Lucas 18 - Reina Valera 1995Parábola de la viuda y el juez injusto1. También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar,[1] 2. diciendo: "Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre. 3. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo: "Hazme justicia[2] de mi adversario". 4. Él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: "Aunque ni temo a Dios ni tengo respeto a hombre, 5. sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo me agote la paciencia"".[3] 6. Y dijo el Señor: "Oíd lo que dijo el juez injusto. 7. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?[4] 8. Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?" Parábola del fariseo y el publicano9. A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10. "Dos hombres subieron al templo a orar:[5] uno era fariseo[6] y el otro publicano.[7] 11. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo[8] de esta manera: "Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12. ayuno[9] dos veces a la semana, diezmo[10] de todo lo que gano". 13. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,[11] diciendo: "Dios, sé propicio a mí,[12] pecador". 14. Os digo que este descendió a su casa justificado[13] antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".[14] Jesús bendice a los niños15. Traían a él niños para que los tocara. Al verlo los discípulos, los reprendieron. 16. Pero Jesús, llamándolos, dijo: --Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. 17. De cierto os digo que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.[15] El joven rico18. Un dignatario[16] le preguntó, diciendo: --Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?[17] 19. Jesús le dijo: --¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios. 20. Los mandamientos sabes: "No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre".[18] 21. Él dijo: --Todo esto lo he guardado desde mi juventud. 22. Al oir esto, Jesús le dijo: --Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.[19] 23. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste porque era muy rico. 24. Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: --¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas![20] 25. Porque es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios.[21] 26. Los que oyeron esto dijeron: --¿Quién, pues, podrá ser salvo? 27. Él les dijo: --Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. 28. Entonces Pedro dijo: --Pues nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido. 29. Y él les dijo: --De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o padres o hermanos o mujer o hijos, por el reino de Dios, 30. que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna. Nuevamente Jesús anuncia su muerte31. Tomando Jesús a los doce, les dijo: --Cuando lleguemos a Jerusalén[22] se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre, 32. pues será entregado a los gentiles,[23] se burlarán de él, lo insultarán y le escupirán.[24] 33. Y después que lo hayan azotado, lo matarán; pero al tercer día resucitará.[25] 34. Sin embargo, ellos nada comprendieron de estas cosas, porque esta palabra les era encubierta y no entendían lo que se les decía. Un ciego de Jericó recibe la vista35. [26] Aconteció que, acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando, 36. y al oir a la multitud que pasaba, preguntó qué era aquello. 37. Le dijeron que pasaba Jesús nazareno. 38. Entonces gritó, diciendo: --¡Jesús, Hijo de David,[27] ten misericordia de mí! 39. Los que iban delante lo reprendían para que callara; pero él gritaba aún más fuerte: --¡Hijo de David, ten misericordia de mí! 40. Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerlo a su presencia. Cuando llegó, le preguntó, 41. diciendo: --¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: --Señor, que reciba la vista. 42. Jesús le dijo: --Recíbela, tu fe te ha salvado. 43. Al instante recobró la vista, y lo seguía glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios. |