Pureza Sexual … ¿INMOLARÁS A TU HIJO EN EL ALTAR DE LA LUJURIA SEXUAL?

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

“Y habló Isaac a su padre Abraham, y le dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, hijo mío. Y dijo Isaac: Aquí están el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?”  Génesis 22:7

Durante nuestra atadura a la lujuria sexual, muchas fueron las veces en que sacrificamos lo que se suponía que guardáramos en amor y protección.  Sacrificios que levantamos en altares de impureza, con tal de satisfacer esa sed incontrolable por el dios sexo.  Y allí, sobre el altar de la lujuria sexual, fuimos vez tras vez, secretamente, para sacrificar el tiempo, el buen modelaje y los sueños que nuestros hijos siempre han anhelado de nosotros.

Sin darnos cuenta, o tal vez conscientemente, nos convertimos gradualmente en verdugos de aquellos tiernos sueños, de aquellas ilusiones infantiles de nuestros pequeñitos.  Y mientras más profundizábamos en la oscuridad del sexo compulsivo, nuestros preciosos hijos se convirtieron en estorbos, en “problemas” para preservar y darle más tiempo y excitación a una vida llena de impureza.

Así, puede ser que te recuerdes las veces en que, atado a una computadora enferma –que supuraba una llaga infectada de pornografía– le mataste a tu hijo una sonrisa y varias ilusiones, cuando pretendió acercarse a ti para abrazarte y le dijiste: “ahora no; no me molestes, que estoy muy ocupado”.     

Por eso es que nuestra historia y la historia de Abraham son distinguibles. En contraste con la historia de Abraham, no fue Dios quién nos pidió que sacrificáramos al hijo de la promesa en nuestra vida. Fue el ídolo de la lujuria sexual quien no pidió tantas veces que pusiéramos a nuestro hijo, nuestro hogar, nuestros familiares y amigos sobre el altar de la impureza y de la carne. Porque como toda idolatría, la impureza no desea compartirte con nadie; ella quiere exprimirte hasta sacarte todo tu tiempo y todas tus fuerzas.

Pero hoy tienes la oportunidad de mirar el desenlace extraordinario en la historia de Abraham y de su hijo Isaac y apropiarte de él.  Y ante el altar impuro de nuestros pecados sexuales, puedes reflexionar en la pregunta que el hijo le hizo a su padre: ¿Dónde está el cordero para el holocausto?  Y es que esta pregunta va a la médula de nuestra lucha en contra de la lujuria sexual. ¿Sabes por qué?  Porque por años le compramos al enemigo la mentira de que teníamos que vivir postrados ante este altar, sacrificando vidas, hijos, y sueños.

Hoy, la venda del pecado ha sido removida y nuestros ojos han sido limpiados de toda impureza.  Hoy, el enemigo ha sido expuesto y sus trampas han sido destruidas. Parados en una nueva libertad que Cristo nos regala, hoy descartamos el altar de impureza sexual que nos tenía prisioneros.  Hoy, nuestro hijo prometido ha sido resguardado.  Hoy, este hijo no tendrá que vivir el descuido y abandono de un padre esclavizado al sexo.

¿Entiendes el extraordinario regalo que conlleva esta decisión?  Si decides escalar el escarpado monte que te lleva a una pureza radical, podrás darle a tu hijo el padre que quizás nunca tuviste; uno que pueda modelarle a tu hijo fidelidad, integridad y libertad de la lujuria sexual. Habrás comenzado a construir junto a tu hijo una relación como nunca te imaginaste; una relación basada en la gracia y el poder de Dios.

¡Y qué clase de fin tiene esta historia!  Porque su conclusión se levanta con un faro de esperanza para el hombre que todavía vive postrado en la esclavitud sexual.  Te pido un favor: Vuelve a la pregunta del hijo y a su respuesta reflejada en el desenlace de la historia.  ¡El cordero para el holocausto fue provisto por ese mismo Dios que nos creó!  Y aunque la narrativa describe a un cordero, puesto allí por Dios para culminar el sacrificio, nuestros ojos espirituales –llenos de esperanza– ven mucho más allá en esta escena.

Y es que otro es el Cordero que tomó el lugar de nuestro hijo, sobre la llama ardiente del fuego consumidor, en el altar de la impureza sexual.  Porque no hay fuerza humana, ni sacrificio terrenal que pudiésemos hacer para ser libres de esta atadura. Uno sólo era capaz de presentar un sacrificio perfecto, sin mancha, para darnos una libertad permanente.

Y así, nuestro Padre celestial dio a su único Hijo para que El tomase el lugar de tu hijo y de mi hijo sobre el altar de nuestras impurezas.  Porque es Jesús el Cordero perfecto que llevó sobre sí todos nuestros pecados, incluso nuestros pecados sexuales. Y sobre una Cruz convertida en altar de sacrificio, el Hijo de Dios –el Cordero perfecto– fue inmolado por nuestras ofensas. Ahora tienes la respuesta: El Padre proveyó al Cordero. Ya no tenemos que inmolar a nuestros hijos ni a sus ilusiones ni a sus sueños, porque Cristo, el Hijo de Dios, tomó el lugar de tu hijo y de mi hijo, sobre aquel altar.

Así que, cuando te veas postrado ante un altar impuro que ya no te pertenece, atada tu mente con cadenas que ya no son tuyas, cuchillo de maldad en mano, a punto de inmolar la vida de tu hijo, su pureza, y los sueños de integridad sobre su vida y la tuya, levanta la vista y busca con ella al Cordero. ¡Sí, búscalo con todo tu corazón y con todas tus fuerzas!  ¡Porque estoy seguro que lo encontrarás! El estará allí para detener tu mano atada a la lujuria, para que no le traspases a tu hijo una herencia de perdición.  Solo El puede tomar el lugar de tu hijo.  Solo El puede liberarte.

Entonces podrás gritar a los cuatro vientos –con la autoridad que la Sangre Divina te brinda– “Mi hijo no será inmolado ante el altar de la lujuria sexual; esta esclavitud concluyó conmigo, porque Cristo tomó su lugar sobre la Cruz.”  Amado Hombre de Valor, Hombre de Verdad:  ¡Haz de esta afirmación tu estandarte de victoria!  ¡Vívelo!  ¡Créelo!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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