Para ejercer una influencia duradera

Dios da a todos los creyentes verdadera libertad por medio de su Hijo Jesucristo. ¿Desaprovecha usted esa bendición, o la comparte con otros? El problema es que algunas personas están tan centradas en sus propias necesidades y deseos, que no logran ejercer influencia ni siquiera en su vecino más cercano.

Piense en la gente con la que usted se relaciona cada semana. ¿Sabe cuántos de sus vecinos están enfermos? ¿Hay personas en su iglesia que están luchando para salir adelante? ¿Sabe si alguno de sus compañeros de trabajo está pasando por dificultades? Lo más probable es que haya personas a su alrededor que necesiten ayuda. Pero cuando nos centramos en nosotros mismos limitamos nuestra capacidad de notar a esas personas, y mucho más de alcanzarlas.

El Señor Jesús enseñó a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvaneciese, ¿con qué será salada? No sirve para más nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mt 5.13). Para que la sal siga siendo útil, debe mantener su pureza y eficacia. Del mismo modo, debemos tratar de tener una vida santa, humilde y amorosa centrada en la voluntad del Salvador, no en la nuestra. Dios ha preparado buenas obras para que andemos en ellas (Ef 2.10). Nuestra tarea es decidir hacer eso.

Del enfoque de nuestro corazón dependerá que tengamos o no una influencia positiva en nuestro mundo. ¿Centra usted su atención en cómo hacer más para salir adelante y tener más cosas en la vida? ¿O busca las maneras de hacer más para servir a los demás?

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