Significado de ORDENANZAS Según La Biblia | Concepto y Definición

ORDENANZAS Significado Bíblico

¿Qué Es ORDENANZAS En La Biblia?

Los cristianos en su totalidad concuerdan en que el bautismo y la Cena del Señor fueron instituidos por Cristo y que Sus seguidores deben observarlos como “ordenanzas” o “sacramentos”. Ni la una ni el otro son términos bíblicos. Algunos intérpretes sostienen que sacramento transmite la idea de que la gracia de Dios se dispensa casi automáticamente mediante la participación en la Cena del Señor. Otros creen que la ordenanza enfatiza la obediencia para cumplir lo que Cristo mandó de manera explícita. Incluidos en el término se encuentran peligros extremos que van desde la superstición hasta el legalismo.
Los “sacramentos” variaron en número dentro de la historia de la iglesia primitiva durante un período de mil años. Peter Lombard (aprox. 1150 d.C.) alegaba siete, y Tomás de Aquino (aprox. 1250 d.C.) argumentaba que todos habían sido instituidos por Cristo. Después del 1500 d.C., Martín Lutero y otros reformadores protestantes rechazaron cinco e insistieron en que solo el bautismo y la Cena del Señor tenían fundamento bíblico. La mayoría de los protestantes concuerdan con esta afirmación.
No solo el nombre y la cantidad sino además la práctica y el significado de las ordenanzas han sido cuestiones de debate continuo. ¿Quiénes deben ser bautizados o participar en la celebración de la Cena del Señor? ¿Cuáles son los elementos esenciales de la observancia que aseguran su validez? ¿Qué producen en la vida de los individuos y de la iglesia? Aquí no presentamos respuestas definitivas ni aceptables para todos los cristianos sobre estas o muchas otras preguntas, pero un estudio de la evidencia bíblica puede ser útil para llegar a conclusiones.
Bautismo
Las referencias bíblicas sobre el bautismo abundan en los Evangelios, Hechos, las Epístolas Paulinas y otros libros del NT. Juan el Bautista predicó y practicó un bautismo de arrepentimiento (Mat 3:11-12; Mar 1:2-8; Luc 3:2-17). Su proclamación anticipaba el reino venidero. “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat 3:2). Multitudes respondían y, confesando sus pecados, “eran bautizados por él en el Río Jordán” (Mar 1:5). Aparentemente, no todos los que se acercaban eran bautizados porque Juan desafiaba a algunos diciendo: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mat 3:8). Juan consideraba que su función era de transición para preparar el camino (Mat 3:11), la venida de aquel que bautizaría con el Espíritu Santo y fuego.
Los escritores de los Evangelios registran que Jesús fue bautizado por Juan (Mat 3:13-17; Mar 1:9-11; Luc 3:21-22; Jua 1:32-34). Mateo señaló que Juan vaciló en bautizar a Jesús pero que finalmente consintió en hacerlo “porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mat 3:15). Luego del bautismo, cuando el cielo se abrió se produjo la identificación de Jesús como Mesías, el Espíritu descendió sobre Él como una paloma y una voz lo proclamó como el Hijo amado. Este acontecimiento inauguró Su ministerio público y determinó el trasfondo para el bautismo de los creyentes.
La era venidera que profetizaba Juan el Bautista arribó con Jesús. Este confirmó el ministerio de Juan al someterse al bautismo y adoptó el rito como parte de Su propio ministerio, aunque le confirió un nuevo significado para la nueva dispensación. El cuarto Evangelio indica que Jesús ganó y bautizó más seguidores que Juan el Bautista (Jua 4:1-2), pero señala que el bautismo en sí lo llevaban a cabo Sus discípulos. Jesús se refirió a Su muerte inminente como un bautismo (Luc 12:50), lo cual vinculó el significado de la ordenanza con la cruz. Los estudiosos de la Biblia evalúan e interpretan de maneras variadas estas y otras referencias al bautismo en los Evangelios, pero el impacto fundamental de la evidencia se presenta en favor de la opinión de que Jesús practicó y ordenó el bautismo. Un elemento esencial de esta evidencia lo constituye la Gran Comisión (Mat 28:19-20).
Los Hechos de los Apóstoles reflejan la práctica del bautismo en las iglesias cristianas primitivas y hace referencia a esta ordenanza con mayor frecuencia que cualquier otro libro del NT. En Pentecostés, después del mensaje de Pedro, “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hch 2:41). Ellos habían sido exhortados por el apóstol, quien les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2:38). En otras ocasiones, el bautismo fue “en el nombre de Jesús” (Hch 8:16; Hch 19:5). A veces, el don del Espíritu sucedía al bautismo; en otras instancias, lo precedía (Hch 10:44-48). Aparentemente, estos acontecimientos se consideraban experiencias diferentes.
El bautismo “para” perdón de los pecados se puede traducir “sobre la base del”. Muchos pasajes del NT enfatizan que el perdón se basa en el arrepentimiento y la confianza en lo que Jesús había hecho, no en un rito como el bautismo o alguna otra cosa (Jua 3:16; Hch 16:31). El evangelio es para todos; el bautismo es para los discípulos. La salvación la proporciona Cristo, no el bautismo. Las referencias a Jesús cuando bendijo a los niños pequeños no contienen ninguna alusión al bautismo (Mar 10:13-16), y el bautismo de “familias” (NVI) o de la “casa” (LBLA) que se describe en Hch 16:31-33 no se debe usar para defender prácticas cristianas posteriores.
Si el bautismo es solo para los creyentes y no otorga salvación, ¿por qué, pues, los cristianos lo universalizan? Es sumamente improbable que los primeros cristianos hubiesen adoptado esta práctica sin vacilar a menos que estuvieran plenamente convencidos de que Cristo quería que la adoptaran. Una reflexión adicional sobre lo que Cristo había hecho les permitió entender el sentido del bautismo en relación con el evangelio. Ningún otro escritor del NT contribuyó tanto como Pablo para interpretar plenamente el sentido teológico de esta ordenanza.
Pablo (Saulo) se encontró con el Cristo viviente cuando iba camino a Damasco para perseguir a los cristianos. Esto condujo a una reunión con Ananías en esa ciudad, lugar donde se le devolvió la vista a Pablo y también fue bautizado (Hch 9:17-18). Es probable que lo que Pablo conocía anteriormente acerca del bautismo haya sido negativo pero, a partir de ese momento, esta ordenanza pasó a formar parte de su mensaje misionero y de la práctica tanto entre judíos como gentiles.
El mensaje fundamental de Pablo declaraba que una relación correcta con Dios se basa exclusivamente en la fe en Jesucristo. “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Rom 1:17). A lo largo del libro de Romanos, Pablo enfatizó la preponderancia de la gracia sobre la ley. El acceso a esta gracia es por medio de la fe en Jesucristo (Rom 5:2). Donde abunda el pecado (la infracción de la ley), la gracia abunda mucho más. Esto plantea la pregunta (Rom 6:1): “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” Pablo lo niega de manera contundente dado que el que está muerto al pecado ya no vive más en él. Este hecho se ilustra claramente en el bautismo cristiano. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (vv. Rom 6:3-4).
Pablo adoptaba aquí la práctica cristiana universal del bautismo y una comprensión general de que simbolizaba la muerte, sepultura y resurrección del creyente junto con Cristo. La modalidad de la inmersión preserva este simbolismo de manera más evidente sumado al énfasis en la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida en Cristo. Se hace más hincapié en lo que Cristo hizo que en lo que hace el creyente. Mediante la fe en Él se recibe la gracia y se le otorga significado al bautismo.
En 1 Corintios, Pablo relacionó la unidad en Cristo con el bautismo. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1Co 12:13). El cuerpo de Cristo incluye a judíos y griegos, esclavos y libres, cada uno de ellos con diferentes dones; pero todos están inmersos en una unidad de espíritu que se representa mediante el bautismo. Gál 3:26-29 enfatiza la identificación con Cristo y también la unidad con Él al emplear la figura del vestirse. “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gál 3:27). No obstante, es preciso destacar también el versículo anterior. “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. Las distinciones terrenales desaparecen para los que pertenecen a Cristo; todos son uno en Cristo, herederos según la promesa.
El aspecto subjetivo del bautismo para el creyente y el objetivo en Cristo se unen en Col 2:9-12. La naturaleza pecaminosa es transformada mediante una circuncisión que no la realizan manos humanas sino Cristo. Los colosenses habían sido sepultados con Cristo en el bautismo y resucitados con Él por medio de la fe en el poder de Dios quien lo resucitó de los muertos. Por esa razón, tenían que poner sus afectos en las cosas de arriba y hacer morir la naturaleza terrenal (Col 3:1; Col 3:5).
En base a lo anterior y a otros pasajes, es evidente que para Pablo el bautismo representaba el mensaje del evangelio de la muerte y resurrección de Cristo, la confirmación de la muerte del creyente al pecado y su resurrección para andar en novedad de vida, lo que significaba su unión con Cristo y la unidad con los demás creyentes. El rito en sí no produce estas cosas dado que están basadas en lo que Cristo hizo y está haciendo. El bautismo sirve de simbolismo y manifestación pública eficaz para aquellos que confían en Cristo como Salvador y Señor.
La Cena del Señor
El relato escrito más antiguo de la institución de la Cena del Señor es 1Co 11:23-26. La iglesia de Corinto estaba dividida y muchos de sus miembros eran egoístas y se excedían. Por lo tanto, en las comidas comunitarias no participaban de “la cena del Señor” (v. 1Co 11:20), ya que algunos caían en excesos mientras que otros se quedaban con hambre y eran humillados. En respuesta a este abuso, Pablo les recordó la tradición que él había recibido y les había transmitido sobre la cena que el Señor compartió con Sus discípulos la noche que fue entregado.
“El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed, esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.”
Los términos “eucaristía”, “acción de gracias” y “comunión” se suelen aplicar a la Cena, y cada uno de ellos destaca un aspecto importante de esta ordenanza. “Cena del Señor” parece la más apropiada como designación general porque les recuerda a los creyentes que están participando del pan y de la copa en la mesa de Él y no en la de ellos.
El relato de la última cena tal como aparece en Mar 14:22-26 es prácticamente idéntico al de Pablo pero con ciertas diferencias (Mat 26:26-30; Luc 22:7-20). Ambas narraciones (de Marcos y de Pablo) registran la bendición (acción de gracias) y el partimiento del pan. Ambas aluden al pacto al referirse a la copa como Su sangre, si bien Pablo solo lo denomina “nuevo pacto” (Jer 31:31-34). Ambas contienen un énfasis futuro, aunque en forma diferente. Marcos señala que Jesús dijo que no volvería a beber del fruto de la vid hasta que lo hiciera nuevamente en el reino de Dios. Pablo dice: “todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1Co 11:26).
Pablo enfatizó el aspecto conmemorativo de la cena, “haced esto en memoria de mí”. Los creyentes deben recordar que el cuerpo de Cristo fue partido y Su sangre derramada por ellos. Tal como sucede con el bautismo, la participación en la Cena es una proclamación esperanzada del evangelio “hasta que él venga”. Así como la Pascua era un símbolo del antiguo pacto, la Cena del Señor lo es del nuevo. Los creyentes recuerdan el sacrificio realizado para su liberación de la esclavitud y anticipan la consumación definitiva en la tierra de la promesa, el reino de Dios.
La Cena compartida en memoria del pasado y con esperanza para el futuro se cumple en comunión en el presente. En los escritos paulinos se repite una y otra vez la frase “en Cristo”. La unión en Cristo y la unidad con los creyentes es un tema recurrente. Por esta razón, no debe sorprender que estos aspectos estén relacionados con la Cena del Señor. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1Co 10:16). Pablo no hablaba de una repetición del sacrificio de Cristo sino de una participación genuina en la comunión (koinonia) con el Señor viviente. La comunión con Cristo es fundamental para la comunión con Su cuerpo (v. 1Co 10:17).
Todos los creyentes son indignos de participar de la Cena del Señor, pero la gracia divina ha quitado esa indignidad. Lo lamentable es que algunos participan indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor. Pablo desarrolló este tema tanto para los corintios como para nosotros, e instó a los creyentes a examinarse en el momento de participar de la Cena del Señor y respetar a la congregación que conforma el cuerpo de Cristo.
Conclusiones
Cristo instituyó las dos ordenanzas. Ambas describen de manera pública y visible los elementos esenciales del evangelio, y ambas simbolizan realidades que abarcan la actividad divina y la experiencia humana. El bautismo es una experiencia que se vive una sola vez, pero la Cena del Señor se repite en muchas ocasiones. El bautismo sucede inmediatamente a la profesión de fe en Cristo y, de hecho en el NT, era la declaración de esa fe. La Cena del Señor declara la dependencia continua de la persona en el Cristo proclamado en el evangelio, quien murió, fue sepultado y resucitó para nuestra salvación.
La importancia del bautismo y de la Cena del Señor se irá incrementando a medida que las iglesias y los creyentes se consagren nuevamente al Cristo proclamado por el evangelio. Esta consagración admitirá que, al observar las ordenanzas, están presentando de manera singular el evangelio de Cristo y sometiéndose plenamente a las exigencias divinas. Al invocar a Cristo, el Salvador y Señor, para que proporcione fortaleza y liderazgo al pueblo de Dios en forma individual y colectiva, los creyentes permitirán que la observancia de estas ordenanzas cumpla un servicio fiel en el mundo.

Claude L. Howe (h)