En Getsemaní. (1-2)

He aquí que vengo… para hacer tu voluntad.Hebreos 10:7.

Cristo… por lo que padeció aprendió la obediencia.Hebreos 5:7-8.

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El evangelio de Lucas (22:39-44) nos presenta al Señor Jesús bajo un carácter especial, es decir, como hombre completamente obediente. Algunas horas antes de ser detenido fue con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní. Allí se alejó un poco de ellos para orar a su Padre. Oró tan intensamente que “era su sudor como grandes gotas de sangre” (Lucas 22:44). Para que los hombres pudieran ser salvos, Jesús, el único que no cometió pecado, tuvo que aceptar de parte de su Padre una copa, símbolo de todo lo que debía sufrir en la cruz por nuestros pecados. Allí Dios sería glorificado y Satanás vencido.

Jesús sabía qué precio debía pagar para expiar el pecado: la ira y el abandono de Dios. ¡Cuánto temor al pensar que Dios, a quien había servido con tanta fidelidad, iba a abandonarlo a él, su amado Hijo! Él ofreció “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte” (Hebreos 5:7). Pidió a su Padre que si fuese posible lo librara de esa copa de dolores. Pero en perfecta sumisión añadió: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). De su oración deducimos que estaba dispuesto a consumar la obra que había venido a realizar.

Al igual que los discípulos, presentes pero dormidos, no podemos entrar en la agonía por la que pasó nuestro Amado Salvador en aquellos momentos, pero podemos darle las gracias y adorarlo.


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