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    1 Corintios 2 - Biblia Castilian 2003

    Proclamando a Cristo crucificado

    1. Cuando yo, hermanos, llegué a vosotros, no llegué para anunciaros el misterio de Dios con despliegue de elocuencia o de sabidur a;

    2. pues me propuse no saber entre vosotros otra cosa que a Jesucristo; y éste, crucificado.

    3. Y me presenté ante vosotros débil y con mucho temor y temblor.

    4. Mi palabra y mi predicación no consist an en hábiles discursos de sabidur a, sino en demostración de esp ritu y de poder;

    5. para que vuestra fe no se basara no en sabidur a de hombres, sino en el poder de Dios.

    La revelación por el Espíritu de Dios

    6. Es verdad que para los ya formados usamos un lenguaje de sabidur a. Pero no de una sabidur a de este mundo ni de las fuerzas rectoras de este mundo que están en v as de perecer;

    7. sino un lenguaje de sabidur a misteriosa de Dios, la que estaba oculta y que Dios destinó desde el principio para nuestra gloria;

    8. la que ninguno de los dirigentes de este mundo ha conocido. Porque si la hubieran conocido, no habr an crucificado al Se or de la gloria.

    9. Pues, según está escrito: Lo que el ojo no vio ni el o do oyó, ni el corazón humano imaginó, eso preparó Dios para los que le aman.

    10. Pero a nosotros nos lo ha revelado Dios por el Esp ritu; porque el Esp ritu lo explora todo, aun las profundidades de Dios.

    11. ¿Quién es el que sabe lo que hay en el hombre, sino el esp ritu del hombre que está en él? De la misma manera, sólo el Esp ritu de Dios sabe lo que hay en Dios.

    12. Ahora bien, nosotros hemos recibido, no el esp ritu del mundo, sino el Esp ritu que viene de Dios, para que conozcamos las gracias que Dios nos ha concedido.

    13. Éste es también nuestro lenguaje, que no consiste en palabras ense adas por humana sabidur a, sino en palabras ense adas por el Esp ritu, expresando las cosas del esp ritu con lenguaje espiritual.

    14. En un plano puramente humano el hombre no capta las cosas del Esp ritu de Dios, porque son para él necedad; y no puede conocerlas, porque sólo pueden ser examinadas con criterios espirituales.

    15. Por el contrario, el hombre dotado de Esp ritu puede examinar todas las cosas, mientras que él no puede ser examinado por nadie.

    16. Pues, ¿quién conoció la mente del Se or, de modo que pueda aconsejarle? Pero nuestra mentalidad es la de Cristo.