Erase una vez un profeta que no poseía ninguna profecía en su portafolio.
Clamaba a Dios noche y día, para que le dijera algo que decir, alguna profecía que articular. Pero Dios parecía no hablar.
Silencio.
Hasta que el profeta entendió que su profecía era callar.
El Profeta 1
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