¡Tengamos cuidado con los falsos profetas!

«Y el profeta a quien yo no le haya ordenado hablar, o que hable en nombre de otros dioses pero pretenda hablar en mi nombre, será condenado a muerte. Tal vez digas en tu corazón ¿Y cómo vamos a saber si esa palabra no proviene del Señor? Tú no tengas miedo de ese profeta, que si llega a hablar en mi nombre y sus palabras no se cumplen ni se hacen realidad, eso hará ver que yo, el Señor, no he hablado, y que tal profeta habló con arrogancia» Deuteronomio 18:20-22


En estos tiempos modernos donde se han reactivado los dones del Espíritu Santo (o más que reactivar diría recordar, después de todo el Espíritu Santo no se ha ido desde que llegó), es muy común ver hombres usando el don de profecía en las iglesias, sobre todo en las pentecostales, de manera que cuando menos uno lo espera uno puede recibir una palabra de parte de Dios. ¡Que bendición!


Sin embargo, esto puede ser peligroso, sobretodo entre los jóvenes ¡Cuán fácil es dar una «palabra de Dios» que surge de la emoción y no del Espíritu Santo! Conozco historias trágicas de hombres que tomaron decisiones incorrectas por obedecer «lo que Dios me dijo» pero que en realidad no lo dijo Dios sino un hombre. Incluso parejas que se casaron «porque Dios les dijo» han fracasado, y yo me pregunto ¿será que Dios se equivocó?


Antes de continuar quiero aclarar que si creo en el don de profecía, si creo que Dios usa a sus siervos para hablarnos, pero tengo mucho cuidado al decir «Dios me dijo», porque la biblia es muy clara, ¡existen los falsos profetas!


Y en este pasaje vemos una regla, un principio respecto a las palabras dadas por los profetas: si se cupmle lo dijo Dios, si no se cumple no lo dijo Dios. La verdad es que suena muy lógico, demasiado lógico.


Pero esto trae implicaciones prácticas, lo primero es que no debemos afanarnos por el cumplimiento de una profecía, no debemos forzar las cosas, debemos confiar en Dios y estar atentos para no ser engañados, nuestra actitud al recibir una palabra debe ser: la guardo en mi corazón, si se cumple gloria a Dios, si no se cumple ¡gloria a Dios también!


Pero mientras esperamos que se cumpla (o no) esa profecía que nos fue dada, tenemos mucho por hacer, debemos alimentarnos de su palabra, debemos construir una vida de oración, debemos ayudar al necesitado, debemos santificarnos.

¡Tengamos cuidado con los falsos profetas!


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