Divagando sobre la educación (1)


a. Al maestro le ofrecen un beneficio económico si sus alumnos salen con calificación alta en una prueba de conocimientos a nivel nacional.

b. Los alumnos no saben gran cosa.

c. El maestro ayuda a los alumnos a sacar una buena nota.

¿Cómo se llamó la obra? La educación en México. Triste, pero cierto. ¿Qué nos ha pasado? Podríamos culpar los programas, los profesores, los sueldos de los profesores, pero a mí me parece que lo que hemos perdido de vista es la disciplina. La permisividad y el libertinaje reinan hoy en el aula, por dicha razón, el progreso académico es menor, y la inseguridad, aún para niños, aumenta.

Propongo tres cosas…

La disciplina de la memorización

Sí, es una disciplina. Y no está pasada de moda. En la actualidad las “técnicas educativas” ven con menosprecio la memorización. Pero sin ella, preferiría no ser atendida por un médico que no se grabó los huesos del cuerpo y la ubicación de cada órgano, ni me gustaría escuchar una improvisación de Bach solo porque el músico no logró aprenderse las notas.

La memorización, en pocas palabras, es útil. ¿Qué memoriza uno en la escuela? Datos, sí, pero que a la larga se vuelven piezas vitales en el aprendizaje. Me refiero a las tablas de multiplicar, las fórmulas químicas, las capitales de los países, las reglas ortográficas. Quizá al principio no hay verdadera comprensión, pero un día las sacaremos del baúl de la memoria y harán magia.

Y por cierto, propongo que los niños –aún sin proponérnoslo- siguen memorizando. Saben las canciones de moda, los diálogos de películas, las malas palabras. ¿Por qué no llenar sus mentes y sus corazones de cosas buenas?

Finalmente, a los padres nos corresponde ayudarles a memorizar las Escrituras. Les estaremos dando un regalo al hacerlo. La Palabra de Dios les ayudará a “no pecar contra Él”, a “meditar en ella de día y noche”, a “ser sabio”, “perfecto… enteramente preparados para toda buena obra”.

Un niño de cinco años ya debería recitar el Salmo 23 y otros más. El salmo 1, el 121, el 8, el 24. Un niño de ocho años podría manejar con facilidad el capítulo del amor en Corintios, y declamar Filipenses 2:5-8. (Por cierto, qué pena que en la educación se ha perdido el arte de la poesía. ¡Qué hermoso era recitar a Rubén Darío o a Amado Nervo!) Y un niño mayor, Isaías 53, Juan 14, Juan 15.

No menospreciamos la disciplina de la memorización.

Continuará…


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.