Pureza Sexual … SI AMAS LA OSCURIDAD, DESPRECIARÁS LA LUZ

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Este es el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas.  Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios.  Juan 3:19-21

Recuerdo momentos de absoluta oscuridad, cuando toda luz fue bloqueada de mis pasos, de mis ojos y de mi alma, por la maldad que pretendió arrasar mi vida entera.  Sí, era la ocuridad que siente el niño abusado por el sexo desmedido de un adulto y se debate entre encubrir o delatar, entre amar u odiar a su ofensor.  Es la oscuridad del niño que no entiende el misterio de la muerte y es seducido por las tinieblas a terminar su vida, para buscar en el cielo un mundo sin engaños y sin heridas, para dejar atrás el dolor que lo envenena.

Sí, es la oscuridad de sentirse roto, manchado e inservible por una sexualidad deforme que no puede descifrar, que le pesa demasiado y que le hace caminar con su espalda encorvada.  Es la oscuridad del secreto y la vergüenza que lo mantienen aislado en su mundo fantasioso, un mundo que construyó como guarida, para que nadie pudiera entrar allí a causarle daño.  Es la oscuridad de crecer con un impulso indomable que lo esclaviza, lo manipula, y le habla sin cesar un mensaje de fracasos y desesperanza.

Y en medio de esas tinieblas, no pude ver a Dios.  ¿Sabes qué ocurrió?  Me acostumbré a la oscuridad de mi atadura.  Me acostumbré a la oscuridad de mis heridas y de mi dolor.  Me acostumbré a caminar con la deformidad y el peso de la lujuria sexual sobre mi espalda. Me acostumbré al aislamiento y la soledad de mi mundo ficticio.  De repente, comencé a ver la oscuridad de mis caídas y de mis pecados como algo esperado, como el ambiente natural donde crecer.

Como dice el Evangelio de Juan, esto se trata de a quién le concedo el primer lugar de mi vida.  Había decidido amar más a la oscuridad, que a la Luz, que al Dios encarnado que vino al mundo a morir por mí. Había afinado los ojos para la noche llena de tinieblas y, ahora, se me hacía más fácil caminar en oscuridad que a plena luz del día.  ¿Estaba Dios conmigo?  Sin lugar a dudas.

El no poderlo ver sólo hablaba de la impureza que empañaba mis ojos y de la trampa que el enemigo de las almas me había tendido para convencerme de mi falsa ceguera.  Y así seguí viviendo –o mejor dicho, muriendo– en la oscuridad de la noche, creyéndome huérfano de Dios, cuando mi Padre estaba ahí, al lado mío, esperando que la venda se cayera.

Y esclavizado a las tinieblas, acabé despreciando la luz, porque ella me exponía a la verdad.  Dice Juan que cuando hacemos lo malo, no deseamos venir a la luz, porque ella ilumina nuestras malas acciones y, nos descubre, al alejar la oscuridad que nos impedía ver lo correcto.  Por esto es que la persona atada a la lujuria sexual rehuye la luz en su lucha.

Nos resistimos a pedir ayuda, a confesar, a rendir cuentas sobre nuestras actuaciones sexuales.  Hablar con otros sobre este “lado oscuro” de nuestra vida se levanta como un muro imposible de traspasar.  Así, vivimos aprisionados por nuestros propios secretos, por las mentiras que hemos tenido que diseñar para encubrir cómo somos de verdad.

Pero un buen día, nuestro dolor se tornó tan insoportable que no pudimos más.  Así, comenzamos a sentirnos incómodos en medio de las tinieblas.  Nos cansamos de ser ciegos dando tumbos en un mundo de oscuridad. Y sobretodo, nos cansamos de estar desterrados de la luz.

Algo en nuestro fuero interior nos decía que éramos hijos de la luz perpetua, que nuestra ciudadanía no era de tinieblas sin esperanza.  Entonces, comenzamos a caminar en dirección de la luz.  ¿Cómo lo hicimos?  Rompimos el silencio; destapamos el secreto; matamos el “qué dirán” religioso y, aún más, reconocimos nuestra extrema dependencia de Dios.

Ahora tenemos una “ventaja” que no le deseamos a nadie, pero que nos ayuda al momento de rescatar a otros prisioneros que mueren en las cárceles de tinieblas.  Conocemos el camino de ida y el de vuelta.  Sabemos a qué huele la detestable prisión de la lujuria sexual.

Hemos sentido el peso de sus cadenas y el dolor de una oscuridad que no permite el más mínimo rayo de luz.  Estuvimos allá y regresamos paso a paso, tomados de la mano de nuestro Padre.  Sí, Él no titubeará para buscarnos y alcanzarnos donde sea que nos encontremos, no importa cuán oscura y asqueante sea nuestra cárcel.

Ahora, nos hemos enamorado de la luz y de su faro incandescente, Jesucristo.  Ahora, Su luz nos alimenta, nos avisa sobre los peligros, nos redarguye y confronta, nos muestra el camino a seguir y el camino a rechazar.  Su luz ha quebrantado toda la oscuridad que revestía nuestra vida y nos permite caminar con la cabeza en alto, sabiendo que la mano de Cristo nos agarra.

¿Dónde están todas aquellas fosas de oscuridad que minaron nuestra vida con esclavitud y derrota?  Están enterradas en el fondo de los mares.  Allá donde ni Dios se recuerda de ellas.

Y así, puedo decirte que tú también eres un hijo de la luz, aunque no te sientas así.  Que aunque camines por los valles de sombra y de muerte, tu Padre siempre está contigo y te infunde aliento.  Que aunque la oscuridad más densa te diga que estás solo, que eres un huérfano abandonado, la verdad es que Dios no te ha soltado.

Abre los ojos a Su luz y allí lo verás, esperando por ti.  Porque si la luz de Dios mora en tu ser, la oscuridad que por tantos años te esclavizó, saldrá huyendo derrotada.

Ve a Su luz.  ¡Él te nunca se cansará de esperar por ti!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

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