Con este título prediqué ayer en la iglesia a la que pertenezco: «Creyentes» camino del infierno. Con mucho temor, pero sobre todo con mucha preocupación. El texto que tocaba exponer este Domingo era Mt 7.21-29.
Este año leí un librito que me hizo mucho bien, «El pastor renovado», un clásico puritano que trata de la importancia de la obra pastoral de visitación y de exposición en privado, de las verdades que exponemos en público. El autor cuenta lo mucho que su iglesia fué bendecida cuando se dedicó a visitar a sus hermanos y repasar con ellos el evangelio de salvación. Una de las cosas que le sorprendió fue que miembros de muchos años no entendían verdades tan básicas como la divinidad de Jesús, o su muerte vicaria. Creo que este librito tiene la misma vigencia hoy en día.
Las razones por las que una persona se une a una iglesia local son muy variadas. También las razones por las que alguien, quizás presionado por una invitación a repetir «la oración del pecador», la recita, quizás con plena convicción de fe, quizás porque atraviesa graves problemas personales y está necesitado de ayuda, o quizás por salir cuanto antes de una situación incómoda. Hacemos muy mal en ganar almas con poca diligencia y siguiendo «fórmulas instantáneas», pero hacemos peor asegurándole a un no creyente que está en paz con Dios.
De esto trata mi mensaje (espero tenerlo en breve lo pondré en esta web).
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