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sábado, agosto 17, 2024
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    Job 2 - Nueva Versión Internacional 1999

    1. Segunda prueba de Job Llegó el día en que los ángeles[f] debían hacer acto de presencia ante el Señor, y con ellos llegó también Satanás para presentarse ante el Señor.

    2. Y el Señor le preguntó: -¿De dónde vienes? -Vengo de rondar la tierra, y de recorrerla de un extremo a otro -le respondió Satanás.

    3. -¿Te has puesto a pensar en mi siervo Job? -volvió a preguntarle el Señor-. No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable, que me honra y vive apartado del mal. Y aunque tú me incitaste contra él para arruinarlo sin motivo, ¡todavía mantiene firme su integridad!

    4. -¡Una cosa por la otra! -replicó Satanás-. Con tal de salvar la vida, el hombre da todo lo que tiene.

    5. Pero extiende la mano y hiérelo, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara!

    6. -Muy bien -dijo el Señor a Satanás-, Job está en tus manos. Eso sí, respeta su vida.

    7. Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del Señor para afligir a Job con dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla.

    8. Y Job, sentado en medio de las cenizas, tomó un pedazo de teja para rascarse constantemente.

    9. Su esposa le reprochó: -¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!

    10. Job le respondió: -Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo malo? A pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra.

    11. Los tres amigos de Job Tres amigos de Job se enteraron de todo el mal que le había sobrevenido, y de común acuerdo salieron de sus respectivos lugares para ir juntos a expresarle a Job sus condolencias y consuelo. Ellos eran Elifaz de Temán, Bildad de Súah, y Zofar de Namat.

    12. Desde cierta distancia alcanzaron a verlo, y casi no lo pudieron reconocer. Se echaron a llorar a voz en cuello, rasgándose las vestiduras y arrojándose polvo y ceniza sobre la cabeza,

    13. y durante siete días y siete noches se sentaron en el suelo para hacerle compañía. Ninguno de ellos se atrevía a decirle nada, pues veían cuán grande era su sufrimiento.