*** 11 Diciembre ***

Una mariposa en invierno


—Hagamos una fiesta en Nochebuena —propuso Yoko Takahashi a su marido una mañana de diciembre—. Estoy segura de que a los niños les encantará.
Koichi no respondió. Se limitó a comentar que llegaría tarde a casa y se fue a trabajar.
Normalmente diciembre era el mes más ajetreado en su empresa, y más aún ese año, por la recesión económica. El día menos pensado lo podían despedir. Muchos habían corrido esa suerte. Apenas dos días antes había asistido a una reunión de despedida de uno de sus colegas.
Los sectores comerciales de Tokio estaban bellamente adornados con luces brillantes y refulgentes arbolitos de Navidad. Sin embargo, los pasajeros del tren se veían cansados a pesar de que la jornada acababa de comenzar.
Koichi no lograba disipar su inquietud y ansiedad. «¿Qué hago si me despiden? No podremos pagar la hipoteca. Nuestros hijos aún son pequeños…»
Al llegar a la oficina encendió el computador y se puso a revisar el correo electrónico. Rápidamente se enfrascó en su trabajo.
A eso de las tres de la tarde sonó el teléfono. Era la policía.
—¿Sr. Takahashi? Su esposa sufrió un accidente de tránsito. La están llevando al hospital más cercano. Lo siento mucho.
Koichi saltó de su silla.
—No le creo —exclamó—. Tiene que ser un error.
Camino del hospital no dejaba de repetirse eso. «¡Si estaba perfectamente bien esta mañana!»
En el hospital encontró a Yoko envuelta en vendas y conectada a unos dispositivos. Le explicaron que su auto había sido embestido por un camión que se había saltado un semáforo en rojo. Estaba en coma y se había fracturado un brazo.
—Haremos todo lo posible por su señora, pero no sabemos si va a sobrevivir. Si recobra la conciencia sufrirá secuelas importantes —le explicó un médico.
Después de quedarse largo rato mirando a su esposa, Koichi salió del hospital.
Sin darse cuenta, se dirigió a ella en voz alta:
—No nos dejes. Los niños te necesitan. Cuando te recuperes haremos todas las cosas que queríamos hacer juntos.
Los transeúntes lo observaban extrañados. A él no le importaba.
En ese momento recordó que hacía poco Yoko se había iniciado en la lectura de la Biblia.
Él la había ojeado unas pocas veces y admitía que contenía buenos principios. No obstante, en su opinión la religión era para quienes tenían mucho tiempo de ocio o un carácter débil. En lugar de meterse en la religión —razonaba él—, deberían trabajar más y contribuir más a su empresa o a la sociedad.
Así y todo, no podía dejar de pensar en Dios. «¿Existirá? ¿Responderá a mi oración? No tendría sentido orar si no existe».
Pero el impulso fue más fuerte que sus razonamientos. «Yoko querría que lo hiciera».
Finalmente Koichi rezó de todo corazón:
—Dios, si existes, te ruego que le salves la vida a Yoko.
Justo en ese momento una mariposa pasó volando delante de él. Las alas eran de un morado intenso con trazas blancas y celestes. Aunque de niño Koichi había cazado muchas veces mariposas y otros insectos, nunca había visto una de semejante belleza, y para colmo en pleno diciembre, cuando hace frío en Japón.
Tuvo la corazonada de que aquella mariposa había sido enviada, de que era una señal. Se le quedó grabado en el pensamiento un mensaje muy claro: «Tu oración ha sido respondida. Tu esposa se pondrá bien». Sorprendido, Koichi sintió que una cálida paz le invadía el corazón.
Cinco días después, cuando fue al hospital a ver a su esposa, se le acercó uno de los médicos.
—Su señora recobró el conocimiento. Es inexplicable. No encontramos lesión alguna en su cerebro.
Koichi entró corriendo a la habitación de Yoko. Ella le sonrió y lo saludó con voz tenue. Él le suplicó que no se esforzara por hablar, pero ella no podía contenerse.
—Este… Estuve en un hermoso campo lleno de flores, y una linda mariposa volaba a mi alrededor… —empezó a contarle Yoko—. Me sentía muy feliz. Luego vi a Jesús. Me dijo que todavía no me había llegado la hora de morir y que tenía que volver para atender a mi familia.
A Yoko la dieron de alta pocos días antes de Navidad.
En Nochebuena, Koichi volvió apresuradamente a casa al salir del trabajo, cargado de regalos para su familia. Yoko, con el brazo todavía enyesado, lo esperaba con sus hijos en la sala.
—¡Cantemos Noche de paz! —propuso Yoko—. En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios.
Entonces Koichi observó un nuevo adorno cerca de la punta del abeto. Era idéntico a la mariposa que había visto fuera del hospital. Pensó: «¿Por qué estará ahí? Las mariposas no tienen nada que ver con la Navidad. ¿O sí?» Pero no se detuvo en ello mucho rato, pues lo embargaba una gran dicha y gratitud por la recuperación milagrosa de su mujer.
«En efecto, Dios existe. Es tan tierno y magnánimo que contestó mi súplica».
Fuente :Lynn Matsumoto es integrante de La Familia Internacional en el Japón.

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