necesaria para esa doble comisión, Moisés se presentó ante el faraón para negociar la liberación del pueblo.
Las narraciones sobre la negociación presentan a Moisés con un fracaso tras otro. Presentaba sus demandas ante el faraón, anunciaba una señal para respaldarlas, como resultado de las negociaciones obtenía alguna concesión del monarca pero no conseguía liberar al pueblo. La escena final solo constituía otra etapa de esas negociaciones. Sin embargo, Dios hizo morir a los primogénitos de todas las familias egipcias y pasó por alto a los israelitas. En medio de la agonía de esta escena de muerte, los egipcios arrojaron a los israelitas de Egipto (Éxo 12:30-36). Estos habían conseguido plata, oro y vestimentas de los egipcios a fin de prepararse para ese acontecimiento. Cuando escaparon se llevaron todo. Por lo tanto cuando Israel salió de Egipto, en una sola instancia le robó a la nación más poderosa los hijos primogénitos y las riquezas.
Moisés guió al pueblo al desierto mientras los egipcios los perseguían. Finalmente estos quedaron atrapados frente al Mar Rojo. Dios, que había prometido estar con Su pueblo, derrotó al enemigo en medio del mar. Luego suplió las necesidades de alimento y agua en el desierto hostil. Incluso las serpientes y los amalecitas fracasaron en su intento de frustrar el peregrinaje de los israelitas en el desierto bajo el liderazgo de Moisés. Éxo 17:8-13 muestra que Moisés fue fiel en el cumplimiento de sus responsabilidades como líder. Núm 12:1-16 demuestra que fue humilde; un líder con integridad que cumplió con los deberes correspondientes a su función a pesar de la oposición que le presentaron los miembros de su propia familia.
El corazón del relato sobre Moisés se observa con claridad en los sucesos ocurridos en el Monte Sinaí. La ley otorgada en el monte constituye el don de Dios para Israel. Le mostró al pueblo cómo actuar frente a Su obra salvadora en el éxodo, y a las generaciones subsiguientes, la manera de obedecer las enseñanzas de Moisés en el marco de un nuevo estilo de vida. Las leyes se denominaron mosaicas como una confirmación de la autoridad del líder. La ley de Moisés se convirtió en un modelo para la sociedad israelita. Los historiadores de Israel ciertamente relataron toda la historia de este pueblo conforme a la influencia del modelo mosaico y sugirieron que los reyes davídicos desarrollaran el liderazgo sobre la nación siguiendo su ejemplo (Josué–Reyes). Solo el buen rey Josías y en menor medida Ezequías estuvieron a la altura del modelo.
La muerte de Moisés está signada por una trágica soledad, si bien se vio beneficiada con la presencia de Dios. Él le negó a Moisés el privilegio de entrar en la Tierra Prometida a causa de su pecado (Núm 20:1-29). Deu 34:1-12 relata la escena de la muerte. Lo más importante del registro de la muerte de Moisés es la presencia de Dios con él. El líder dejó a su pueblo para subir a otra montaña. Moisés murió en la cima de ese monte, lejos de la gente que había servido durante tanto tiempo. Dios acompañó a Su siervo en el momento de morir. De hecho, Dios lo sepultó y solo Él sabe dónde se encuentra ese lugar.

George W. Coats y E. Ray Clendenen