31 C
Miami
sábado, agosto 17, 2024
Más


    Hechos 17 - Castellano Antiguo (Nuevo Testamento)

    El alboroto en Tesalónica

    1. Habiendo pasado por las ciudades de Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga judía.

    2. Pablo, como ya tenía por costumbre, predicó allí, y por tres sábados consecutivos discutió con los judíos sobre la base de las Escrituras,

    3. declarando y explicando al pueblo las profecías acerca de la necesidad de que el Cristo sufriera y resucitase de los muertos. Y les decía: Jesús, aquel acerca de quien yo os predico, es el Cristo.

    4. Algunos de los judíos que escuchaban a Pablo quedaron convencidos; creyeron en el Señor y se asociaron a Pablo y Silas. También creyó un gran número de griegos piadosos y muchas mujeres importantes de la ciudad.

    5. Pero los judíos que no creían en Jesús, llenos de celos, recorrieron las calles hasta juntar una turba de individuos ociosos y malvados que alborotaron la ciudad. Asaltaron entonces la casa de Jasón, con el propósito de apresar a Pablo y Silas, y acusarlos ante una asamblea popular;

    6. pero no los encontraron allí, por lo cual sacaron a Jasón y a algunos creyentes más y los llevaron ante las autoridades de la población, gritando: ¡Estos que tienen trastornado al mundo entero, ahora han venido aquí, a nuestra ciudad!

    7. Jasón los ha alojado en su casa, y todos juntos infringen los decretos del César diciendo que Jesús es el rey.

    8. Al oir aquellas acusaciones, el pueblo en general y las autoridades de la ciudad se sobresaltaron;

    9. pero como Jasón y los demás pagaron la fianza que se les había exigido, los dejaron en libertad. En Berea

    Pablo y Silas en Berea

    10. Aquella misma noche decidieron los hermanos enviar a Pablo y Silas a Berea. Estos, una vez llegados, se dirigieron a la sinagoga.

    11. Los ciudadanos de Berea, que eran mucho más abiertos que los de Tesalónica, recibieron con gran aprecio el mensaje; y cada día examinaban solícitamente las Escrituras para comprobar la veracidad de lo que Pablo y Silas les enseñaban.

    12. Como consecuencia de su atención, muchos llegaron a creer, entre los cuales se contaban algunas mujeres griegas muy distinguidas y un buen número de hombres.

    13. Pero cuando los judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo estaba anunciando el mensaje de Dios en Berea, se apresuraron a ir allá y a provocar un alboroto entre la gente del pueblo.

    14. Por esta razón, los creyentes hicieron que Pablo saliera inmediatamente hacia la costa, aunque Silas y Timoteo consiguieron permanecer en la ciudad.

    15. Los que acompañaban a Pablo lo condujeron a Atenas, pero en seguida regresaron a Berea llevando a Silas y Timoteo el mensaje de que se reunieran con él lo antes posible. En Atenas

    Pablo en Atenas

    16. Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se sentía profundamente afligido al ver que la ciudad estaba entregada por entero a la idolatría.

    17. Por eso, además de concurrir a la sinagoga, donde discutía tanto con judíos como con gentiles piadosos, acudía a diario a la plaza pública para tratar de convencer a cuantos allí se encontraban.

    18. En cierta ocasión se enfrentó con unos filósofos de los epicúreos y de los estoicos, algunos de los cuales preguntaban: ¿Qué quiere decirnos ese charlatán? Otros, al oírle anunciar el evangelio de Jesús y hablar de su resurrección, decían: ¡Este debe de ser un predicador de nuevos dioses!

    19. Por fin hubo algunos que le invitaron a ir con ellos al lugar llamado el Areópago. Le dijeron: Ven y explícanos en qué consisten esas nuevas doctrinas que nos traes

    20. y que nos parecen bastante extrañas. Nos gustaría conocer más cosas a ese respecto.

    21. Porque, en general, ni los atenienses ni los extranjeros residentes en Atenas se interesaban por nada que no fuese hablar y oir hablar de asuntos novedosos.

    22. Una vez ya en el Areópago, Pablo se levantó, tomó la palabra y habló en estos términos: Atenienses, desde que estoy aquí vengo observando que sois profundamente religiosos,

    23. porque pasando por las calles de vuestra ciudad he visto, entre todos otros muchos santuarios, uno en cuyo altar se lee la inscripción: "Al Dios no conocido". Pues bien, ese Dios que adoráis sin conocerlo, es precisamente el que yo trato de anunciaros.

    24. Él es el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en el mundo existen; y es el Señor del cielo y de la tierra, por lo cual no necesita habitar en templos construidos por los hombres.

    25. Tampoco tiene necesidad de honores especialmente rendidos por los seres humanos, puesto que él es quien nos da a todos la vida y el aliento que necesitamos para seguir viviendo.

    26. Él, a partir de un solo hombre, nos hizo a todos, y nos ha dado la tierra para que la habitemos, habiendo fijado de antemano los límites de tiempo y lugar para nuestra existencia en este mundo.

    27. En todo ello, el propósito de Dios es que le busquemos, y que de alguna manera, incluso a tientas, lleguemos a encontrarlo, aunque él no está lejos de ninguno de nosotros.

    28. Porque ciertamente en él vivimos y nos movemos y somos; y como dijo uno de vuestros poetas: "Nosotros somos linaje de Dios".

    29. Pues bien, si nosotros somos linaje de Dios, no debemos pensar que él se asemeje a nada hecho con oro, plata o piedra, ni a ningún ídolo que el hombre sea capaz de esculpir según su propia imaginación y arte.

    30. Pero Dios, que a este respecto toleró la ignorancia humana en el pasado, ahora nos ordena a todos, sea cual sea el lugar donde cada cual habite, que nos volvamos a él y que a él sólo adoremos.

    31. Porque ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, mediante aquel varón que él designó y del que dio fe ante todos nosotros levantándolo de entre los muertos.

    32. Cuando los que escuchaban a Pablo le oyeron referirse a la resurrección de los muertos, comenzaron unos a burlarse y otros a decir: Sobre ese asunto te oiremos en otra ocasión.

    33. Allí concluyó el discurso, y Pablo salió de aquel lugar.

    34. Hubo, sin embargo, algunas personas que creyeron y que desde ese día se uniero n a él; entre ellas, Dionisio, miembro del Areópago, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.