Utopía.

Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guardare la ciudad, en vano vela la guardia.Salmo 127:1.

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En 1516 Tomás Moro publicó en latín su novela titulada Utopía (del griego «outopos», que significa «lugar que no existe»). Describe el país ideal, es decir, una isla cuya capital es Amaurote. Sus 54 ciudades están construidas según el mismo modelo, y Moro dirige la vida de los habitantes de Utopía mediante una organización social sin defecto. Luego, el nombre de ese país pasó al lenguaje común. Otros, después de él, trataron de construir una sociedad ideal.

¡Cuántos esfuerzos se han hecho para establecer la paz mundial, los derechos de las mujeres, de los niños, de las minorías, el derecho al trabajo, el reparto de los bienes… Sin embargo debemos reconocer que las cosas no van mejor que antes. ¡Una verdadera utopía es querer mejorar el mundo sin tener en cuenta a Dios! La humanidad no avanza hacia la mejoría, pese a los esfuerzos de gobiernos y asociaciones de todo tipo. ¿Hubo menos miseria, menos guerras, menos genocidios en el siglo 20 que en los siglos precedentes?

La Biblia, la Palabra de Dios, no nos deja en la incertidumbre respecto a la condición del hombre: “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga” (Isaías 1:6). Pero también nos dice con autoridad lo que Dios hizo por el hombre: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). La fe no es una utopía, sino la seguridad interior de que lo que Dios dijo en su Palabra es cierto.


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