Sanando las relaciones más difíciles

Perdonar a mi papá ha sido un proceso bastante difícil y doloroso pero hoy puedo decir que ha sido de las mejores decisiones que he tomado.

La mentora que escribe este artículo, publicó una nota previa sobre este tema, que puedes leer en este enlace.

Nací en un hogar cristiano, en medio de una familia misionera; mis papás se dedicaban a predicar el evangelio en el interior del país. Sin embargo, mi papá llevaba una doble vida. Era un hombre bastante agresivo, violento, con una vida sexual desordenada y que abusaba de drogas.  Desde muy temprana edad recuerdo sus agresiones hacia mi; sufrí golpes físicos bastante duros y difíciles de olvidar, viví abuso sexual de parte de él también.

Nunca recibí palabras de validación; al contrario, cuando se refería a mí, utilizaba expresiones bastante sexuales. Siempre hacía énfasis a que yo sería un objeto sexual por el resto de mi vida.

Mi niñez fue muy confusa; no sólo yo estaba sufriendo en mi hogar; veía cómo mi mamá y mis hermanos sufrían golpes; vivía en medio de gritos, miedo, dolor, abusos, drogas, maltrato etc. Era una vida insoportable.

Cuando yo tenía ocho años, mi papá falleció de una sobre dosis de droga. Recuerdo perfectamente ese día; recuerdo a familiares llorar y preocuparse por mi familia. Sin embargo, yo estaba tranquila; mi papá no volvería más. Los golpes, las palabras, el abuso sexual había terminado y yo me sentía contenta. A partir de ese día NUNCA más se habló en mi casa de mi papá.

En mi adolescencia, empecé a sufrir abuso sexual de parte de varios hombres. Esto me llevó a desenterrar el dolor que mi papá me causaba de niña. Las heridas estaban allí. Empecé a guardar rencor y odio hacia él, mi carácter se deformó completamente, llegué a odiar mi condición de mujer. Mi vida no tenía sentido; me sentía usada, sucia y sin valor. No me importó desperdiciar mi vida a tal punto de involucrarme en desórdenes alimenticios bastante severos y en pecado sexual. Odiaba a todos los hombres, creía que los ellos sólo estaban para ejercer dominio sobre mí y aprovecharse de mi condición.

El dolor y el rencor me llevaron a construir malas relaciones con los que me rodeaban. No me llevaba bien con mi mamá, la culpaba de muchas cosas de mi pasado. La relación con mis hermanos también era bastante complicada y difícil, me convertí en una mujer que los desvalidaba como hombres.

En medio de mi dolor, Dios empezó a obrar en mi vida. Puso en mi camino al Ministerio Libres en Cristo y allí empezó una transformación radical. Aprendí a usar principios bíblicos para dejar mi pecado sexual y la bulimia. Sin embargo, el dolor no se iba, los recuerdos estaban allí.

Dios proveyó de amigas cristianas que me hicieron ver que necesitaba perdonar a mi papá. Debo admitir que esto no tenía ningún sentido para mi: ¿Cómo iba a perdonar a alguien que estaba muerto?

El Espíritu Santo empezó a hablarme fuertemente, debía dar un paso más. Debía empezar a sanar mis relaciones, empezando con mi papá para luego sanar relaciones con mi familia y con los hombres en general. No fue fácil, decidía perdonar un día y al día siguiente el dolor volvía. Confesaba una y otra vez que perdonaba a mi papá pero aún así no lo sentía.

Fue hasta hace aproximadamente un año, que sentí la necesidad de ir a visitar la tumba de mi papá. No había ido desde el día en que lo enterramos, no iba desde hacía 17 años. Recuerdo que ese tarde estaba bastante nerviosa, no sabía qué sucedería. Tal vez lloraría, quizá sentiría dolor o quizá reviviría recuerdos. Al estar frente a su lápida mi corazón fue conmovido. La tumba estaba totalmente abandonada, descuidada y sucia. Nadie había ido a visitar ese lugar desde hacía 17 años. La misericordia de Dios me invadió con mucha fuerza, vi a mi papá con los ojos de Dios. Los mismo ojos que me vieron a mi mientras estaba en pecado, con dolor, rencor y odio. Si Dios me había perdonado, si Dios me había mostrado su amor y su misericordia ¿Quién era yo para no perdonar a mi papá? ¿Quién era yo para juzgarlo si ni el mismo Dios me juzgó a mi? El dolor se fue y en ese mismo instante sentí un amor muy profundo para mi papá.

Mis sentimientos hacia él han cambiado, desearía mucho poder relacionarme con él nuevamente y mostrarle amor y perdón. Sin embargo, aún tengo relaciones que construir y relaciones donde puedo mostrar ese amor y ese perdón que Dios me ha dado.

Dios está restaurando la relación con mi mamá y mis hermanos. Disfruto de mi familia, sé que es la familia que Dios me ha dado.

El haber sanado la relación con mi papá, me ha llevado a sanar relaciones con los hombres que me rodean. Poco a poco estoy aprendiendo a ser la mujer que Dios quiere que sea para con ellos. Paso a paso y de la mano de Dios estoy abriendo mi corazón nuevamente para construir relaciones sanas con varones.

Aún sigo en el proceso de restaurar relaciones rotas pero me tomo de una promesa escrita en el libro de Isaías: “¡Voy a hacer algo nuevo! – Dice Dios –  Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta?  Estoy abriendo un camino en el desierto,  y ríos en lugares desolados”.

Puedo decir que soy una mujer nueva. Aunque aún no termino de entender mi pasado, entiendo que Dios dispuso todo para mi bien. Sé que mi vida es testimonio del poder y la restauración de Dios. Mi pasado es mi mejor arma para servirle.

Hoy quiero invitarte a que si tienes alguna relación que debes restaurar, te tomes de la mano de Dios y decidas caminar en este proceso. Es un proceso que trae libertad y sanidad, es un proceso que nos lleva a construir relaciones como Dio lo planeó desde un principio.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.