Arrepentimiento, el regalo perfecto de Dios

Para definir el arrepentimiento bíblico, vamos a tomar un momento para hablar sobre lo que NO es arrepentimiento verdadero.

“Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras.” (Santiago 1.17, NVI)

Hemos sido bendecidos. Ya sea que estemos conscientes de ello o no, todas las cosas buenas que disfrutamos aquí en la tierra son un regalo de nuestro Padre Celestial que está arriba. El aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos, nuestra salud, nuestros amigos y familiares, incluso nuestra propia vida. Y más allá de esta vida, la Biblia nos dice que por la fe, tenemos otros regalos, así: el don de la gracia (Efesios 3:7), el don de la fe (Efesios 2:8), el don de la justicia (Romanos 5: 17), el don del Espíritu Santo (Hechos 10:45), el don de la salvación (Romanos 6:23). Hay otros, también, y en este artículo, me gustaría hablar de un regalo en particular, un don que es absolutamente esencial para caminar en la victoria sobre los hábitos alimenticios pecaminosos. Ese regalo se llama arrepentimiento.

En primer lugar, el arrepentimiento no es lamento. De hecho, casi me atrevería a ir tan lejos como para decir que lamentarse es un sustituto de Satanás para el arrepentimiento. ¿Por qué? Debido a que el lamento parece ponernos en el camino correcto, pero no nos lleva a la línea final de la meta. Miro a mi pecado y sus consecuencias, y me siento mal. Muy malo. Muy, muy, muy mal. ”¡Soy un miserable, un miserable! ¡Metí la pata otra vez! ¡Oh, Señor, no volveré a hacerlo bien! ¿Cómo puedes tolerarme?”

¿Lo ves? Lamentarse tiene que ver con mis propias fuerzas y mi propio bienestar. Soy yo, yo luchando por algo que he hecho, para yo sentirme mejor.

El arrepentimiento, por otra parte, está centrado en Dios. No tiene nada que ver con mi autoestima o sentirme bien acerca de mi persona o la forma en que me trato a mí mismo. El arrepentimiento es volver a involucrarse en una relación correcta con el Dios Santo al que he ofendido.

“Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable.” (Salmos 51.4, NVI)

En segundo lugar, el arrepentimiento no es lo mismo que convicción. La convicción es un paso en la dirección correcta, pero sigue sin verse un fruto.  Yo puedo estar totalmente convencido de que mis acciones están mal, no obstante continuo pecando de la misma manera.

¿Puedes pensar en alguien en la Biblia que estaba convencido, pero no arrepentido? Unos pocos vienen a la mente, pero por el momento, echemos un vistazo a la historia de Balaam en Números, capítulos 22-24.

Israel se había escapado de Egipto y comenzó su marcha de cuarenta años por el desierto. Con la ayuda del Señor, habían derrotado a los cananeos y los amorreos y ahora estaban acampados en las llanuras de Moab. Balac, rey de Moab, sabía lo que había sucedido a los amorreos, y él y su pueblo estaban más que nerviosos porque los israelitas estuvieran en el vecindario. Así que Balac decidió contratar a Balaam, un profeta local, para bajar y maldecir a Israel para él.

En Números 22, funcionarios del gobierno de Balac llegaron a la casa de Balaam, y de inmediato, Dios le dijo a Balaam: “No vayas con ellos. No maldigas al pueblo, porque es bendito” (versículo 12). Instrucciones muy claras, diría yo. Obedientemente Balaam envió a los hombres del rey de regreso a casa.

Pero Israel no iba a desaparecer por arte de magia, por lo que el rey Balac mandar hizo un llamado más grande y más impresionante a Balaam, le prometió una recompensa aún más rica, y en su corazón codicioso Balaam pensó: “Hmmm… Bueno, ellos han viajado todo este camino, no les hará daño que pasen aquí la noche, y quién sabe, tal vez Dios lo reconsidera”.

Y Dios, sabiendo que la terquedad de Balaam, dice, está bien, ve con ellos “pero solo haz lo que te digo” (versículo 20).

¿Quizás el corazón de Balaam no estaba con Dios? Yo pienso que sí, y voy a leer un poco más de la historia aquí. Supongo que a lo mejor Balaam escogió deliberadamente interpretar el consentimiento de Dios para ir, como el consentimiento para maldecir a Israel, ya que es lo que se proponía a hacer. Después de todo, puede haber razonado que Dios había cambiado de opinión.

Pero Dios – a fin de aclarar cualquier malentendido, envió a su ángel delante de Balaam a reunirse con él y le llevó el siguiente mensaje de manera clara: ¡Dios no ha cambiado de opinión!

Sabemos el resto de la historia.  Antes que la espada del ángel cortara la cabeza de Balaam, interviene su burro (¡que le habla audiblemente!) y la vida de Balaam se salva. Humillado, Balaam continúa su camino con Balac, pero escucha a Dios y bendice a Israel. ¿Un final feliz, verdad? Incorrecto.

Sigue leyendo y mira las palabras de Jesús en Apocalipsis 2:14

“No obstante, tengo unas cuantas cosas en tu contra: que toleras ahí a los que se aferran a la doctrina de Balaam, el que enseñó a Balac a poner tropiezos a los israelitas, incitándolos a comer alimentos sacrificados a los ídolos y a cometer inmoralidades sexuales.” (Apocalipsis 2.14, NVI)

Ya ves, a pesar de todo, Balaam se mantuvo sin arrepentimiento. Fue condenado, estaba convencido de su error, y hasta hizo lo correcto, pero Balaam nunca se apartó de su camino de hacer su voluntad y de practicar la maldad (2 Pedro 2:15). Con el tiempo, perdió la vida por los israelitas (Josué 13:22), pero no antes de dar a Balac la estrategia que necesitaba para derrotar al pueblo de Dios de otra manera: el introducir el pecado sexual entre los israelitas. Comprobado: El arrepentimiento no es lo mismo que convicción.

Bueno, ¿y entonces qué es el arrepentimiento? Probablemente has escuchado la comparación del arrepentimiento a conducir un coche por la carretera, dándose cuenta de que estás por el camino equivocado, y dar media vuelta para regresar a la inversa. También he escuchado que otros han descrito el arrepentimiento como una espada de dos filos. El primer filo del borde de la hoja de acero es el doloroso: “¡¿Qué he hecho?!”, que llega al fondo del corazón, donde entendemos nuestro pecado y nos arrepentimos, y el segundo borde es cuando dejamos de pecar, y con lo mejor de nuestra capacidad, reparamos el daño causado.

Pero incluso la descripción se queda un poco corta.  Judas Iscariote es una ilustración de esto. Leemos en el Evangelio de Jesús como Judas lamenta profundamente haberlo traicionado. Comprendió que había hecho mal, e incluso trató de volver atrás y hacer las cosas bien.

“Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos. —He pecado —les dijo— porque he entregado sangre inocente. — ¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú!” (Mateo 27.3-4, NVI)

Pero eso fue lo más que pudo llegar Judas. Cuando los sumos sacerdotes lanzaron de nuevo el asunto en su regazo, Judas se entregó a la desesperación y se ahorcó.

El arrepentimiento no puede terminar con la desesperación, porque el arrepentimiento no es tristeza por haber violado una regla. ¡El arrepentimiento es dolor por haber roto el corazón de Jesús! Sospecho que Judas nunca pasó por un verdadero arrepentimiento porque, a pesar de haber vivido con el Señor por tres años, Judas Iscariote nunca amó a Cristo y nunca entendió el amor de Cristo por él.

Ese tipo de arrepentimiento – la clase que nos devuelve a una relación correcta con Dios – no es imposible de lograr. ¿Por qué? ¡Porque el arrepentimiento trae la alegría al Padre, y compartimos su alegría!

“y vuelve a la casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido.” Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. ” (Lucas 15.6-7, NVI)

“Me has dado a conocer la senda de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha. ” (Salmos 16.11, NVI)

¿Entendiste lo anterior? ¡En su presencia hay plenitud de gozo! El anhelo del corazón de Dios es que nosotros regresemos al lugar de íntima comunión con Él.

En su libro “Una cosa que no se puede hacer en el cielo”, Mark Cahill describe el arrepentimiento de esta manera:

“Hace poco oí a un caballero en un show de televisión cristiana hablar hebreo antiguo. Dijo que en hebreo “arrepentirse” significa literalmente “quemar la casa y tirar sal en el campo.” Cuando hay sal en un campo, no se puede cultivar nada. Así que si quemas la casa y hechas sal sobre el campo: ¿tienes alguna razón por la cual volver a ese lugar? ¡Ninguna! ¡Qué cuadro de palabra para el arrepentimiento!” (pp. 132-133)

Así pues, para resumir todo esto y aplicar esto a los hábitos pecaminosos, el arrepentimiento es un don de Dios, por lo que debemos pedírselo a Él.

“Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!” (Mateo 7.11, NVI)

“Ésta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido.” (1 Juan 5.14-15, NVI)

El arrepentimiento no es sentirse mal por comer en exceso o estar en sobrepeso, o por ceder al pecado sexual, o a la auto-lesión, o caer en un pozo de auto-compasión. Se trata de estar convencido de que nuestros hábitos son pecado, y más que eso, alejarnos de ese camino equivocado y establecer el no volver a practicar dichos hábitos nunca más, y no regresar al lugar de donde salimos. Se trata de “quemar la casa y echar sal sobre el campo.”

“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9.15, NVI)

Original aquí


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