HECHOS 33. EL TESTIMONIO APOSTÓLICO EN JUDEA Y SAMARIA 14

HECHOS 12:20-24


20 Ahora bien, Herodes estaba muy enojado con los habitantes de Tiro y de Sidón. Entonces ellos enviaron una delegación para que hiciera las paces con él, porque sus ciudades dependían del país de Herodes para obtener alimento. Los delegados se ganaron el apoyo de Blasto, el asistente personal de Herodes, 21 y así se les concedió una cita con Herodes. Cuando llegó el día, Herodes se puso sus vestiduras reales, se sentó en su trono y les dio un discurso. 22 El pueblo le dio una gran ovación, gritando: «¡Es la voz de un dios, no la de un hombre!».

23 Al instante, un ángel del Señor hirió a Herodes con una enfermedad, porque él aceptó la adoración de la gente en lugar de darle la gloria a Dios. Así que murió carcomido por gusanos.

24 Mientras tanto, la palabra de Dios seguía extendiéndose, y hubo muchos nuevos creyentes.

25 Cuando Bernabé y Saulo terminaron su misión en Jerusalén, regresaron[d] llevándose con ellos a Juan Marcos.

Con este extraño pasaje concluye esta sección, la dedicada al testimonio apostólico en Judea y Samaria, del libro de los Hechos de los Apóstoles. Herodes Agripa I, según narra el historiador Flavio Josefo, murió de forma súbita y extraña. El libro de Hechos nos da una interpretación teológica del hecho, ocupó el lugar de Dios y este le castigo.
Rápidamente, mientras leía el pasaje vino a mi mente las palabras que la serpiente le dijo a Eva, no moriréis, sino que seréis como dioses. La gran tentación del ser humano, desde el principio, ha consistido en ser iguales a Dios, querer usurpar el lugar central que Él ocupa, declararnos independientes, autónomos y libres de su tutela.
He pensado si de alguna manera no caigo en el mismo pecado que Herodes. Me doy cuenta que lo hago cada vez que me abrogo para mí mismo prerrogativas que únicamente le pertenecen al Señor y dos han venido de forma clara a mi mente.
La primera, es cuando juzgo a otros, algo que la Biblia indica que solamente puede hacerlo Dios. La segunda, cuando decido por mí mismo lo que es correcto e incorrecto al margen del consejo de la Palabra de Dios y la guía de su Espíritu, ya que tan sólo el Señor puede determinar de forma objetiva que es el bien y el mal. Cuando yo lo hago estoy viciado de subjetividad. Para mí, al ser pecador, el bien siempre será aquello que me conviene, me interesa, me gratifica o está en línea con mis deseos. El mal, por el contrario, será aquello que se oponga a mis intereses, metas, logros, propósitos y deseos.
Un principio


Ocupar el lugar de Dios es más fácil de lo que nos pensamos.


Una pregunta


¿Qué prerrogativas que tan sólo le pertenecen a Dios te estás abrogando?


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