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    Marcos 12 - Biblia Castilian 2003

    Los labradores malvados

    1. Y comenzó a hablarles en parábolas. "Un hombre plantó una vi a, la rodeó de una cerca, excavó un lagar y construyó una torre; luego la arrendó a unos vi adores y se fue lejos de su tierra.

    2. A su tiempo envió un criado a los vi adores, para percibir de ellos los frutos de la vi a que le correspond an.

    3. Pero ellos le echaron mano, lo apalearon y lo despidieron con las manos vac as.

    4. De nuevo les envió otro criado; pero a éste lo descalabraron y llenaron de ultrajes.

    5. Todav a envió un tercero; pero a éste lo mataron. Después, a muchos otros, a unos los apalearon y a otros los mataron.

    6. Todav a le quedaba alguien: un hijo muy querido. Lo envió, pues, a ellos en último lugar, pensando: "A mi hijo lo respetarán".

    7. Pero aquellos vi adores se dijeron unos a otros: "Éste es el heredero. Vamos a matarlo y la heredad será nuestra".

    8. Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la vi a.

    9. ¿Qué hará el due o de la vi a? Volverá, acabará con aquellos vi adores y arrendará la vi a a otros.

    10. ¿Ni siquiera habéis le do este pasaje de la Escritura: La piedra que rechazaron los constructores se ha tornado en remate de la esquina.

    11. Esto es obra del Se or y es maravilla a nuestros ojos?".

    12. Ellos intentaban apresarlo, pero tuvieron miedo al pueblo; pues se hab an dado cuenta de que por ellos hab a dicho esa parábola. Lo dejaron, pues, y se fueron.

    La cuestión del tributo

    13. Luego le env an algunos fariseos y herodianos para cazarlo en alguna palabra.

    14. Llegan, pues, y le dicen: "Maestro, sabemos que eres sincero y que nada te importa de nadie; porque no te fijas en las apariencias de las personas, sino que ense as realmente el camino de Dios. ¿Es l cito pagar tributo al César: s o no? ¿Debemos pagarlo o no debemos pagarlo?".

    15. Pero él, sabiendo bien su hipocres a, les dijo: "¿Por qué me tendéis trampas? Traedme un denario para verlo".

    16. Se lo llevaron y él les pregunta: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Ellos le respondieron: "Del César".

    17. Entonces Jesús les dijo: "Pagad lo del César al César, y lo de Dios a Dios". Y quedaron admirados de él.

    La pregunta sobre la resurrección

    18. Después vienen a él unos saduceos - los cuales afirman que no hay resurrección - y le preguntan:

    19. "Maestro, Moisés nos dejó escrito que, si un hermano muere dejando mujer sin hijos, otro hermano suyo debe tomar esa mujer, para darle sucesión al hermano difunto.

    20. Pues bien, eran siete hermanos; el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia.

    21. También el segundo se casó con ella, pero murió sin dejar descendencia; y lo mismo el tercero;

    22. y ninguno de los siete dejó descendencia. Al final de todos, murió también la mujer.

    23. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer".

    24. Jesús les contestó: "¿No estáis en el error, precisamente por desconocer las Escrituras y el poder de Dios?

    25. Porque, cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, sino que serán como ángeles en el cielo.

    26. Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis le do en el libro de Moisés, cuando aquello de la zarza, cómo le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahan, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

    27. Él no es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis completamente equivocados".

    El gran mandamiento

    28. Entonces se le acercó uno de los escribas, que hab a estado oyéndoles discutir y hab a visto lo bien que les hab a respondido, y le preguntó: "¿Cuál es el mandamiento primero de todos?".

    29. Respondió Jesús: "El primero es: Escucha, Israel: el Se or, nuestro Dios, es el único Se or,

    30. y amarás al Se or, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

    31. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento alguno mayor que éstos".

    32. Entonces le dijo el escriba: "Muy bien, Maestro; con razón has dicho que Él es el único y que no hay otro fuera de Él;

    33. y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a s mismo, vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios".

    34. Entonces Jesús, viendo que hab a respondido con tanta sensatez, le dijo: "No estás tú lejos del reino de Dios". Y nadie se atrev a ya a hacerle más preguntas.

    ¿De quién es hijo el Cristo?

    35. Tomando entonces Jesús la palabra, dec a mientras ense aba en el templo: "¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?

    36. David mismo dijo, inspirado por el Esp ritu Santo: Dijo el Se or a mi Se or: siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.

    37. El mismo David lo llama "Se or"; entonces, ¿a t tulo de qué es hijo suyo?". El pueblo, muy numeroso, lo escuchaba con agrado.

    Jesús acusa a los escribas

    38. En su ense anza dec a: "Guardaos de los escribas, que se complacen en pasearse con amplias vestiduras, acaparar los saludos en las plazas

    39. y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes;

    40. que devoran las casas de las viudas mientras fingen entregarse a largos rezos. Ésos tendrán condenación más severa".

    La ofrenda de la viuda

    41. Estaba sentado frente al tesoro y observaba cómo la gente echaba en él monedas de cobre; eran numerosos los ricos que echaban mucho.

    42. Llegó también una pobre viuda, que echó dos monedas muy peque as, equivalentes a un cuarto de as.

    43. Llamó entonces a sus disc pulos junto a s y les dijo: "Os aseguro que esta viuda pobre echó más que todos los demás en el tesoro.

    44. Porque todos ellos echaron de lo que les sobraba; pero ésta, de su pobreza, echó todo cuanto pose a, todo lo que ten a para vivir".