«toda
Y en ocasiones hasta compartimos el sentir del Salmista y decimos:
¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca» (Salmo 119:103).
Pero si somos honrados, tenemos que confesar que hay ocasiones también cuando leemos las Escrituras más bien por un sentido de deber que por el espontáneo deseo de hacerlo.
Y aunque sabemos que nuestras lecturas bíblicas debieran traernos bendición, a veces cerramos el Libro con cierto sentido de decepción. Estamos convencidos de que:
«esto no debe ser así»,
pero ¿cómo podemos lograr que nuestro estudio bíblico personal sea siempre fructífero?
Para algunos hermanos parece que el Libro de Dios es una simple sarta de curiosidades. Se deleitan en hacer alarde de sus «conocimientos bíblicos», pero éstos resultan ser de escaso provecho espiritual.
Consisten en el aprendizaje de los detalles mecánicos de
Vale la pena saber que Marcos no era uno de los doce apóstoles y que Dan y Beerseba no fueron marido y mujer.
Además, es interesante saber que el capítulo más largo de
Pero puede uno saber todo estoy mucho más de semejante índole sin que su vida diaria dé evidencia de una íntima comunión con Cristo.
Para otros, parece que
No cabe duda de que la polémica tiene su lugar y que cada creyente debe saber defenderse de los estragos del error. No obstante esto, el propósito principal con que damos lectura a
Ahora bien, si vamos a obtener de
¡Pero no debemos aspirar a ser cristianos tipo perro, tortuga o pez!
Más bien debemos recordar la práctica de Israel de recoger el maná cada día (Éxodo, capítulo 16) y arreglar nuestro horario de tal manera que podamos seguir su ejemplo.
«Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré» (Salmo 5:3).
Sin duda la mañana es el mejor tiempo para nuestra cita diaria con Dios porque entonces nuestra mente está más despejada. El lugar debe ser el sitio más tranquilo de que podamos disponer.
Pero sea dónde y cuándo sea, lo importante es que se establezca el hábito de tomar tiempo cada día para leer
Pero es posible leer
El remedio está en la práctica de leer con propósito, acercándonos a la porción escogida en busca de información específica. En seguida se enumeran diez preguntas que debemos hacernos cada vez que leemos un pasaje bíblico:
1. ¿Cuál es el tema general de este pasaje?
2. ¿Cuál es la lección principal que el pasaje enseña?
3. ¿Cuál es, para mí, el versículo más inspirador en este pasaje?
4. ¿Qué enseña este pasaje acerca de Dios?
5. ¿Encuentro en el pasaje algún ejemplo que debo seguir?
6. ¿Señala el pasaje algún pecado que yo debo confesar?
7. ¿Hallo en este pasaje algún error que debo evitar?
8. ¿Presenta el pasaje algún deber que necesito cumplir?
9. ¿Contiene el pasaje alguna promesa que debo reclamar?
10. ¿Consigna el pasaje alguna oración que debo hacer mía?
No quiero decir que en todo pasaje bíblico que leamos habremos de encontrar una respuesta para cada una de estas diez preguntas. Pero el hecho de estar pendientes de hallar algo relacionado con todas ellas nos ayuda a mantenernos más alertas.
Además, esta manera de leer tiene la grandísima ventaja de que nos obliga a descubrir en
pues Cristo ha dicho:
«Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis» (Juan 13:17).
Y cuando obedecemos, recibimos mayores manifestaciones de la gracia de Dios, porque en otro lugar el Señor declaró que:
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él» (Juan 14:21).
Dios les Bendiga…..
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