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miércoles, julio 17, 2024
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    Hechos 4 - Biblia del Siglo de Oro

    Pedro y Juan ante el concilio

    1. Mientras ellos hablaban al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del Templo y los saduceos,

    2. resentidos de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de entre los muertos.

    3. Y les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde.

    4. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los hombres era como cinco mil.

    5. Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas,

    6. y el sumo sacerdote Anás, y Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes;

    7. y poniéndolos en medio, les preguntaron: —¿Con qué potestad o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?

    8. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: —Gobernantes del pueblo y ancianos de Israel:

    9. Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera este ha sido sanado,

    10. sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.

    11. Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.

    12. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

    13. Entonces viendo la valentía de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se admiraban; y les reconocían que habían estado con Jesús.

    14. Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra.

    15. Entonces les ordenaron que salieran del Concilio; y deliberaban entre sí,

    16. diciendo: —¿Qué haremos con estos hombres? Porque, de cierto, señal evidente ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que viven en Jerusalén, y no lo podemos negar.

    17. Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémoslos para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre.

    18. Entonces los llamaron y les ordenaron que en ninguna manera hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.

    19. Pero Pedro y Juan respondieron diciéndoles: —Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios,

    20. porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

    21. Ellos entonces, después de amenazarlos, los soltaron, no hallando ningún modo de castigarlos, por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho,

    22. ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad tenía más de cuarenta años.

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    23. Al ser puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.

    24. Ellos, al oírlo, alzaron unánimes la voz a Dios y dijeron: «Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay;

    25. que por boca de David tu siervo dijiste: »“¿Por qué se amotinan las gentes y los pueblos piensan cosas vanas?

    26. Se reunieron los reyes de la tierra y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor y contra su Cristo”.

    27. »Y verdaderamente se unieron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste,

    28. para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.

    29. Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que con toda valentía hablen tu palabra,

    30. mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades, señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús».

    31. Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la palabra de Dios.

    Todas las cosas en común

    32. La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.

    33. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos.

    34. Así que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el producto de lo vendido

    35. y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.

    36. Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que significa «Hijo de consolación»), levita, natural de Chipre,

    37. vendió una heredad que tenía y trajo el producto de la venta y lo puso a los pies de los apóstoles.