NOS ENCANTA LA ADOLESCENCIA

No hay cosa más dura para un padre, que la etapa de adolescencia de su hijo.  Es la etapa a la que ninguno de nosotros quisiéramos regresar, y aquella en donde como padres nos cuesta mucho mantener una relación armónica con esa personita, que ahora duerme en el cuarto donde antes lo hacía un apacible niño, y que ahora habla en monosílabos. Y una de las tragedias más grandes del movimiento de la  “tercera ola”, es el de lograr un montón de adolescentes espirituales, que son enseñados a seguir como inmaduros espirituales por toda su vida cristiana, y solo aprender lo que dice su pastor sea bíblico o no.

Si esto es verdad, que tan grave debe ser para Dios, tener una gran cantidad de hijos adolescentes que se niegan a crecer y quieren ser ovejas magulladas toda la vida (dame, bendíceme, quiéreme, etc.).  Les están enseñando a vivir en una adolescencia espiritual y por tanto, los discípulos de este movimiento se están perdiendo lo mejor de la relación con Dios, una que sea madura, camino a la santidad, perdiéndose promesas como la del Salmo 91:1.

La adolescencia natural es ese espacio de la vida en que queremos ser libres pero sin tener las responsabilidades que ello conlleva.  Nos levantamos a las 11 y lo único que tenemos que hacer es ir a la refrigeradora y coger lo que se nos antoje, incluso nos quejamos si no hay postre.  Lo único que hacemos es ir al cuarto y ver la ropa lavada, o encender la TV sin pensar quien paga la luz.  Tiempos lindos los de la irresponsabilidad.  Abres la boca y mamá te hace todo hasta que de pronto te casas, y te das cuenta que el teléfono no se paga solo, que la refrigeradora no se llena sola y que si te levantas a las 11 sin tener nada listo, cenarás en lugar de almorzar con ayuno forzado.

Como cuesta esa libertad que reclamábamos de chicos, y así mismo somos como cristianos.  Nos quejamos de nuestros adolescentes y en nuestra vida espiritual somos exactamente así, queremos que todo sea sensorial y vamos de domingo a domingo esperando que alguien nos ore o nos  imponga las manos para llegar a la siguiente semana.  El problema está cuando queremos ese facilismo, en lugar del camino a la madurez que es el que cuesta. Orar y leer la Biblia cuesta. La diferencia está en que el maduro, sienta o no sienta vuelve al día siguiente, y hace las cosas por convicción no por lo que siente.

Esto no es de venir que le oren, le digan que hacer, diezme, se haga millonario y se vaya. Eso no es cristianismo, sino magia.  El maduro diezma porque es su privilegio y punto.  No se disciplina solo cuando le nace sino que hace lo que tiene que hacer.  En madurez, Dios me dice lo que quiere que haga me guste o no.  El maduro regresa a orar al siguiente día aunque se quede dormido intentándolo.  La madurez cuesta y duele, aunque parezca que es más fácil simplemente quedarse en la adolescencia espiritual y nunca ser lo que Dios soñó que fuera cuando le creó a usted.

Solamente aquellos que van camino a la madurez espiritual, pueden llegar a desarrollar los dones a plenitud, aceptar las crisis de vida, el dolor de crecer, y ver la mano del maestro dejándole ver que está con usted y enjugando sus lagrimas.

Tristemente, el cristianismo del siglo XXI, a lo que lleva no es a esto, sino a un hedonismo espiritual, que no es otra cosa, que entronizar el placer como el valor supremo de la vida, entonces no buscamos al bendecidor sino la bendición.

Se enseña que lo que debemos hacer, es abrir la boca y pedir, ya que Dios está tan interesado en nuestra felicidad terrenal, que nos dará todo lo necesario para vivir con todas las comodidades que este mundo ofrece, sin restricciones de ninguna naturaleza; incluso, la forma como manejan el culto, tiene que ver con que la persona se sienta bien,  agradable, que sea una experiencia relajante.

No se entiende que cuando uno busca el placer, confort y felicidad está garantizando que no las logrará, ya que la semilla de la felicidad crece con mayor fuerza en el suelo del servicio, y que es cuando servimos, que aparecen los problemas de crecimiento en donde sentimos la mano de Dios en nuestras vidas, aliviándonos los dolores propios del camino a la madurez.

Tampoco se quiere entender que el gozo del que habla la Biblia tiene poco que ver con el placer y todo que ver con la madurez cristiana, con tomar nuestra cruz, que significa morir a los placeres del mundo y a nosotros mismos.

El gozo viene con la búsqueda de la santidad, que no es el precio que pagamos para la vida eterna, sino que es el camino por el cual la alcanzamos.  El cielo es un sitio que únicamente las personas con un gusto por lo santo pueden apreciar, y si no aprende aquí a buscarlo, jamás entenderá para que vivió, ya que se perdió el entrenamiento, distraído por encontrar el placer.

Termino con estas palabras de D.L.Moody hablando de la Iglesia: “El lugar apropiado para un barco es el mar, pero que Dios ayude al barco si el mar se le mete adentro”.

Es mi oración constante que la Iglesia entienda que su papel no es el placer de sus miembros, sino entrenarlos para vivir en santidad, prepararlos para la vida celestial que es la que nos dará felicidad total.  Todo lo que se nos de aquí, no importa cuán lindo parezca, no nos puede distraer de nuestra meta: “Convertirnos en un varón perfecto, a la estatura de la plenitud de Cristo”. (Ef.4:13)

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