¡SEÑOR Danos Hambre y Sed de Tu Palabra!

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mateo 5:6)

El Señor llama “bienaventurados” a los que tienen hambre y a los que tienen sed; es decir dichosos, felices, dignos de ser envidiados.

El hambre y la sed son instintos naturales para conservar la vida. Ambos sentidos nos

estimulan a buscar comida y agua. El hombre trabaja por la necesidad de alimentarse y de sustentar a su familia.

Sin hambre no comeríamos, sin sed no beberíamos.

Cuando la Biblia habla de hambre, habitualmente se relaciona con la palabra de Dios.

“…no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios.” (Lucas 4:4)

Y cuando habla de sed, se asocia al Espíritu Santo.

“El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. (Juan 7:38).

Tener hambre y sed espiritual nos impulsa e inspira a ir a Jesucristo, la fuente de vida eterna, para ser saciados.

Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. (Juan 6:55).

El profeta Amós, nos avisa:

“He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová”. (Amós 8:11).

Mi corazón está ardiendo y suspirando que acontezca ese momento, asimismo, clama:

¡Señor danos hambre y sed de tu palabra!

A pesar de las muchas predicaciones, profecías y revelaciones que hemos escuchado y recibido, si no hay hambre ni sed, todo es desperdiciado y en vano.

Un dicho popular dice:

“puedes llevar un caballo al agua, pero no puedes obligarle a beber”.

Los deseos del alma y de la carne, siempre combaten contra los deseos del espíritu, por lo cual, el diablo, continuamente, aprovecha estos anhelos, a veces lícitos, de hambre y sed para tentarnos e impedir saciar los deseos espirituales.

Bienaventurados, dichosos, los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán arropados con el manto de la justicia de Jesucristo y permanecerán delante de Dios, sin tener vergüenza, ni culpabilidad. Recibirán la justicia que sólo Cristo da. Dios

Afirma:

“abre tu boca, y yo la llenaré”. (Salmo 81:10)

Igual que los pajarillos abren sus picos, para que su madre les dé de comer.

Un hombre nacido de nuevo, puede cuidarse y nutrirse muy bien para estar corpulento, robusto y fuerte, exteriormente; pero si no alimenta su nueva naturaleza espiritual, con el pan de vida, morirá famélico.

Si tomáramos una “radiografía” de su estado interior, veríamos de qué se ha mantenido espiritualmente. Sólo aquellos, cuyo deseo de justicia es más profundo e intenso, que los apetitos naturales y carnales, recibirán revelación de las Escrituras y el Rhema, que es la palabra específica de Dios, hablando personalmente al espíritu.

Si carecemos de ambas cosas, moriremos. Las sagradas escrituras dice, que Jesús después de ayunar por cuarenta días en el desierto, tuvo hambre y Satanás, hallándole en debilidad:

“…le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (Lucas 4:3).

Jesús, respondió al desafío, con la palabra de Dios:

“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”. Deuteronomio 8: 3)

Jesucristo proclamó:

“Yo soy el pan de vida.” (Juan 6: 48).

El hambre espiritual nos guía a sustentarnos de Él. David, el salmista, deseaba tanto comer de la palabra de Dios que dijo:

“Desfallecieron mis ojos por tu palabra…” (Salmo 119:82).

Hay que anteponer el hambre espiritual, a los apetitos de la carne, únicamente así, nacerá la sed por la justicia, el ansia de vivir rectamente, alentándonos a orar, de lo más profundo del corazón:

“Señor, quiero andar delante de ti y ser perfecto”.

Es imposible andar en santidad e integridad, sin hambre, sin sed, sin el clamor del

alma de querer ser perfecto delante de Dios, para ser justificados por la fe:

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…” (Romanos 5: 1).

Cuando el profeta Ezequiel comenzó su ministerio, Dios le enseñó un rollo de libro, era el mensaje que debía comunicar, predicar, profetizar: “Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo:

Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras (Ezequiel 3: 1.4)

El Señor hoy también, nos pone delante el rollo, diciéndonos:

¡Cómelo!

De tal manera que la palabra habite y abunde en nosotros y logréis dársela a

otros. Naturalmente, antes de transmitirla, hay que ingerirla y retenerla.

El Rey de Reyes, nos invita a comer y a beber, hace un llamamiento, a un grupo de personas muy especial. Él conoce sus nombres y ve sus corazones, va dirigido a todos los sedientos.

¿Eres tú, uno de ellos?

Esta es tú invitación:

“A todos los sedientos:

Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.

¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia?

Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma…” (Isaías 55: 1:3).

Desgraciadamente, desaprovechamos el tiempo y consumimos las energías, en cosas que no satisfacen y no son necesarias, en vez de llenarnos de la palabra de Dios. El rey Salomón, en su avidez, probó todas las frivolidades, incluso, poseyéndolo todo, llegó a esta conclusión:

“todo ello es vanidad y aflicción de espíritu”. (Eclesiastés 1:14).

Nosotros, a pesar de lo mucho que pudiéramos conseguir en este mundo, nunca adquiriríamos sus riquezas. Jesús dijo a los que tienen hambre y sed de su justicia y deseos de ser limpios, puros delante de Él, que serían envueltos con su manto y saciados; no prometió satisfacción a nadie más.

Hay deseos lícitos y otros ilícitos, fuera de la ley de Dios, como las concupiscencias que quieren interferir, truncar el deseo de su voluntad y descarriarnos por una senda equivocada.

La Biblia dice:

“Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.

(Proverbios 14:12).

Luego, por sentimientos y apariencias, no podemos diferenciarlo, ni confiarnos,

ya que el enemigo, intenta siempre apropiarse de un deseo legítimo y desviarlo. También, hay un deseo natural de buscar cónyuge para ser completo, y apetencias muy fuertes de sexo, que impulsan considerablemente a la humanidad.

Todos, en verdad, queremos ser aceptados y amados, estos afectos a menudo nos conducen a actuar equivocadamente. Igualmente, tenemos propensiones a la protección y la seguridad.

Para sustentar el hambre es imprescindible renunciar a todo aquello que nos obstruye el apetito, aunque sean cosas inofensivas, como por ejemplo, la camaradería de los hermanos.


Es bueno hablar, compartir, pero incluso es mejor, en ocasiones, separarse un poco de la compañía y buscar a Dios. Los líderes del futuro serán los que alimenten la intimidad con el Padre Celestial.

Preferible es la comunión con Dios, a la comunión de los santos.

El Señor exhorta a tratar radicalmente con los deseos carnales que compiten contra el alma y destruirlos. Si no nos van a controlar, como la concupiscencia de los ojos que nunca se sacia. La Biblia dice:

“… los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar…” (2ª Pedro 2:14).

El apóstol Marcos, nos avisa “Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno”. (Marcos 9:47).

¡Sácalo! está en juego la eternidad.

¿Cielo o infierno?

Los deseos que luchan contra el espíritu causan malestar y vacío.

¿Y cómo podremos tener hambre de Dios si estamos tan llenos de cosas vanas y frívolas que solo producen ansiedad y desasosiego?

Nunca seremos saciados, si no buscamos la presencia del Dios vivo. El rey David, en

su intima relación con Dios, gritó apasionadamente:

“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Salmo 63: 1.1).

Que esta sea nuestro anhelo y oración.

Dios les Bendiga…..


Comentarios

Una respuesta a «¡SEÑOR Danos Hambre y Sed de Tu Palabra!»

  1. Avatar de Maribel B T
    Maribel B T

    Me ayuda mucho

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