Pureza Sexual … EL REGALO QUE NUNCA LE HABIA DADO

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Atado a la lujuria sexual, mi manera de relacionarme con el sexo opuesto siempre había sido con una sola cosa en mente.  Como si la “cablería” que tenía en mi diseño sexual original se hubiese quemado con el sexo torcido al que fui sometido de niño, “amor” y “sexo” eran sinónimos en mi vida.  En mi mente, relacionarme con otras personas, amarlas y que llegaran a ser importantes para mí, requería incluir el componente sexual.

Así llegué a un primer matrimonio, cargando en mi maleta las experiencias de una vida controlada por el sexo; una vida grabada con los recuerdos de una fila interminable de víctimas que utilicé y convertí en objetos sexuales para satisfacer a la lujuria sexual que dominaba mis pasos.  Era un hombre incapaz de amarme y de amar a otros sanamente.

El fracaso de mi primer matrimonio era cuestión de tiempo.  Nunca había aprendido lo que era serle fiel a una persona; nunca había aprendido lo que era pureza e integridad en una relación.  ¿Cómo podría poner en práctica y vivir consistentemente –como hombre casado– algo que nunca había aprendido ni vivido como hombre soltero?  Un voz dentro de mí me decía que no me había dado cuenta de la magnitud del problema al que me estaba enfrentando, un problema que había negado y engavetado durante toda mi vida.

Como muchos de los hombres atados a la lujuria sexual, yo era un hombre atado a la variedad descontrolada, al continuo cambio de parejas sexuales y a las sesiones interminables de pornografía en el Internet.  Ninguna de estas conductas causaba que bajara la intensidad de los reclamos que la lujuria sexual hacía sobre mi carne. Por el contrario, entre más me contaminaba la lujuria sexual, más velocidad y poder tomaba este cáncer en mi vida.

Por ingenuidad, negación o pura necedad, pensé que la ceremonia matrimonial y el intercambio de votos tedrían un efecto “mágico”.  Aunque nunca había vivido pureza ni fidelidad, pensé que una boda y un anillo de matrimonio me las darían.  Pensé que con tener a una esposa a mi lado, dejaría atrás la locura del sexo sin control.  Con el paso de los días en el matrimonio, me di cuenta que, lejos de haber aniquilado al gigante de la lujuria sexual, éste se levantaba con más fuerza e ira en contra mía.  Dejada atrás la luna de miel, tuve que enfrentarme al trabajoso reto del matrimonio, con las inevitables presiones, luchas y discrepancias que nacen de la convivencia con otra persona radicalmente diferente a ti, con la cual se maneja conjuntamente la vida conyugal.  Ahí estaría la lujuria sexual esperando pacientemente para ofrecerse como medicina, como alivio, como anestesia.

Con cada día que pasaba, el recuerdo de aquellos votos nupciales se hacía más remoto.  La promesa de fidelidad se adormecía en mi mente.  La lujuria sexual vendría a atacarme ahí, precisamente, para recordarme todo mi pasado de impureza y doble vida: “¿Realmente crees que podrás serle fiel hasta que la muerte los separe?”  ”¿Realmente crees que puedes enterrar tus conductas pasadas llenas de infidelidad y lujuria para ser otro tipo de persona?”  ”Tú naciste sin piernas para caminar un camino de pureza, acéptalo.”  Finalmente, pudo más la lujuria que el anillo en el dedo y aquel vago recuerdo de los votos nupciales.  Así, regresó la pornografía, el sexo telefónico, la salidas a los bares de “strippers” y el adulterio en la calle.  Regresando a mis conductas pasadas –o más bien, a esas que reprimí pero que nunca se fueron– había apuñalado de muerte a aquel inocente matrimonio que se iría desangrando lentamente, sin que casi nadie se diera cuenta.

De vuelta a la calle como hombre soltero, luego de haber enterrado a aquel matrimonio que yo mismo maté, me lancé sin inhibición alguna a consumir todo lo sexual que se me ofreciera. Para anestesiar aún más mi consciencia por el daño causado, recurrí al alcohol como droga diaria, con la cual destruía todo freno para mis conductas sexuales.  Así pretendí comenzar una nueva relación con una joven estudiante de sicología que conocí “accidentalmente” en un restaurante donde me iba a embriagar frecuentemente. Desde el comienzo, le mentí sobre mi vida llena de ataduras y puse mi mejor cara para hacerle creer que vivía una vida balanceada y en orden.  Me fue fácil aparentar con ella, lo que ya había perfeccionado con el resto del mundo.  Me fue fácil hacerle creer que todo estaba bien en mi vida, cuando en realidad estaba sumido en una profunda fosa de depresión, alcoholismo y sexo adictivo.

Reflexionando sobre aquel comienzo, puedo ver lo injusto que fue aquel tiempo para mi actual esposa. Entrando a una relación de convivencia sin casarnos, todo el mundo la juzgó y la condenó. Al quedar embarazada de nuestra Adriana, las críticas y censuras llovieron sobre ella a niveles de tormenta tropical.  Aquella joven fue lanzada, sin pedirlo, en el medio de una vorágine de problemas familiares que no conocía y que habrían hecho correr a la más valiente.  Con el paso de los años y nuestra restauración en Jesucristo, Dios nos señaló el camino, nos dio el norte para seguir caminando y vencer juntos a esta atadura, que comienza por uno, pero que acaba impactando a toda una familia.

Entonces, cuando mi vida comenzaba a dar frutos de pureza, decidimos iniciar un largo periodo de mentoría matrimonial con nuestro pastor para casarnos en la iglesia.  Para aquella temporada, nuestra Adriana ya había cumplido los cinco años de edad y seguíamos buscando el rostro de Dios en la Iglesia Torre Fuerte.  Mi esposa Solimar y yo seleccionamos la fecha de nuestra boda y nos dimos más de un año para todo el proceso de culminar las mentorías y continuar madurando.  Fue entonces que ocurrió.  Una noche, hablando con el Señor y reflexionando sobre el camino que habíamos caminado juntos, escuché Su voz dentro de mi corazón: “Hijo mío, ahora estás preparado para darle a Solimar el mejor regalo de bodas, lo que nunca le habías dado, lo que nunca antes pudiste darle… Le vas a dar un regalo que ella bien se merece hace tiempo…  Le vas a dar un año de noviazgo puro…”  Al escuchar aquellas palabras, quedé estremecido de pies a cabeza.  Intenté entender lo que aquellas palabras querían decirme y mi mente no era suficiente para entenderlas.  ”¿Señor, qué es lo que Tú me estás diciendo?”  ¿Un año de noviazgo puro?”  ”¡No lo puedo entender, Señor, porque es que nosotros tenemos a una niña de cinco años y hace seis años que vivimos juntos!”

A medida que se fue disipando la neblina de la conmoción, pude empezar a ver y entender lo que Dios me acababa de decir y lo extraordinariamente importante de Su petición.  Por primera vez en mi vida, Dios me hacía una petición tan concreta para Solimar, pero que a la vez, esta petición entrañaba algo bien concreto para mi caminar de pureza.  No dejaba de salir de mi asombro, luego de haber estado allí por varias horas pensando sobre aquellas palabras.  “Un regalo de bodas…”  ”…que nunca le había dado…”  ”que ella bien se merece hace tiempo…”  Entonces entendí.  Entonces sentí en todo mi ser la convicción de lo que Dios me había pedido, como quien siente una braza incandescente en el mismo medio del pecho…

Dios es extraordinario y su corazón de padre no deja de asombrarme.  Luego de tanto buscarme, de tanto anhelar mi compañía, Dios no me pidió un regalo para El.  Su corazón de Padre es mucho más profundo y exquisito.  El me pidió un regalo para su hija.  Y El sabía cuál era el mejor regalo; cuál era el regalo más extraordinario para nuestra boda, pero sobretodo para honrar el corazón de aquella joven que ahora se había convertido en una valiente y esforzada mujer de fe, que supo enfrentar los temporales y pudo discernir los tiempos, para entender que sólo con Dios saldría airosa.

Nunca le había dado a Solimar, hasta aquel momento, un solo día de noviazgo puro.  Como siempre hice, construí mi relación con ella sobre los cimientos equivocados.  Una vez más, igualé erróneamente las palabras “amor” y “sexo” en la tabla de mi corazón. Nunca construí con Solimar una relación basada en la confianza, en la fidelidad, en la pureza, en ese amor de la Palabra “…que nunca busca lo suyo.”  Nunca levanté nuestra relación buscando entenderla y amarla totalmente, sin condiciones.  Utilizando los bloques incorrectos –aquellos que sólo está compuestos del ingrediente sexual– omití importantes valores, sentimientos, sueños y hasta inquietudes y temores que eran parte indispensable de mi futura esposa.  ¿Realmente la conocía?  ¿Podía mirar dentro de ella y, con los ojos cerrados, sólo palpando su corazón, tener la seguridad que aquel era el corazón de  mi esposa?  No. No podía.

Entre más tiempo me la pasaba reflexionando, más “me hacía sentido” esta petición de Dios.  Sólo si construíamos sobre una zapata firme, basada en la pureza que Dios quería para nosotros, nuestro matrimonio estaría sabiamente cimentado.  Sólo así los vientos huracanados de las pruebas y de las tentaciones sexuales –entre otras– no causarían el derrumbe de nuestra casa.  Poco a poco, pude ver en su completa dimensión el regalo que Dios me pedía para Solimar.  Allí, en esa noche, le prometí a Dios que le daría a mi futura esposa un año completo de noviazgo y abstinencia sexual.  Por primera vez en mi vida, me daría a la tarea de construir una relación de amor, basada en el amor.  Por primera vez en mi vida construiría la zapata de esta relación sin las exigencias ni obsesiones del componente sexual apartado del diseño de Dios.  Por primera vez, eliminando un ingrediente sexual que asfixiaba todo en su camino, podría valorar y conocer a Solimar por lo que ella era, como hija de Dios, con todos los atributos que El había puesto en ella.

Así se lo comuniqué a Solimar y, al instante, sentí un alivio en su corazón, una gratitud hacia Dios increíble, porque El conoce todos nuestros anhelos.  Hermanos, les puedo confiar que nunca en mi vida había emprendido una tarea, un proyecto que me costara más trabajo en mi vida.  Lloré, sude, temblé, doblé rodillas hasta el agotamiento y convertí las largas sesiones de ducha fría –más de una vez al día– en una de mis herramientas indispensables.  Sobretodo, aprendí a depender absolutamente de Dios para mi pureza.  Si El me había pedido este regalo de bodas para Solimar, El me ayudaría a protegerlo y mantenerlo bien envuelto.  ¿Qué ocurrió?  Comencé a conocer y a amar a mi esposa como nunca la había conocido ni amado.  De hecho, un día, hablando con el Señor, le dije:  “Gracias, Señor, porque yo no sabía, hasta ahora, lo que era amar a mi esposa verdaderamente.” Otra verdad que Dios me reveló es que, mediante este periodo de noviazgo puro, podía relacionarme con Solimar sanamente, sin hacer cosas en función de una futura retribución sexual.  Ahora podía invitarla al cine, o a cenar sin agendas escondidas, donde el factor sexual siempre estaba envuelto.

Ahora, mirando atrás, puedo ver la magnitud de lo que aquel año de abstinencia sexual hizo en nosotros. Porque sus ojos también cambiaron, cuando pudo ver a un hombre que la amó sin sexo y que quiso aprender y conocer su corazón; lo que ella era como persona creada por Dios.  Ese cimiento de pureza nos ha llevado bien lejos en nuestro caminar como esposos cristianos.  Ese periodo de noviazgo puro ha traído el valor de lo que es  la abstinencia sexual entre los esposos como herramienta para enseñar a la carne sobre dominio propio, sobre amor ágape, sobre entrega a Dios por encima de todas las cosas.  Hoy puedo decir con profunda gratitud a Dios, que aquel regalo de bodas, nacido de Su corazón, fue un regalo para ambos.  Hoy puedo afirmar que amo profundamente a mi esposa con sexo o sin él, porque somos mucho más.

Amado o amada que me lees, si nunca en tu vida has experimentado lo que es un periodo de abstinencia sexual con tu cónyuge, te exhorto a que lo hables con Dios.  Aprovecha una temporada como esta para sembrar en el corazón de tu esposo o esposa. Dile con acciones, con el corazón, que puedes amarlo o amarla, aun cuando no exista el compartir sexual.  Aprovecha esta temporada para decirle a tu carne que ella no se gobierna y que es el momento de mirar a tu cónyuge con otros ojos, allá en lo profundo, donde no llega el corazón humano, pero llega el corazón de Dios.  Aprovecha un nuevo “noviazgo” en tu matrimonio para convertir a tu cónyuge en tu mejor aliado en contra de la lujuria sexual; aprovecha esta temporada para abrir tu corazón y contar tus luchas y tentaciones; para que así puedas recibir ayuda idónea de quien está llamado a serlo.  Así podrás ver un valor incalculable en la pureza que Dios les ha regalado y podrás recordarla y mantenerla cerca de tu corazón, para que nunca dejes de apreciarla como lo que es: Un maravilloso regalo de Dios para tu vida.

Nunca olvidaré aquel momento cuando pude mirarme en los ojos de mi esposa con pureza y pude ver en su mirada, agradecimiento; cuando, pasado aquel año en extremo retante, celebramos nuestra boda y nuestra luna de miel.  Sí, allí, donde Dios lo hizo todo nuevo y mejor.  Allí sin apariencias, con una desnudez que sólo Dios podía darnos, me ofrecí a ella como vasija de barro imperfecta, pero resanada por las manos del único Alfarero que podía resanarme.  Una vasija cubierta con las marcas que la vida me había dejado, pero con una gran diferencia: En mi interior, una nueva pureza relucía; una pureza para ofrendarle a mi esposa por primera vez y para siempre.  Allí entendí que el regalo que nunca le había dado a mi esposa era mi propia vida, comprometida, íntegra y sin condiciones. Aquel regalo que Dios me pidió para Solimar, llegó dentro de mí, envuelto en una vida restaurada. Y mi padre se sonreía desde el cielo…

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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