Pureza Sexual … EL TRANSFORMADOR DE LAGRIMAS.

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán.  Lucas 6:20

Muchas son las lágrimas que se han vertido en nuestra batalla contra la lujuria sexual.  Lágrimas derramadas por las personas que defraudamos con nuestras conductas. Lágrimas derramadas por la esposa que adulteramos.  Lágrimas derramadas por los hijos que abandonamos.  Y también están nuestras propias lágrimas, esas que vertimos cuando volvimos a enfangarnos con el pecado sexual, después de haber encontrado la pureza, caminando tras las huellas de Cristo.

Y al reflexionar sobre nuestra vida batallando contra la lujuria sexual, sólo tenemos que mirar nuestras rodillas llenas de cicatrices para saber que muchas veces nos hemos caído; muchas son las ocasiones en que hemos llorado, después de haber mordido el polvo del pecado sexual al quedar derrotados en el suelo.

Porque alguien nos dijo que las batallas de la carne se irían con levantar una mano, acercarnos a un altar y aceptar a Cristo como nuestro Salvador. Y una vez entregamos nuestra vida a Jesús, la mayoría de nosotros quedamos horrorizados cuando la lujuria sexual se levantó, avasallante, como un tsunami, con más fuerza y más poder destructor que antes.

Cuando pensamos que reinaría la paz en nuestra recién iniciada vida cristiana, las tentaciones sexuales llegaron en forma de bombardeo aéreo.  Así, aquella persona que hacía tiempo no llamaba, nos llamó para proponernos de nuevo placeres sexuales que mancharan nuestra pureza; también, aquella chica que no había cedido a nuestras seducciones, ahora se mostraba dispuesta a enlodarse con nosotros en el pecado.

De sorpresa, otras nuevas tentaciones se presentaban como “oportunidades” que ahora teníamos que rechazar. En un abrir y cerrar de ojos, la batalla se había vuelto más intensa, más constante.  Y allí, en esos momentos donde nos sentimos aturdidos por este ataque sin tregua, supimos postrarnos con lágrimas en nuestros ojos y clamar al cielo: “Dios mío, ¿por qué ahora, que estoy más cerca de ti, cuando más te he buscado, esta lucha se hace más difícil?” 

Poco a poco pudimos entender la respuesta que destiló desde lo alto del Reino de Dios, desde el Trono de Su Gracia.  Cuando estábamos esclavizados y encadenados en nuestros pecados, el enemigo de las almas nos tenía en una prisión bajo llave. Nuestra esclavitud se alimentaba a sí misma, ya que la lujuria sexual siempre pedía más y más lujuria.

Así, entre más tiempo pasábamos en prisión, más cadenas nos esclavizaban. Como prisioneros cada día más encadenados, el enemigo no se tenía que preocupar mucho por nosotros; nuestra voluntad estaba derrotada y no teníamos fuerzas para levantarnos y luchar.

Ahora bien, cuando aceptamos al Señor, todo cambió.  De repente, Cristo nos levantó y nuevas fuerzas vinieron a nuestra vida.  Ahora, queríamos luchar.  Ahora, la oscuridad de la celda nos incomodaba y añorábamos la luz del día.  Ahora, los barrotes de la prisión serían doblados.  Ahora, escaparíamos de la prisión para siempre.

Y ante nuestro levantamiento espiritual, el enemigo reaccionó con violencia para mantenernos esclavizados. Ahora, el enemigo utilizaría sus artimañas para sujetar las cadenas, reforzar los barrotes y oscurecer la prisión.  Al igual que Dios, el embaucador ha preparado morada eterna para nosotros y no quiere perdernos.

¿Ahora entiendes por qué el enemigo se levantó con tanta ira una vez comenzaste tu caminar cristiano?  Pero hoy, Cristo te alienta desde aquel mismo monte de donde habló a los pobres y a los hambrientos. Escucha el consuelo de su voz: Tus lágrimas no caerán en tierra sin ser tomadas en cuenta. Tus lágrimas no han sido en vano. Es más, Dios enjuga cada una de tus lágrimas y las recoge en la palma de Su bendita mano.

¿Has llorado por aquella pureza que perdiste en un momento de debilidad, orgullo, o sobre confianza?  ¿Caíste nuevamente en las redes de la pornografía, la masturbación, u otras conductas sexuales que le dan la espalda a Dios?  Si tu corazón se rompe y lloras por haber ofendido a tu Padre del cielo, a tus seres queridos, y al templo de tu cuerpo, que es morada del Espíritu Santo; si aborreces lo que hiciste y quieres alejarte y romper con ese pecado, ¡te felicito!  Arrepentimiento ha florecido en tu ser y vas camino a la restauración de tu pureza.

Recuerda: Dios no rechaza un corazón arrepentido.  Así lo vivimos tantas veces.  Porque podemos tener un corazón torpe y débil, que fácilmente cae en el engaño, que con poco, es seducido; pero si nos arrepentimos sinceramente, El nunca nos echará afuera.  Entonces, tus lágrimas sinceras serán valoradas por Dios.  Tu llanto se convertirá en gozo; tu tristeza en alegría.  Puede ser que hoy llores, pero mañana sonreirás.

No tomes livianamente las palabras de Cristo.  Él fue llamado con razón “varón de dolores” por cómo vivió y cómo murió.  Porque su dolor y lágrimas camino al Calvario, se convirtieron en gozo y victoria cuando se levantó resucitado de la tumba.  Por eso, Cristo te promete lo que ya se cumplió en Él: Tu tristeza cesará.  Tus lágrimas de tristeza y derrota serán secadas. Y si lo permites, Él transformará tus lágrimas por unas de victoria y pureza.

Entonces, las palabras de Cristo vendrán a resucitar tu vida, cuando el gozo de Su victoria te contagie.  La victoria de la gracia sobre el pecado.  La victoria de la Cruz sobre la muerte. Y cuando tus lágrimas de tristeza hayan cesado, que no cesen tus lágrimas de amor y gratitud por ese hermoso Cordero. Ese Cordero perfecto que puso Su vida en sacrificio para que tú y yo fuéramos libres; para que tú y yo disfrutásemos de un gozo en la eternidad.

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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