HECHOS 69. EL MINISTERIO DE PABLO.SU ENCARCELAMIENTO Y EL VIAJE A ROMA 11

HECHOS 27:13-44

13 Cuando un viento suave comenzó a soplar desde el sur, los marineros pensaron que podrían llegar a salvo. Entonces levaron anclas y navegaron cerca de la costa de Creta; 14 pero el clima cambió abruptamente, y un viento huracanado (llamado «Noreste») sopló sobre la isla y nos empujó a mar abierto. 15 Los marineros no pudieron girar el barco para hacerle frente al viento, así que se dieron por vencidos y se dejaron llevar por la tormenta.

16 Navegamos al resguardo del lado con menos viento de una pequeña isla llamada Cauda,[d] donde con gran dificultad subimos a bordo el bote salvavidas que era remolcado por el barco. 17 Después los marineros ataron cuerdas alrededor del casco del barco para reforzarlo. Tenían miedo de que el barco fuera llevado a los bancos de arena de Sirte, frente a la costa africana, así que bajaron el ancla flotante para disminuir la velocidad del barco y se dejaron llevar por el viento.

18 El próximo día, como la fuerza del vendaval seguía azotando el barco, la tripulación comenzó a echar la carga por la borda. 19 Luego, al día siguiente, hasta arrojaron al agua parte del equipo del barco. 20 La gran tempestad rugió durante muchos días, ocultó el sol y las estrellas, hasta que al final se perdió toda esperanza.

21 Nadie había comido en mucho tiempo. Finalmente, Pablo reunió a la tripulación y le dijo: «Señores, ustedes debieran haberme escuchado al principio y no haber salido de Creta. Así se hubieran evitado todos estos daños y pérdidas. 22 ¡Pero anímense! Ninguno de ustedes perderá la vida, aunque el barco se hundirá. 23 Pues anoche un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo estuvo a mi lado 24 y dijo: “¡Pablo, no temas, porque ciertamente serás juzgado ante el César! Además, Dios, en su bondad, ha concedido protección a todos los que navegan contigo”. 25 Así que, ¡anímense! Pues yo le creo a Dios. Sucederá tal como él lo dijo, 26 pero seremos náufragos en una isla».

27 Como a la medianoche de la decimocuarta noche de la tormenta, mientras los vientos nos empujaban por el mar Adriático,[e] los marineros presintieron que había tierra cerca. 28 Arrojaron una cuerda con una pesa y descubrieron que el agua tenía treinta y siete metros de profundidad. Un poco después, volvieron a medir y vieron que sólo había veintisiete metros de profundidad.[f] 29 A la velocidad que íbamos, ellos tenían miedo de que pronto fuéramos arrojados contra las rocas que estaban a lo largo de la costa; así que echaron cuatro anclas desde la parte trasera del barco y rezaron que amaneciera.

30 Luego los marineros trataron de abandonar el barco; bajaron el bote salvavidas como si estuvieran echando anclas desde la parte delantera del barco. 31 Así que Pablo les dijo al oficial al mando y a los soldados: «Todos ustedes morirán a menos que los marineros se queden a bordo». 32 Entonces los soldados cortaron las cuerdas del bote salvavidas y lo dejaron a la deriva.

33 Cuando empezó a amanecer, Pablo animó a todos a que comieran. «Ustedes han estado tan preocupados que no han comido nada en dos semanas —les dijo—. 34 Por favor, por su propio bien, coman algo ahora. Pues no perderán ni un solo cabello de la cabeza». 35 Así que tomó un poco de pan, dio gracias a Dios delante de todos, partió un pedazo y se lo comió. 36 Entonces todos se animaron y empezaron a comer, 37 los doscientos setenta y seis que estábamos a bordo. 38 Después de comer, la tripulación redujo aún más el peso del barco echando al mar la carga de trigo.

39 Cuando amaneció, no reconocieron la costa, pero vieron una bahía con una playa y se preguntaban si podrían llegar a la costa haciendo encallar el barco. 40 Entonces cortaron las anclas y las dejaron en el mar. Luego soltaron los timones, izaron las velas de proa y se dirigieron a la costa; 41 pero chocaron contra un banco de arena y el barco encalló demasiado rápido. La proa del barco se clavó en la arena, mientras que la popa fue golpeada repetidas veces por la fuerza de las olas y comenzó a hacerse pedazos.

42 Los soldados querían matar a los prisioneros para asegurarse de que no nadaran hasta la costa y escaparan; 43 pero el oficial al mando quería salvar a Pablo, así que no los dejó llevar a cabo su plan. Luego les ordenó a todos los que sabían nadar que saltaran por la borda primero y se dirigieran a tierra firme. 44 Los demás se sujetaron a tablas o a restos del barco destruido.[g] Así que todos escaparon a salvo hasta la costa.

El resto del capítulo 27 narra la tormenta que se desencadenó y el posterior naufragio del barco que transportaba a Pablo y más de doscientas cincuenta personas más con destino a Roma. Realmente leer este fragmento del libro de Hechos, al menos en la versión que yo uso, la Interconfesional, es un auténtico deleite pues parece un libro de aventuras. Me imagino que para aquellas que lo estaban padeciendo debía ser algo muy diferente ya que según indica Lucas, el autor del libro de Hechos, aquella terrible situación duro más de veinte días.
No es difícil pensar, al leer estos versículos, en las tormentas de la vida. Desde el momento en que vivimos en un mundo roto y caído, un mundo que no es, ni de lejos, el que Dios pensó y tuvo en mente sino más bien el que el pecado ha generado, las tormentas forman parte de nuestra tortuosa existencia.
Estas se presentan de muchas formas y maneras y en diferentes momentos de nuestra existencia. Algunas son cortas y pasan rápido. Otras, sin embargo, duran y duran y como aquellos pobres navegantes descritos por Lucas, sentimos que nuestras vidas van a la deriva llevadas a su merced por fuerzas que desconocemos y somos incapaces de controlar.
Nada ni nadie nos evitará las tormentas de la vida. Incluso, el hecho de ser cristiano añade a nuestra experiencia humana algunas que aquellos que no siguen a Jesús nunca tendrán que experimentar. La cuestión es si en medio de las mismas sabemos encontrar a Dios. Si cuando nuestras vidas van o parecen ir a la deriva podemos encontrar en el Padre la esperanza y la seguridad que Él continúa estando en el control.
Al escribir esto venían a mi mente las palabras del salmista:
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza;
nuestra ayuda en momentos de angustia.
Por eso no tendremos miedo
aunque se deshaga la tierra,
aunque se hundan los montes en el fondo del mar,
aunque ruja el mar y se agiten sus olas,
aunque tiemblen los montes a causa de su furia.
(Salmos 46:1-3)
Un principio

En tiempo de tormenta hay que descansar en Dios.

Una pregunta

¿Qué tormentas en tu vida precisan que descanses en Dios?

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