Una vez leí acerca de un herrero, que después de ser salvo él, le llamó la atención del texto del 1º de Corintios 10:31: «‘Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Al comienzo, no entendía bien todo lo que significaban las palabras, pero sí entendió estas tres cosas:
1. Que todo lo que es recto se puede hacer para la gloria de Dios.
2. Que todo lo que no glorifique a Dios, no se debe tocar.
3. Que lo que glorifica mejor a Dios, vale más.
La palabra «gloria» no le turbó mucho,y hasta la explicó de una manera muy sencilla. «Para glorificar a Dios», él dijo, «tenemos que representarlo de tal manera que todos lo estimen mucho más que antes».
Por consiguiente, decidió hacer de este texto el lema de su vida. Súbitamente, se dio cuenta de la plena presencia de Dios.
A la mañana, al sentarse a la mesa por el desayuno, repetía a sí mismo el texto: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, haced lo todo para la gloria de Dios».
«Voy a comer este desayuno para la gloria de Dios», se dijo a sí mismo.
Su esposa observó que él no comía tan rápidamente como siempre, y que tenía más cuidado con lo que comía. Ella no olvidó, tampoco, que él le dio las gracias a ella por haber preparado la comida, y que no la criticó como solía hacerlo por el café.
Después de un tiempo de oración, él fue a su taller, recordándose que él le había prometido a un granjero que arreglaría su arado esa tarde. El no olvidó que solía trabajar cuando quería, y sin motivo especial sino lo de ganar dinero. Comenzó el trabajo esa mañana, diciendo:
«Voy a arreglar este arado, para la gloria de Dios«.
Con mucho cuidado logró el calor requerido, y cuando retiró el acero de la fragua ya lista por el yunque, lo torneó en todas direcciones, considerando cautelosamente el lugar exacto donde debiera golpeado. Entonces hizo volar las chispas al golpearlo con intensidad. Lo volteaba y martillaba, hasta que casi no se podía ver que se había reparado, tan hábilmente les había juntado y batido las partes. Luego lo afiló, limpiándolo con una tela de esmeril, hasta brillar como una moneda de plata nueva.
Cuando llegó el granjero, quedó asombrado al saber que ya había terminado el trabajo, pues conocía la flaqueza de Juan. Pero cuando miró el trabajo, y darse cuenta de que Juan le cobró un precio razonable, se dijo el granjero al viajar a su casa:
«Ese hombre verdaderamente se dio a las cosas de Dios. Si todos los cristianos vivieran de esa manera, creo que yo mismo me entregaría al Señor.
(Autor desconocido)
«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
«En conclusión, ya sea que coman o beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1° de Corintios 10:31)
AMEN ¡¡¡
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